sábado, 31 de enero de 2015

El misterio del tiburón cocodrilo

Tiburón cocodrilo (Pseudocarcharias kamoharai) capturado en Angola (foto: Santiago Barreiro, Jueguen).

A éste no lo tenemos en Galicia, pero no importa. Merece la pena conocerlo; os aseguro que es uno de los tiburones más simpáticos, encantadores y puñeteros que quepa imaginar. Ya veréis.

La multinacional estadounidense American Telephone and Telegraph (AT&T) experimenta en Canarias, por primera vez en la historia, en colaboración con la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), un cable submarino de fibra óptica, el Optican. La AT&T pretende, de esta manera, competir con la industria de los satélites en la recta final de la carrera por el dominio de las comunicaciones del año 2000.
(El País, 28 de septiembre de 1985).

Tras el acuerdo de colaboración con la CTNE firmado dos años antes, en septiembre de 1985 la AT&T instalaba entre Gran Canaria y Tenerife su revolucionario cable de fibra óptica Optican-1 con capacidad para 7680 canales de 64 kbp. Era el primer cable de estas características que se tendía en aguas profundas en todo el mundo. La fibra óptica se estaba consolidando como el medio del futuro para la transmisión de comunicaciones tanto por la potencia y calidad de las transmisiones como por su precio en comparación con los sistemas de cable coaxial.

Canarias era el lugar idóneo para el test: ofrecía dos puntos con alta densidad de población y, por tanto, con una elevada demanda de comunicaciones, separados por un tramo corto pero profundo de océano: alrededor de 100 km con cotas superiores a los 3000 m.

Fig. 1. Localización de los ataques y de las 5 catas.
Fuente: Louis Marras, 1989¹
Cuando el Long Lines, uno de los mayores cableros del mundo, terminó el tendido de los 125 km de cable, los problemas apenas tardaron un mes en aparecer. El 17 de octubre los monitores avisaron de un fallo de transmisión a unos 10 km de Tenerife, en torno a los 1000 m de profundidad. Fallos similares se produjeron el 31 de enero y el 13 de marzo de 1986 y el 2 de abril de 1987. Los técnicos de la AT&T estaban desconcertados, pues en todos los casos la causa habían sido las mordeduras de tiburón. Los dientes clavados en la cubierta de poliuretano de los tramos de cable dañados no dejaban lugar a dudas. Por extraño que parezca, nunca antes se les había presentado este problema a lo largo de los miles y miles de kilómetros de cable submarino que la compañía ya llevaba instalados en todo el mundo.

La cosa era grave. Por un lado estaban los costes de cada reparación, que no eran precisamente menores incluso para la poderosa AT&T: fletar un cablero, levantar el cable y sustituir el tramo dañado... Un mínimo de 250 000 dólares de entonces para un trabajo que podía demorarse una semana o más dependiendo del tiempo, el estado de la mar y la profundidad. Por el otro, tras este test la compañía tenía previsto unir las dos orillas del Atlántico con el cable de fibra óptica TAT-8, un proyecto que debía estar completado para finales de 1988, entre otros planes similares en otros puntos del planeta.

Mandíbulas del tiburón cocodrilo (fuente: R. Meléndez, S. López & E. Yáñez, Investigaciones marinas, 2006²).
Ante esta perspectiva, la AT&T no escatimó esfuerzos y puso en marcha un riguroso programa para evaluar el problema en todas sus dimensiones. Básicamente, se trataba de identificar al culpable o culpables, explicar por qué lo hacían y determinar en qué zonas y a qué profundidades actuaban preferentemente; y sobre estos datos elaborar la estrategia más idónea para evitar que, en lo venidero, los tiburones continuasen destrozando sus cables de fibra óptica, así como su credibilidad y fiabilidad a ojos de accionistas e inversores comprometiendo sus planes de crecimiento.

La segunda cuestión parecía, en principio, la más sencilla de resolver. Estudios in situ con el Optican-1 habían demostrado que los estímulos visuales, acústicos y químicos carecían del más mínimo interés para un tiburón, por lo que se pensó que con toda probabilidad era el campo eléctrico generado por los cables el que habría atraído a los tiburones y desencadenado los ataques. Sin embargo, los diversos experimentos llevados a cabo no aportaron, desgraciadamente, resultados concluyentes. Probaron a tender un tramo del mismo tipo de cable a 800 m de profundidad en las Bermudas, con cebo y todo, durante 72 horas; luego hicieron pruebas en dos tanques con pintarrojas reticuladas (Scyliorhinus retifer) del Marinelife Acuarium de Mystic, Connecticut; más tarde lo mismo en dos tanques del Mote Marine Laboratory de Sarasota, Florida, que contenían tiburones limón (Negaprion brevirostris) recién capturados. Resultado: nada concreto a lo que agarrarse. Primer problema para los expertos de la AT&T.
Fig. 2. Optican-1

En cuanto a la primera cuestión, la identidad del saboteador o saboteadores, el examen de las más de cincuenta piezas dentarias recuperadas trajo una pequeña gran sorpresa. Dos dientes presentaban una cúspide plana de bordes aserrados que con toda seguridad pertenecían a un carcharhínido, probablemente un jaquetón de ley (Carcharhinus longimanus). Los restantes tenían una cúspide cónica, más o menos fina, alargada y muy afilada; algunos tal vez eran de tiburón duende (Mitsukurina owstoni), pero la gran mayoría correspondían a un pequeño bicho tan extraño e insólito como poco conocido, el tiburón cocodrilo (Pseudocarcharias kamoharai).
     El carcharhínido enseguida quedó libre de toda culpa. Sus dientes se habían encontrado en una parte del cable próxima a Gran Canaria donde no se había producido fallo alguno, seguramente se habían desprendido en un único mordisco. Aparte, el rango batimétrico de especies como el longimanus raras veces va más allá de los 200 m, y los fallos se habían producido a profundidades bastante superiores. Todo ello dejaba un único culpable: el Pseudocarcharias. Segundo problema, y no precisamente el menos importante.

 
Foto: raulsinho r, tomada de FishBase.

El tiburón cocodrilo no es una especie de hábitos bentónicos, sino mesopelágica. Suele vivir lejos de la costa, desde la superficie hasta posiblemente más abajo de los 600 m (sus grandes ojos delatan que es un depredador adaptado a la penumbra). Es un potente nadador que con toda probabilidad realiza migraciones verticales, como muchas especies de aguas profundas. Así pues, lo primero que se pensó fue que los ataques habían ocurrido mientras bajaban el cable, en aguas intermedias, y que el fallo de transmisión se habría producido tiempo después debido al rápido deterioro de la cubierta. Pero las pruebas realizadas con cable dañado y sumergido en un entorno controlado descartaron esta posibilidad. Ya solo quedaba una opción: los tiburones se habían dedicado a pegar mordiscos en tramos de cable que habían quedado suspendidos por encima del fondo, sobre alguna roca, grieta o cualquier otro accidente del relieve; y probablemente no había habido un único factor desencadenante de los ataques, sino varios: el campo electromagnético, las vibraciones del cable tensionado entre dos puntos... Difícil decidirse.
Fig. 3. Cable FBP.

La único que tenían bien claro los expertos de la AT&T era que tanto el Optican-1 como los siguientes prototipos para aguas profundas debían llevar una protección extra contra las mordeduras de tiburón. Y tras dar unas cuantas vueltas a unas cuantas posibilidades, optaron por un sistema de doble capa de lámina de acero (véase fig. 3). Pero esto planteaba un tercer problema: multiplicaba sobremanera el coste del producto, era inviable reforzar la totalidad de un tendido que podía llegar a tener varios miles de kilómetros (recordemos que la mirada de la AT&T estaba centrada en el inminente proyecto del cable transatlántico TAT-8, el Optican-1 no era más que un ensayo). Se imponía investigar qué tramos debían llevar necesariamente esa protección extra y cuáles no. Con los datos en la mano, quedaban eliminados los que se encontraban en aguas de la plataforma, que no habían sido objeto de ataques... pero quedaba el talud... y todo lo demás. Casi nada.

Hacia finales de 1986 la AT&T organizó una expedición de nueve semanas con un equipo internacional de biólogos marinos para muestrear tanto el recorrido del Optican-1 como la zona de la dorsal Atlántica por donde pasaría el TAT-8, que aproximadamente quedaba a la altura de las Islas Británicas. Como os podéis imaginar, el objetivo era averiguar qué especies potencialmente "dañinas" había en cada zona y a qué profundidades se encontraban preferentemente. Y aquí tenéis el resultado:
Fuente: Louis Marras, IEEE Journal of Oceanic Engineering, 1989.
En Canarias se realizaron cinco catas (números 1-C al 5-C, cuya localización encontraréis arriba en la figura 1) en las que se capturaron un total de 175 tiburones pertenecientes a ocho especies distintas: pailonas (Centroscymnus coelolepis), viseras (posiblemente Deania calcea), quelvachos (Centrophorus granulosus), tollos raspa (Etmopterus princeps), negras (Dalatias licha), dos musolones (Pseudotriakis microdon) uno de ellos cuyo contenido estomacal incluía una pera, patatas cocidas, una lata de refresco portuguesa y un paquete de tabaco, cañabotas (Hexanchus griseus), y un bicho que podía ser un tiburón de Groenlandia (Somniosus microcephalus), o quizá un dormilón (Somniosus rostratus), el único tiburón capturado en la franja de los 3000 m... Tiburones cocodrilo, ¡ni uno!
      En la dorsal atlántica fueron cuatro catas con un resultado un poco más pobre: una pailona, un tiburón de Groenlandia y un quelvacho, éste en torno a los 3100 m. Por supuesto, ningún cocodrilo, como era de esperar, dado que su distribución no llega hasta esas latitudes.

Foto: PIRO-NOAA, tomada de Wikipedia.

Como se ve, la mayoría de las capturas se realizaron en una amplia extensión vertical comprendida entre los 500 m y los 2500 m, seguramente más amplia de lo deseable para la AT&T. Algunas especies podían considerarse saboteadores en potencia, si bien el culpable de verdad logró escapar sin dejar rastro, quizá junto con quién sabe qué otros compinches no identificados. La recomendación de los expertos fue tender el cable reforzado el denominado cable FBP, 'fishbite-protected'en los tramos del talud americano y europeo comprendidos entre los 1000 y los 2600 m, pues tanto en las llanuras abisales como en los primeros centenares de metros desde la superficie, el peligro de ataques era muy reducido y, en todo caso, el coste de una eventual reparación compensaba con creces la elevadísima inversión en muchos kilómetros de cable FBP.

Y aquí termina la historia. La conexión atlántica a través del TAT-8 se inauguró en diciembre de 1988, como estaba previsto, y se mantuvo en servicio hasta el año 2002, parece ser que sin contratiempos. 

Por lo que respecta a los tiburones, podemos extraer dos notas positivas de todo esto. La primera es que gracias a la expedición patrocinada por la AT&T los científicos pudieron comprobar que en las Canarias los tiburones de aguas profundas eran más numerosos y variados de lo que se creía, además de demostrarse que probablemente la distribución del tiburón de Groenlandia llegaba hasta zonas tan meridionales como el norte de África. La compañía tuvo el buen gusto de entregar los ejemplares capturados a diversos organismos científicos para su estudio y catalogación, ampliando así nuestro campo de conocimiento.
      La segunda es una apreciación de índole personal: constatar lo reconfortante que resulta saber que un minúsculo y puñetero bicho todavía es capaz de poner en jaque a toda una moderna, eficiente y todopoderosa multinacional.

Definitivamente, el tiburón cocodrilo es un bicho la mar de simpático; es imposible que pueda caerle mal a nadie.

Foto: NOAA Observer Program.

Pero no perdamos la perspectiva. Por muy encantador que nos resulte, debemos agradecer a los dioses que el Pseudocarcharias kamoharai no suela sobrepasar el metro de longitud, porque es uno de los tiburones más feroces y obstinados que existen, mucho más que su cinematográfico primo, el tiburón blanco, con el que guarda cierto parecido (no en vano pertenecen al mismo orden, Lamniformes). Dicen que en Cape Point, Sudáfrica, una vez lograron capturar un ejemplar solo porque había saltado fuera del agua persiguiendo el cebo. Es un bicho extraordinariamente combativo y voraz, incluso desde antes de nacer: dentro del útero de su mamá no solo practica la oofagia, sino también, según se cree, el canibalismo intrauterino con sus hermanos y hermanas (son ovíparos aplacentarios), dando lugar a camadas reducidas de alrededor de cuatro crías. El hecho de que no se acaben matando entre ellas hasta quedar una sola por útero es para algunos un auténtico misterio. 
      Única especie de su familia, Pseudocarchariidae, el nombre parece ser la traducción del japonés Mizu-wani, que viene siendo algo así como 'cocodrilo de agua', tal vez debido a sus dientes largos y prominentes y quizá también porque al ser capturados se revuelven y lanzan dentelladas a diestro y siniestro produciendo un característico chasquido como el de aquellos reptiles. Quién sabe. Por si acaso, que se queden donde están y no les dé por acercarse a tierra a morder bañistas.

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¹Roberto Meléndez, Sebastián López & Eleuterio Yáñez (2006). "Nuevos antecedentes de Pseudocarcharias kamoharai (Matsubara, 1936) (Chondrichthyes: Lamniformes: Pseudocarchariidae) off Northern Chile". Investigaciones Marinas, vol. 34, nº 2.
²Louis Marra (1989). "Sharkbite on the SL Submarine Lightwave Cable System: History, Causes, and Resolution". IEEE Journal of Oceanic Engineering, vol. 14, nº 3.

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