La teoría de la identificación errónea es ya un clásico en los debates sobre el porqué de los ataques de tiburón, en particular los que tienen como protagonista al tiburón blanco (Carcharodon carcharias) y su supuesta afición por mordisquear surfistas. Como sabéis, la idea es que en su gran mayoría son consecuencia de un error de identificación: el hambriento animalico confunde al surfista con una foca; camuflado contra el fondo, observa una forma que encaja en el perfil de presa que lleva grabado en el disco duro de su cerebro y se abalanza sobre ella. Quienes defienden esto argumentan que, vista desde abajo, la silueta de una tabla con un surfista encima, braceando y pataleando, recortada contra la claridad de la superficie, se parece a la de un pinnípedo como el elefante marino del norte (Mirounga angustirostris), uno de sus platos favoritos. Hay quien añade —sorprendentemente— que el gran blanco no tiene una gran agudeza visual y que por encima no siempre las condiciones de visibilidad son las más idóneas.
Sin embargo, pese a su aparente lógica, esta teoría jamás ha sido testada o probada efectivamente, por lo que llama la atención que todavía siga gozando de una amplia difusión y predicamento, tanto más cuanto que, ya desde el primer momento, no han sido pocos los científicos que han manifestado serias dudas y reservas al respecto, empezando por el hecho de que el tiburón blanco tiene en realidad una vista muy buena. Hace pocas semanas se publicaba un interesante trabajo que recoge y actualiza algunos de sus argumentos a la luz de nuevos datos y observaciones. Lleva el elocuente título de "Do White Shark Bites on Surfers Reflect Their Attack Strategies on Pinnipeds?" ['¿Las mordeduras de tiburón blanco a surfistas son un reflejo de sus estrategias de ataque a los pinnípedos?']¹ y está firmado por Erich Ritter, el tipo aquel tan extravagante al que, como recordaréis, no se le ocurrió mejor idea que meterse entre un grupo de C. leucas para probar no-sé-qué y acabó mordido en una pata justo delante de las cámaras de Discovery Channel, y Alexandra Quester.
Estos autores analizaron 67 incidentes ocurridos entre 1966 y 2015 en las costas de California y Oregón, en el Pacífico norteamericano, para llegar a la demoledora conclusión de que eso de la identificación errónea es un cuento chino². No existen evidencias de ningún tipo que sustenten esta teoría, más bien al contrario. Ni el tipo de daños causados, tanto a la persona como a la tabla, ni las tallas de los tiburones implicados concuerdan con un ataque con fines depredadores.
Diversos tipos de daños en tablas de surf... y de heridas en algunos pobres leones marinos. |
Una explicación que suele darse es que tan pronto se produce el contacto con el surfista, la tabla, o ambos —a veces bien encajaditos entre sus fauces—, los afinadísimos receptores químicos dispuestos en distintos puntos de la cavidad bucal detectan el error; el cerebro efectúa el cálculo coste-beneficio, concluye que no merece la pena emplear tanta energía en consumir una cosa tan mala y de tan poca sustancia, y el bicho, decepcionado, la suelta —la escupe—. Todo ello prácticamente en décimas de segundo. Aun aceptando esto, la violencia del encuentro inicial —más bien encontronazo— por fuerza debería causar daños bastante más graves, como los observados en leones marinos que lograron escapar de algún ataque, bien para seguir viviendo, bien para morir, atravesados de dolor, en una playa o sobre las tristes rocas de un islote.
Otra posible explicación vendría dada por la técnica de caza bautizada en su momento por John McCosker como bite and spit ('morder y escupir'). Tras el brutal ataque, el tiburón suelta su presa y, desde una distancia de seguridad, aguarda hasta que se muera o quede suficientemente debilitada antes de proceder a devorarla con tranquilidad (el tiburón blanco es una criatura muy precavida, y con razón, pues aun herido de gravedad, un león marino adulto puede causar heridas muy serias). Durante este intervalo es cuando el surfista puede ser rescatado y recibir la asistencia médica necesaria. Pero igual que en el caso anterior, las evidencias hablan por si solas: el 76% de los supuestos ataques analizados no habrían servido para incapacitar a un pinnípedo.
En Point Reyes, California. Foto de Scott Anderson. |
Pues bien, solo en 24 de los incidentes analizados se pudo lograr una estimación fiable de las tallas, pero incluso así los datos son reveladores, o al menos dan mucho que pensar: en el 50% los protagonistas fueron juveniles de entre 2,5 y 3,5 m, y en otro 25%, individuos de entre 3,5 y 4,5 m. ¿Cómo se explica esto? ¿Una casualidad, o es que a los jóvenes tiburones también les pone el surf?
¿De verdad que el tiburón blanco es incapaz de distinguir una foca de una tabla de surf con un señor (o señora) encima? El Carcharodon carcharias lleva cazando pinnípedos desde sus mismos orígenes como especie, con toda probabilidad siguiendo la senda abierta por sus padres y abuelos. Por eso cuesta creer que a lo largo de 6 millones de años de evolución paralela un depredador tan eficiente no haya tenido tiempo de forjarse una imagen clara y fidedigna, desde todas las perspectivas posibles, de una de sus presas primordiales, sobre todo porque de ello depende su supervivencia. La vista es un sistema de primer orden que el tiburón blanco emplea para localizar a sus presas y para fijar, por así decirlo, la diana de su trayectoria de ataque. Según se cree, utiliza una especie de búsqueda por imagen: en su cerebro guarda un archivo de imágenes con las que compara cualquier objeto o figura que detecta. Cuando hay coincidencia ataca, si no la hay puede acercarse a investigar, a ver qué es eso, a qué sabe.
Foto de Michael Scholl. |
Investigaciones y juegos. Los tiburones blancos son criaturas sumamente inteligentes y, en consecuencia, sumamente curiosas. Se les ha podido observar en infinidad de ocasiones acercándose a investigar, golpeándolos o mordiéndolos, los más diversos objetos, con aproximaciones indirectas u orientadas en función de su forma, tamaño y color, desde los más extraños hasta los más familiares, como los señuelos que imitaban la forma de sus presas. Y siempre el sentido de la vista jugando un papel fundamental.
Una dieta tan variada y cambiante ontogénicamente hace de la curiosidad una necesidad. El tiburón necesita investigar constantemente, descubrir nuevas fuentes de alimento, encontrar las estrategias más idóneas para detectarlas y cazarlas. Por eso se acerca a los surfistas, golpea sus tablas, los "sopesa" con la boca (el tiburón no tiene manos) y, si no queda satisfecho, los vuelve a morder, a veces orientando la mordida para tratar de apreciar mejor su sabor y su contenido energético. Forma parte de su proceso de aprendizaje. Esto explica por qué la mayoría de las heridas son leves o moderadas y por qué los ejemplares implicados eran juveniles en su mayoría. Pero incluso en aquellos casos donde los daños fueron graves de verdad y además provocados por individuos de gran talla, de 4 a 6 m (un total de 7), la actividad investigadora no se puede descartar del todo. Según los autores, las heridas secundarias, causadas por las reacciones de la víctima, pueden llegar a ser tan severas o más que las del propio mordisco.
Y no nos olvidemos del juego, uno de los elementos más decisivos en el proceso de aprendizaje de todo gran depredador. Gracias a él, un animal aprende a controlar sus movimientos, a dominar su cuerpo, a practicar y perfeccionar su técnica... aprende, en definitiva, a ser depredador. Por eso los tiburones blancos interactúan, "juegan", con los diversos objetos y bichos que encuentran, tal como se ha descrito. Se les ha visto acercarse a un surfista en súbitas y poderosas arrancadas, pese a tratarse de un objeto desconocido, que después quedaban en nada, o terminaban en un golpe, un roce o un pequeño mordisco. La teoría del juego explica el porqué de ese 50% de juveniles menores de 3,5 m implicados en los supuestos ataques.
En fin, para concluir, que este artículo ya se nos ha ido bastante de las manos, lo cierto es que no deberíamos hablar de "ataques", sino de encuentros, o si lo preferís, de incidentes, en los que el tiburón no pretendía cazar una presa, sino investigar, aprender jugando, sobre todo los más chiquitines, que es que son un amor.
PS: Sobre el juego en los tiburones, podéis consultar este breve artículo sobre un pariente muy cercano del tiburón blanco, el cailón: Los juegos de los jóvenes cailones (Lamna nasus).
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¹La referencia completa es: Erich Ritter & Alexandra Quester (2016). Do White Shark Bites on Surfers Reflect Their Attack Strategies on Pinnipeds? Journal of Marine Biology (1):1-7. http://dx.doi.org/10.1155/2016/9539010.
²Naturalmente, no lo dicen con estas palabras, sino así: "The results presented show that the theory of mistaken identity, where white sharks erroneously mistake surfers for pinnipeds, does not hold true and should be rejected" ('Los resultados que presentamos muestran que la teoría de la identificación errónea, según la cual los tiburones blancos confunden surfistas con pinnípedos, no es cierta y debe ser rechazada').
³Según la escala empleada, los daños leves comprenden laceraciones y pequeñas heridas punzantes en la persona, y arañazos y muescas superficiales en la tabla; los moderados, heridas subcutáneas sin pérdida de tejidos, y, en la tabla, muescas y cortes moderados, en los que el diente penetra hasta la mitad, sin pérdida de material. Tablas y surfistas se valoran conjuntamente, puesto que ambos son percibidos por el tiburón, al menos en teoría, como una unidad, no sabemos si bajo la categoría de "cosa rara", de "bicho raro", o qué (el estudio tampoco lo deja claro).