Pues resulta que esos «ojos sin vida, de muñeca», esos ojos «negros y quietos» que Quint describió en aquella magistral escena de
Tiburón, llenando nuestros corazones de más angustia, si cabe, ni son negros ni carecen de vida ni están quietos. La realidad es que, vistos bien de cerca, los ojos del tiburón blanco, al igual que los de sus parientes más cercanos, los marrajos, se parecen más a los de una cabra montesa miope que a los de cualquier monstruo o muñeca diabólica que se nos ocurra. La ciencia siempre cortándonos el rollo.
Los lámnidos constituyen un grupo de potentes depredadores pelágicos dotados de un robusto sistema sensorial con el que localizan y dan caza a sus presas con una eficacia devastadora. Uno de los principales componentes de ese sistema es sin duda la vista. Puede decirse que, en cierta medida, son cazadores visuales, por eso tienen esos grandes e inquietantes ojos y por eso es tan importante conocer su estructura y funcionamiento.
Hace apenas un par de años —sorprendentemente tarde para tratarse de tiburones de tal relevancia social, cultural y económica—, los científicos descubrieron, tras analizar los ojos de tres de las cinco especies de que consta la familia, el tiburón blanco (Carcharodon carcharias), el marrajo (Isurus oxyrinchus) y el cailón o marrajo sardinero (Lamna nasus), que sus pupilas eran horizontales¹, como las de las cabras montesas, y que, como ellas, el iris lo tenían de color marrón oscuro.
Y nosotros convencidos, porque así lo habíamos leído y escuchado centenares de veces, de que los ojos del tiburón blanco eran azules, lo cual en el fondo nos encantaba, porque de algún modo contribuía a reforzar ese aura de misterio que lo rodea —el azul es el color de la inmensidad del océano y bla, bla, bla—. Pues parece que no: cuando se los examina bajo la fría luz del laboratorio, son marrones. Lo único que tienen azul es esa especie de anillo que bordea el iris, que está formado por el limbo y el margen anterior de la esclerótida².
En general, los tiburones poseen, como nosotros, pupilas móviles, que se abren y cierran para controlar o modular la cantidad de luz que entra en el ojo (aunque, para ser exactos, habría que precisar que es el iris el que se abre y cierra, como el diafragma de una cámara fotográfica, mediante la acción de sus fibras musculares; la pupila simplemente es el nombre que recibe su abertura central). La pupila móvil tiene la ventaja de que permite una mayor profundidad de campo que las pupilas fijas de muchos peces óseos.
En posición dilatada, la pupila de los tiburones suele ser redondeada u ovalada; cuando está cerrada adopta una gran variedad de formas, tamaños y posiciones: redondeadas o alargadas en vertical, en diagonal o en horizontal, formando una hendidura recta o dibujando una eme³.
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Primeros planos de dos marrajos en los que se aprecian las hendiduras horizonales de sus pupilas. Izq. Cailón salmonero (Lamna ditropis). Foto: Ron Watkins. Dcha. Marrajo (Isurus oxyrinchus). Foto: Joe Romeiro. Fotos tomadas de Burt, Skomal & Dubielzig, Research Square, 2021 |
El estudio de la forma y disposición de las pupilas puede ayudarnos a comprender aspectos diversos del comportamiento y estilo de vida de sus propietarios, al fin y al cabo son el resultado de un tenaz proceso de adaptación a un medio tan extraordinariamente complejo y dinámico como es el mar, en el hay que tener en cuenta no solo la estructura y relieve —cuando lo hay— del entorno físico, sino la intensidad y espectro de la luz solar que penetra en él, que como sabemos varían enormemente en función de factores como la profundidad o la cantidad de partículas en suspensión, entre otros. El caso que estamos comentando es un ejemplo particularmente interesante.
Entre otras ventajas, las pupilas horizontales ofrecen una visión panorámica, es decir, un mayor campo de visión para detectar presas en movimiento como las focas o los atunes y permiten un cierre más completo en condiciones de intensa luminosidad. El iris de los lámnidos, de hecho, dispone de fibras musculares particularmente robustas. Teniendo en cuenta que en las numerosas fotografías y vídeos examinados no hallaron evidencias de pupilas en posición dilatada, Burt et al. concluyen que los ojos de estos tiburones son tan sensibles que tanto la luz ambiente de la superficie como la de las cámaras submarinas bastan para desencadenar una veloz constricción de la pupila.
Pero la pupila horizontal también tiene desventajas, según leemos en el trabajo citado. Una es la asimetría en la transferencia de los detalles espaciales a la retina y otra la pérdida de nitidez o agudeza visual, aunque esto también va a depender de en qué medida la estructura de la retina o cualquier aberración en el ojo puedan ser capaces de compensarlo.
En el caso del tiburón blanco, se ha observado que las células fotorreceptoras de su retina no se concentran formando una especie de franja horizontal, como ocurre en otros tiburones, sino en una fóvea o area centralis, como las personas. La fóvea es una pequeña zona especializada de la retina —adopta la forma de una suave depresión en su superficie— particularmente sensible al color (solo contiene conos) y la principal responsable de nuestra agudeza visual. Poner la vista en una posible presa o examinar cualquier objeto extraño, como un señor de barbas flotando en tanga en el azul, implica por tanto dirigir hacia la fóvea el haz de luz de su imagen, exactamente igual que hacemos nosotros, por eso estos tiburones tienen una movilidad ocular tan amplia, para la que disponen de fuertes músculos extraoculares.
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Izq. Globo ocular de un tiburón blanco adulto en el que se observa la hendidura de la pupila. Dcha. Detalle del ojo de un ejemplar vivo (foto de George Probst). Tomadas de Burt, Skomal & Dubielzig, Research Square, 2021.
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El trabajo de Burt, Skomal y Dubielzig no es más que una primera aproximación a la estructura ocular de los lámnidos, tal como ellos mismos se encargan de resaltar. Es una puerta apenas franqueada al fascinante universo de los tiburones.
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¹Megan Burt, Greg Skomal & Richard Dubielzig (2021). Unique iris and pupil morphology in lamnid sharks. Research Square. https://doi.org/10.21203/rs.3.rs-904993/v1
²La esclerótida es el tejido fibroso que recubre el ojo desde la córnea hacia el nervio óptico en la parte posterior del ojo. El limbo es la estrecha franja comprendida entre la eslerótida y la córnea.
³Para una información más detallada puede consultarse Shaun P. Collin (2018). Scene through the eyes of an apex predator: a comparative of the shark visual system. Clinical and Experimental Optometry, 101:5. 624-640. doi:10.1111/cxo.1283