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domingo, 26 de julio de 2015

La parada de los monstruos

Tiburón toro (Carcharias taurus) con una severa deformación en la columna. Fuente: Huber et al., JEB.

En 1932 Tod Browning estrenaba su obra maestra Freaks ('Fenómenos', 'Engendros'), traducido aquí como La parada de los monstruos. La película resultó absoluto fracaso de público y de taquilla, y prácticamente marcó el final de su carrera como director. Lo que hoy es una obra de culto provocó en su día tal rechazo, repugnancia e indignación, que acabó siendo retirada de la gran mayoría de las salas de cine llegando incluso a estar prohibida en países como el Reino Unido.

Por vez primera, el espectador se encontraba, de improviso y sin anestesia, observando en pantalla grande como un grupo de personas reales ―no actores maquillados― con graves deformidades físicas y psíquicas interactuaban entre si con toda la naturalidad del mundo, como si fuesen "personas normales" o, al menos, tan normales como ellos mismos, dentro de una trama repleta de escenas cotidianas, arrastrados por pasiones tan "humanas" y tan "normales" como el amor, la risa, el odio y el deseo de muerte y de venganza. Parece que la visión de los monstruos, cuando son demasiado humanos, despierta en nosotros profundos y, a veces, violentos sentimientos de malestar y repulsión.

Con los animales nos ocurre algo parecido, si bien la intensidad de estos sentimientos parece disminuir en función de la distancia taxonómica y por tanto afectiva que nos separa. No es lo mismo observar un cervatillo deforme que una merluza con chepa o un tiburón de dos cabezas. No hay color.

Captura de vídeo de un embrión de tintorera con bicefalia filmado por Manuel Patiño, patrón del Talasa, un pesquero de Ribeira que se encontró el animal durante una campaña en aguas de Perú en 2013. Tomado de la página de AXENA.
El tiburón es un animal de extraordinaria belleza. Observar la delicada perfección de las líneas de una tintorera deslizándose a través del agua sin esfuerzo aparente, como planeando sobre el abismo, supone, para quienes amamos a estos bichos, un verdadero goce estético, si me permitís la cursilada. Pero los tiburones, al igual que el resto de los seres vivos, no están libres de padecer malformaciones, deformidades anatómicas que en algunos casos dan lugar a aberraciones con escasas o nulas perspectivas de viabilidad. El embrión de la fotografía de arriba fue devuelto al mar cuando todavía estaba vivo, aunque su esperanza de vida con toda probabilidad no iba a extenderse más allá de unas escasas horas, siendo optimistas.

Tiburón blanco con importante malformación en la columna.

Los registros de tiburones con malformaciones no son muy abundantes, lo que puede ser síntoma de una incidencia relativamente baja, al menos en su medio natural, o puede también que la propia naturaleza inabarcable del medio dificulte su detección. También está el hecho de que los neonatos con patologías más severas o bien tardan poco tiempo en morir, o son inmediatamente eliminados por sus depredadores.

En cautividad existen datos que abren una perspectiva tal vez diferente. Huber et al. sostienen que aproximadamente el 35% de los tiburones toro (Carcharias taurus) que observaron en acuarios mostraban algún tipo de malformación en la columna, desde vértebras comprimidas y pérdida de espacio intervertebral hasta casos de espondilosis severa. Esto puede ser debido a una lesión previa que se hubiera visto agravada durante su captura y traslado al acuario (situaciones, además, fuertemente estresantes para el animal), o bien que se hubiese originado en algún momento de todo el proceso; sin olvidarnos de las propias condiciones de habitabilidad del tanque, carencias nutricionales incluidas¹.

Morro severamente truncado de un tiburón hocicudo gris (Rhizoprionodon oligolinx). Fuente: A. B. M. Moore, Journal of Fish Biology, 2015.

Se han descrito ejemplares con diversas malformaciones en la columna vertebral (escoliosis, lordosis, cifosis), en las aletas y en los cartílagos rostrales, que llegan a deformar cuerpos y rostros a veces de manera grotesca o aberrante.

Se dan también casos de tiburones y rayas donde o bien falta una aleta o hay una aleta de más. Se ha reportado la falta de la segunda dorsal en la gata leonada (Nebrius ferrugineus) y de las pélvicas en el jaquetón lechoso (Rhizoprionodon acutus).

Jaquetón lechoso (Rhizoprionodon acutus) sin aletas pélvicas. Fuente: A. B. M. Moore, Journal of Fish Biology, 2015. Posiblemente el primer caso descrito de ausencia de aletas en una especie de tiburón.
Pero sin duda uno de las malformaciones más sorprendentes es la bicefalia. Este embrión de jaquetón toro (Carcharhinus leucas) se encontró en el interior de una hembra capturada en 2011 en los Cayos de Florida. El ejemplar, de talla claramente inferior a la esperable en un embrión a término, presentaba dos corazones y dos hígados bien diferenciados. Sus cuatro hermanos eran absolutamente normales². Es el primer caso de bicefalia en esta especie.


La bicefalia es la consecuencia de una anomalía conocida como bifurcación axial que ocurre en los primeros estadios de la embriogénesis. Durante la gastrulación de un óvulo, cuando la parte rostral del tubo neural se bifurca dando lugar a dos cabezas. Algo así como si el proceso de formación de gemelos quedase súbitamente truncado. Este fenómeno se ha documentado en otras especies de tiburón como la mielga (Squalus acanthias), el galludo (Squalus blainville), el cazón (Galeorhinus galeus), el jaquetón lechoso (Rhizoprionodon acutus), el tiburón poroso (Carcharhinus porosus) y la tintorera (Prionace glauca). Y recientemente [actualizamos a 22-X-2016] se ha descrito el primer caso en una especie ovípara, concretamente en un embrión de olayo atlántico (Galeus atlanticus) hallado en el Mediterráneo. Presentaba cuatro dorsales, dos tubos neurales, dos aortas dorsales y dos corazones, dos esófagos que daban a dos estómagos, y dos hígados pero un solo intestino³.

Radiografía que muestra como la bifurcación se inicia a partir de la cintura pectoral. En las imágenes de la derecha se pueden observar los dos corazones (H), los esófagos (O) y los dos hígados (L) junto con el intestino (I). Fuente: C. M. Wagner et al., Journal of Fish Biology, 2013.
A veces en esto de bicefalias suele incluirse un fenómeno en principio parecido, pero que no debe confundirse: la diprosopia, en la que no hay dos cabezas, sino una bifurcación parcial de una sola cabeza. Existe al menos un registro de este fenómeno en una tintorera capturada el norte de Chile.
A la izquierda, representación de la tintorera con diprosopia. A la derecha, esquema de una tintorera con bicefalia (fuente: Hevia-Hormazábal et al., Int. J. Morphol., 2011).
Si la bicefalia ya es impresionante, la ciclopía, mucho más rara, lo es todavía más. Se produce cuando, debido a una anomalía en el desarrollo del cerebro anterior, las dos cavidades orbitales se fusionan para alojar un único gran ojo deformado. El ejemplar de las fotografías de abajo es uno de los 9 fetos que portaba una hembra de jaquetón lobo (Carcharhinus obscurus) capturada en los alrededores de la isla de Cerralvo, en el mar de Cortés, también en 2011. En su momento la imagen circuló ampliamente por la Red y se llegó a pensar que era uno más de los muchos bulos que se encuentran por ahí a diario, algún tipo de photoshop. Pues bien, no lo era. 

Fotos: Pisces Fleet Sportfishing.
El pobre animal (era un macho) medía 56 cm, tenía 2,6 cm de diámetro ocular y, como se puede apreciar, era también albino (el primer caso de albinismo descrito en el C. obscurus). El gran ojo ocupaba el centro de un morro totalmente achatado y desprovisto de narinas. Una tomografía reveló que también había desarrollado una única cápsula nasal. Tenía, además, la columna ligeramente deformada. No habría sobrevivido mucho tiempo tras el parto. Era carne de cañón.

Junto a uno de sus hermanos. (Foto: Pisces Fleet Sportfishing.)
Ramón Bonfil describe otro caso realmente peculiar del embrión a término de un tiburón coralino (Carcharhinus perezi) capturado en Yucatán en 1985 que presentaba un morro anormalmente corto, carente de narinas y como enroscado a modo de trompa, y dos ojos situados muy juntos en posición ventral, justo delante de la boca. Ambas órbitas compartían una misma abertura y las membranas nictitantes estaban fusionadas formando un único párpado no funcional. También le faltaba una abertura branquial.

Vistas ventral y lateral del embrión de C. perezi mostrando el tamaño y forma del morro y la posición de los dos ojos. Fuente: Bonfil, Northeast Gulf Science, 1989.

Causas.
Hasta ahora no se han podido determinar con precisión las causas de todo este amplio cuadro de malformaciones. La casuística que se baraja es amplia. Pueden ser congénitas o debidas a una enfermedad degenerativa como la artritis; pueden deberse a carencias nutricionales, infecciones parasitarias y lesiones causadas por mordeduras de depredadores o de congéneres.

Vista ventral y dorsal de la cabeza de un jaquetón lechoso (Rhizoprionodon acutus) con pérdida del extremo anterior izquierdo del morro probablemente debido al ataque de un depredador o un congénere. Fuente: A. B. M. Moore, Journal of Fish Biology, 2015

La endogamia de una población aislada puede dar lugar a deterioros genéticos que explicarían determinados casos de malformaciones. Esta es una de las hipótesis planteadas en un trabajo sobre una especie de tiburón fluvial (Glyphis sp. C, ahora Glyphis garricki) de Australia Occidental, en el que un porcentaje altísimo de los ejemplares muestreados (nada menos que 3 de 7) presentaban algún tipo de deformación en la columna.

Glypis sp. C de 994 mm de longitud total con la columna fuertemente arqueada y, como se aprecia en la imagen de rayos X, vertebradas fusionadas. Fuente: Thorburn et al., Murdoch University Centre for Fish and Fisheries Research, 2004.

Un factor de primer orden es la exposición a un elevado nivel de contaminación y estrés ambiental durante la gestación y los primeros estadios de desarrollo. En el Golfo de México se ha detectado un creciente número de malformaciones en diversas especies de organismos expuestos a los contaminantes liberados tras la catástrofe del Deepwater Horizon en 2010.

Un reciente trabajo sobre anormalidades morfológicas de tiburones capturados en el golfo Pérsico señala, además de la contaminación generada por la potentísima industria de hidrocarburos, los efectos de las plantas de desalinización que puntean todo el litoral y que arrojan, ¡al día!, nada menos que 20 millones de metros cúbicos de salmuera caliente (con alto contenido en cobre, además), lo que incrementa la salinidad y temperatura de un mar ya de por si cálido, salino y de pobre circulación.

Macho de C. taurus fotografiado por Michael McFadyen en Fish Rock Cave, Australia.


Monstruosidades.
Dejando a un lado la casuística de orden natural, no antropogénica, el último punto nos conduce inevitablemente a una reflexión final, que es siempre la misma, que vuelve una y otra vez a nosotros con la patética insistencia de la imagen de un espejo mellado, en este caso el espejo de la Naturaleza que estamos destrozando. Parece que el ser humano lleva un monstruo en su interior, un monstruo que odiamos contemplar y cuya mirada, a su vez, se nos hace insoportable. Somos capaces de realizar las obras más sublimes y, al mismo tiempo, de perpetrar los actos más innobles y monstruosos, hacia los demás pero también hacia nosotros mismos, y además cerrando los ojos a ello.

Si no somos capaces de poner en marcha esa capacidad de raciocinio de la que tanto nos vanagloriamos (supuestamente es uno de nuestros rasgos distintivos como especie) y no nos enfrentamos de una vez a nosotros mismos, no habrá nada que hacer. El mundo seguirá a paso cierto la senda monstruosa de su degradación en la que lo hemos puesto.

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¹Daniel R. Huber, Danielle E. Neveu, Charlotte M. Stinson, Paul A. Anderson, Lize K. Berzins (2013). Mechanical properties of sand tiger shark (Carcharias taurus) vertebrae in relation to spinal deformity. Journal of Experimental Biology, 216, 4256-4263, doi: 10.1242/jeb.08753
²C. M. Wagner, P. H. Rice, A. P. Pease (2013). First record of dicephalia in a bull shark Carcharhinus leucas (Chondrichthyes: Carcharhinidae) foetus from the Gulf of Mexico, U.S.A. Journal of Fish Biology, 82 (4), 1419-1422, doi: 10.1111/jfb.12064
³V. Sans-Coma et al. (2016). Dicephalous vs. diprosopus sharks: record of a two-headed embryo of Galeus atlanticus and review of the literature. Journal of Fish Biology, doi:10.1111/jfb.13175.
Valentina Hevia-Hormazábal, Víctor Pastén-Marambio & Alonso Vega (2011). Registro de un Monstruo Disótropo de Tiburón Azul (Prionace glauca) en Chile. International Journal of Morphology, nº 29(2): 509-513. http://dx.doi.org/10.4067/S0717-95022011000200034.
Olga Marcela Bejarano-Álvarez & Felipe Galván-Magaña (2013). First report of an embryonic dusky shark (Carcharhinus obscurus) with cyclopia and other abnormalities. Marine Biodiversity Records, 6, doi: 10.1017/S1755267212001236.
Ramón S. Bonfil (1989). An abnormal embryo of the reef shark, Carcharhinus perezi (Poey), from Yucatan, Mexico. Northeast Gulf Science, vol.10, nº 2, pp. 153-155.
D. C. Thorburn, D. L. Morgan, A. J. Rowland & H. S. Gill (2004). The northern river shark (Glyphis sp. C) in Western Australia (Report to the Natural Heritage Trust). Murdoch University Centre for Fish and Fisheries Research.
(Muchísimas gracias a Cesc Gallardo, buen amigo de este Blog y gran aficionado a los tiburones fluviales, por la información y el paper.)

A. B. M. Moore (2015). Morphological abnormalities in elasmobranchs. Journal of Fish Biology, doi: 10.1111/jfb.12680


martes, 14 de julio de 2015

Ataques en perspectiva: Miedo e información


Tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Foto de Frank West.
0. Tiburones, ataques, miedo y desconocimiento. El miedo a los tiburones, a ser devorado por uno bien grande y con muchos dientes, seguramente en un ataque brutal y despiadado, está muy extendido por buena parte del planeta. Llega incluso a lugares donde nadie recuerda haber visto ni oído jamás noticia de un suceso semejante. Es uno de los miedos más absurdos que existen.
     Con motivo o sin él, la palabra 'tiburón' sigue evocando en la mente de demasiadas personas pesadillas de sangre y de muerte, aun a pesar de las decenas de documentales de tv (con algunas excepciones), de los centenares de publicaciones en revistas especializadas y en diversos soportes de los grandes mass media ofreciendo todo un arsenal de evidencias científicas, datos objetivos, estadísticas, etc., en contra de semejante idea.
     Un par de "ataques" en cualquier zona remota del globo bastan para neutralizar todo ese arduo trabajo, para que esa armadura pedagógica construida con tanto esfuerzo se venga abajo en el cerebro del espectador como un castillo de naipes. De nuevo el tiburón se aparece como un asesino sediento de sangre, y de nuevo algunos gobernantes desaprensivos aprovechan la ocasión para exhibirse ante el pueblo como paladines de su seguridad autorizando batidas que no solo no logran jamás encontrar al "culpable", sino que además resultan caras, contraproducentes y de todo punto ineficaces, como se ha demostrado recientemente en Australia Occidental.
     Ante la irracionalidad del miedo y la irracional estupidez de no pocas autoridades públicas, solo cabe un recurso, el mismo, una y otra vez, con isistencia: el conocimiento y la educación. Al fin y al cabo ya sabemos que el componente principal del miedo es la ignorancia: se teme lo que no se conoce. Una vez más, hay que tomar los datos y evidencias científicas y volver a ponerlos sobre la mesa, a ser posible adoptando nuevas estrategias, nuevas formas de presentación, que nos permitan cuestionar nuestros miedos observando los ataques desde la perspectiva adecuada. Esto es lo que ha hecho un grupo de científicos californianos hace pocos días, con la publicación de un informe* en el que se demuestra que, contrariamente a lo que la gente cree, sobre todo tras los últimos ataques de tiburón ocurridos en Carolina del Sur, el riesgo de ser atacado por un tiburón blanco en California no solo no ha aumentado, sino que ha disminuido en más de un 91% con respecto a mediados del siglo pasado.
     Pero antes de echar un breve vistazo a estas cifras, es interesante entender qué es exactamente el miedo.

Foto de Lisa Perla.
1. ¿Qué es el miedo? El miedo puede definirse como la angustia o el recelo de que algo malo nos suceda, a nosotros o a los nuestros. Tenemos miedo al fracaso, al ridículo, a la muerte, al dolor, a una mutilación, a una pérdida. Como todo sentimiento, el miedo no siempre (o casi nunca) obedece a una causa totalmente objetiva y racional, es decir, ponderada ecuánimemente en todas sus dimensiones. Así, un náufrago en mitad del océano, rodeado de tiburones hambrientos y sin la más mínima perspectiva razonable de ser avistado por un buque o un avión de rescate, tiene razones más que suficientes para sentir algo más que miedo; en cambio, un señor de barba que se va a poner a remojo en la playa de la Lanzada, pues no.
     Casos extremos y absurdos aparte, un mismo elemento o circunstancia puede paralizar de terror a algunas personas o suscitar un moderado sentimiento de alerta o de preocupación en otras. Todos manejamos nuestros miedos como podemos, y no todos nos enfrentamos a la realidad de igual manera. De hecho, podemos establecer una escala de todos nuestros miedos según su grado de racionalidad o de irracionalidad y según nuestra forma de gestionarlos. Los que tienen hijos lo entenderán perfectamente si piensan, por ejemplo, en la primera vez que dejamos que crucen solos la calle. Sabemos que hay un hermoso paso de cebra que los conductores suelen respetar (a veces hay también un semáforo), sabemos que los críos han aprendido las normas más elementales y las ponen en práctica con la más ejemplar corrección, y en unos pocos casos, la verdad es que el niño ya tiene 15 años y no es daltónico ni tarado... pero el miedo a que ocurra algo siempre está ahí: a veces se manifiesta como una imagen fugaz que manejamos sin problema y dejamos pasar sin que apenas nos roce, pero para algunas personas es como una aguja que se les clavara en la piel. En la carretera, donde hay muchos coches y muchos conductores, siempre hay un riesgo, por mínimo que sea, y basta que conozcamos un solo caso desgraciado para que en determinados momentos se nos encoja el corazón.
     Pero hay un elemento racional, objetivable, en todo esto. Por eso, cuando desaparece la causa o cambian las circunstancias, el miedo se evapora. Nadie tiene miedo de los coches y del tráfico cuando está en su salón viendo la tele, con los críos durmiendo plácidamente en su habitación. Las palabras 'tráfico' y 'automóvil' han perdido el poder de generar angustia o aprensión. En cambio, mucha gente lee u oye la palabra 'tiburón' y solo piensan en que la semana que viene se van a la playa, que a lo mejor no está precisamente en Australia, sino en la provincia de Lugo. Y sin embargo, los coches matan y mutilan horriblemente a más personas que los tiburones, objetivamente hablando. ¿Por qué empeñarse en sentir miedo?

Foto: Félix Lugo.
2. ¿Miedo o fobia? En realidad, salvo en determinados lugares y circunstancias, el miedo a los tiburones está más cerca de la fobia, definida por la RAE como un terror irracional y compulsivo, que del miedo propiamente dicho, tal como lo hemos analizado arriba. ¿No entraría en esta categoría el miedo que mucha gente de aquí, de Galicia y de España en general, tiene a los tiburones, que asocian casi instintivamente con el prototipo, totalmente injusto e inmerecido, del tiburón asesino, el gran tiburón blanco? No pocos bañistas de por aquí oyen la palabra tiburón, ven una aleta de peregrino cerca de la costa (en fotografía), y se le disparan todas las alarmas.
     Más o menos entienden que una cosa es bañarse en ciertos lugares de Australia, Suráfrica, o los EEUU, y otra muy distinta hacerlo en Ribadeo o en la bocana de la ría de Muros, donde ningún paisano se ha visto jamás triturado entre las magníficas fauces del Carcharodon carcharias (y en algún caso no habrá sido por falta de velas al Apóstol). Y sin embargo...

3. Aguas un 91% más seguras en 2013 que en 1950. Pese a las apariencias, pese a todos nuestros miedos y fobias (los nuestros y los de las gentes de allí), un grupo de científicos norteamericanos ha demostrado con datos estadísticos que el riesgo de ser atacado por un gran blanco es muy inferior hoy en día de lo que lo era hace 60 años. Inferior en más de un 91%. Y estamos hablando de California, donde sí hay una importante población de tiburones blancos y donde sí ha habido ataques a personas.
     Los autores tomaron las cifras de los ataques producidos a lo largo de estos años (86 ataques, 13 con resultado de muerte) y las pusieron en relación con las estadísticas de crecimiento de la población costera, fija y de temporada, y del número de practicantes de diversos deportes y actividades acuáticas. Los datos son demoledores: en 2013 la población costera se ha multiplicado por tres con respecto a 1950; de 7000 surfistas se ha pasado a 872 000; de alrededor de 2000 buceadores titulados a principios de los 60, hemos llegado a 408 000.
     Hoy hay muchos más miles de personas que permanecen el el agua durante periodos de tiempo más prolongados que hace 60 años, la población de tiburones blancos parece que se mantiene estable o incluso, para algunas fuentes, que ha aumentado gracias a unas extremas medidas de protección, y sin embargo el riesgo es muy inferior. ¿Cómo es eso posible?

Foto: j-m ghislain.
4. Causas del descenso. La causa principal que señalan los autores del estudio es (¿lo adivináis?) el conocimiento. Conocer a los tiburones nos permite saber cuándo y cómo evitarlos, conocer sus movimientos y sus preferencias, identificar puntos calientes y puntos fríos, y por tanto anticiparnos.
"Por ejemplo, hay una mayor probabilidad de encontrarse con grandes tiburones blancos en la costa de California en otoño que en primavera, cuando emigran hacia Hawai. El riesgo de toparse con un tiburón es más alto al atardecer. (...) En el condado de Mendocino, resulta 24 veces más seguro surfear en marzo que en octubre y noviembre; y si los surfistas eligen el tramo de costa entre Los Angeles y San Diego en marzo, pueden estar 1566 veces más seguros que durante los meses de otoño en Mendocino."
Hay que recordar siempre que en este asunto la parte supuestamente racional somos nosotros. Somos nosotros quienes debemos anticiparnos, ser precavidos. Con la misma normalidad con que consultamos el parte meteorológico cuando nos preparamos para ir a la playa o a practicar algún tipo de deporte acuático, en ciertas zonas la gente puede y debe consultar cuándo y dónde hay más riesgo de tener un encuentro no deseado con un tiburón blanco, y cuándo y dónde es posible echarse al agua con tranquilidad.
     Los autores creen también que la recuperación de las poblaciones de elefantes marinos en California (de menos de 100 ejemplares a finales del XIX se ha pasado a más de 100 000 actualmente) es otro factor importante: ha contribuido a la estabilidad y ligero aumento de la población de tiburones pero también a atraerlos hacia las zonas donde se congregan y donde crían, alejándolos de este modo de los lugares ocupados por las personas. En suma, un océano un poco más sano también ayuda.
     Lo que no ayuda, lo que no sirve para nada, son las batidas, la caza indiscriminada de tiburones. Además de romper el equilibrio del mar, lo que consigue es acabar con especies "inocentes" y consumir un montón de dinero público que podría invertirse en algo más fructífero y de eficacia demostrada: conseguir más información y datos más exactos, y transmitírselos a los usuarios de las playas. El año pasado, tras unos ataques fatales ocurridos en aquellas aguas, el gobierno de Australia Occidental se gastó 22 millones de dólares australianos en batidas y no logró capturar ni un solo tiburón blanco [véase también Matar tiburones para protegernos es absurdo].

El bellísimo Carcharodon carcharias en una imagen extraordinaria de Daniel Botelho.

5. Dos datos contra miedos y fobias. En California, donde (insistimos) hay tiburones blancos y donde se han producido ataques, algunos fatales, un bañista tiene 1817 veces más probabilidades de morir ahogado que de ser atacado por uno de estos tiburones. En cuanto a los buzos, están 6897 veces más expuestos a terminar en el hospital por culpa de un accidente bárico que de un mal encuentro con el grandioso Carcharodon carcharias.

Podemos ir a la playa tranquilos.

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*Ecological Society of America. "To avoid dangerous shark encounters, information trumps culling: Risk of great white shark attack in California waters down 91 percent since 1950, researchers report." ScienceDaily. <www.sciencedaily.com/releases/2015/07/150710110418.htm>, consultado el 12 de julio de 2015.
Podéis acceder al informe desde aquí.

domingo, 5 de julio de 2015

Musola (Mustelus mustelus)

Foto: National Marine Aquarium, Plymouth, UK.

Musola

Mustelus mustelus (Linnaeus, 1758)

(es. Musola; gal. Cazón liso, canexa, camarín, cañarín; in. Smooth-hound; port. Caçao liso.)

Orden: Carcharhiniformes
Familia: Triakidae

Las musolas están entre los tiburones más abundantes en nuestra costa, y también en los acuarios de todo el país, dado que se adaptan bien a la vida en cautividad. Si vais a la Casa dos Peixes de Coruña o al acuario de O Grove, las veréis descansando sobre el fondo (son de hábitos principalmente nocturnos), aparentemente tranquilas mientras no le quitan ojo al lento deslizarse de los tiburones toro (Carcharias taurus), también habituales.
Como el cazón (Galeorhinus galeus), con el comparte familia, la musola es un tiburón de aspecto soso y anodino. No tiene tiene ojos fieros ni dientes asesinos, y su cuerpo esbelto no desprende una sensación de potencia y poderío, con lo que la gente tiende a olvidarse de él y centrarse, con una exclusividad casi insultante, en las lentas pasadas de Gastón, por ejemplo. Sin embargo, es una especie que vale la pena conocer... y conservar. La IUCN la ha catalogado como Vulnerable, pese a su teórica abundancia, pues se ha constatado un importante descenso en sus poblaciones.

Descripción. El cuerpo de la musola es esbelto, con una cabeza y un rostro cortos. La boca es también corta, con forma angular, pliegues labiales largos (el superior es ligeramente más largo que el inferior) y dentículos bucofaríngeos sólo en el extremo anterior de la lengua y paladar. Grandes ojos ovalados situados bastante juntos en posición dorsolateral; presentan membrana nictitante rudimentaria y nítida carena subocular. Espiráculos grandes detrás de los ojos. Espacio internarial amplio, entre 2,4-3,0% de la longitud total. Las dos aletas dorsales son altas (la segunda algo más pequeña que la primera y mucho mayor que la aleta anal), con la primera originándose detrás de la axila pectoral, cerca de su extremo. Presenta una cresta interdorsal. Pectorales anchas y ligeramente falcadas. El lóbulo terminal de la caudal es largo en los juveniles y más corto en los adultos, y siempre diferenciado con una muesca bien marcada; el inferior es corto, levemente falciforme en los adultos.
Librea de un color gris parduzco uniforme en el dorso y costados; superficie ventral blanquecina. Carece de lunares blancos, a diferencia de la musola pinta (Mustelus asterias), pero a veces puede presentar unas pequeñas manchas oscuras dispersas en los flancos.

Foto: Ocean Aquarium, Estambul.
Dentición. Dientes molariformes similares en ambas mandíbulas, especialmente preparados para triturar conchas. Son de cúspide baja y roma, y están dispuestos en forma de mosaico. En los dientes laterales de la mandíbula superior puede apreciarse una pequeña cuspidilla secundaria, particularmente en los jóvenes.

Fuente: J-elasmo.
Talla. Tiburón de mediano tamaño, con una talla máxima registrada de 165 cm. Al nacer miden alrededor de 39 cm. Los machos son maduros entre 70-74 cm y pueden superar los 110 cm; las hembras maduran hacia los 80 cm y llegan al menos hasta los 165 cm, correspondientes a un ejemplar capturado en el Adriático¹.

Reproducción: Especie vivípara placentaria, con cordón umbilical liso. Camadas de 4 a 15 crías (Barrull & Mate citan hasta 22) tras un periodo de gestación de 10-11 meses. El ciclo reproductivo es anual, si bien algunas hembras se reproducen en años alternos, dejando un periodo de reposo entre los embarazos². La mayor parte de los datos biológicos de que disponemos proceden del Mediterráneo. Parece ser que los apareamientos son más frecuentes entre primavera y comienzos del verano y los partos en primavera (finales de abril, principios de mayo en Túnez)³.
La longevidad máxima observada ha sido de 25 años.

Dieta. Especie especializada en crustáceos (cangrejos, cigalas, langostas, etc.), aunque también consume cefalópodos y pequeños peces óseos como las anchoas.

Hábitat y distribución. La musola es un tiburón eminentemente demersal. Se encuentra en el borde superior del talud y sobre la plataforma continental, desde los 5 hasta, al menos, los 350 m, aunque más común entre los 5-50 m. Parece que hay una cita de un ejemplar encontrado a 624 m en la zona oriental del mar Jónico. A veces muestra costumbres pelágicas, en aguas intermedias, si bien prefiere nadar cerca del fondo.

Según Ebert et al. 2013.
El área de distribución discurre todo a lo largo de la fachada del Atlántico nororiental templado, desde las Islas Británicas hasta Suráfrica (llegando incluso a bordear su extremo sur para alcanzar las costas del Índico), incluyendo las Canarias, Azores y Madeira. También en el Mediterráneo.

Pesca y conservación. La musola se captura en abundancia sobre todo con arrastre y palangre de fondo, en algunas zonas con redes de enmalle, y a veces desde la misma playa, por pescadores con caña. Es una especie de interés comercial: su carne es apreciada para su consumo, humano y animal, tanto fresca como salada o ahumada; también se aprovecha el aceite de su hígado y, como no, las aletas. En las Islas Británicas es apreciada por los pescadores "deportivos".
Aunque en general la musola está considerada una especie de común a abundante, la creciente (y a veces localmente brutal) presión pesquera a la que está siendo sometida, ha puesto sus diversas poblaciones en franco declive y, en consecuencia, ha hecho que la IUCN le haya otorgado el estatus de Vulnerable, advirtiendo de la urgente necesidad de monitorizar correctamente las capturas y evaluar la situación de las poblaciones locales, tanto de ésta como del resto de musolas.

En el Acuario de O Grove. Foto: Miguel Muniz Domínguez, Faro de Vigo.
En el Atlántico NE las cifras de desembarcos y capturas accidentales no están muy claras, en el mejor de los casos, pues muchas veces se mete en el mismo saco la musola (M. mustelus), la musola pinta (M. asterias), y en ocasiones incluso la mielga (Squalus acanthias). Para liar más la cosa, al menos en algunas lonjas se subasta como cazón. En el Mediterráneo ocurre algo parecido, si bien aquí los descartes son inferiores, la carne es más apreciada para consumo humano: las estadísticas no suelen discriminar entre M. mustelus, la especie más abundante, M. asterias y M. punctulatus. Y en las costas de África la situación empeora a pasos agigantados: el incremento de la capacidad y eficiencia pesquera en determinados países, unido al descenso de capturas de diversas especies costeras y de carcharhínidos, han puesto a la musola en el punto de mira de redes y anzuelos. La IUCN advierte de que en algunas zonas las capturas deberían reducirse nada menos que a la mitad para que la pesquería sea sostenible.

Ejemplares en la lonja de Barbate. Foto de A. M. Arias, Ictioterm.
A ver cuánto nos dura.
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¹Joan Barrull, Isabel Mate (2002). Tiburones del Mediterráneo. Llibreria El Set-ciènces, Arenys de Mar.
²Cástor Guisande González et al. (2011). Tiburones, rayas, quimeras, lampreas y mixínidos de la costa atlántica de la Península Ibérica y Canarias. Ediciones Díaz de Santos, Madrid.
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Guisande González et al., 2011.
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Serena, Mancusi et al., 2009.