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martes, 14 de julio de 2015

Ataques en perspectiva: Miedo e información


Tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Foto de Frank West.
0. Tiburones, ataques, miedo y desconocimiento. El miedo a los tiburones, a ser devorado por uno bien grande y con muchos dientes, seguramente en un ataque brutal y despiadado, está muy extendido por buena parte del planeta. Llega incluso a lugares donde nadie recuerda haber visto ni oído jamás noticia de un suceso semejante. Es uno de los miedos más absurdos que existen.
     Con motivo o sin él, la palabra 'tiburón' sigue evocando en la mente de demasiadas personas pesadillas de sangre y de muerte, aun a pesar de las decenas de documentales de tv (con algunas excepciones), de los centenares de publicaciones en revistas especializadas y en diversos soportes de los grandes mass media ofreciendo todo un arsenal de evidencias científicas, datos objetivos, estadísticas, etc., en contra de semejante idea.
     Un par de "ataques" en cualquier zona remota del globo bastan para neutralizar todo ese arduo trabajo, para que esa armadura pedagógica construida con tanto esfuerzo se venga abajo en el cerebro del espectador como un castillo de naipes. De nuevo el tiburón se aparece como un asesino sediento de sangre, y de nuevo algunos gobernantes desaprensivos aprovechan la ocasión para exhibirse ante el pueblo como paladines de su seguridad autorizando batidas que no solo no logran jamás encontrar al "culpable", sino que además resultan caras, contraproducentes y de todo punto ineficaces, como se ha demostrado recientemente en Australia Occidental.
     Ante la irracionalidad del miedo y la irracional estupidez de no pocas autoridades públicas, solo cabe un recurso, el mismo, una y otra vez, con isistencia: el conocimiento y la educación. Al fin y al cabo ya sabemos que el componente principal del miedo es la ignorancia: se teme lo que no se conoce. Una vez más, hay que tomar los datos y evidencias científicas y volver a ponerlos sobre la mesa, a ser posible adoptando nuevas estrategias, nuevas formas de presentación, que nos permitan cuestionar nuestros miedos observando los ataques desde la perspectiva adecuada. Esto es lo que ha hecho un grupo de científicos californianos hace pocos días, con la publicación de un informe* en el que se demuestra que, contrariamente a lo que la gente cree, sobre todo tras los últimos ataques de tiburón ocurridos en Carolina del Sur, el riesgo de ser atacado por un tiburón blanco en California no solo no ha aumentado, sino que ha disminuido en más de un 91% con respecto a mediados del siglo pasado.
     Pero antes de echar un breve vistazo a estas cifras, es interesante entender qué es exactamente el miedo.

Foto de Lisa Perla.
1. ¿Qué es el miedo? El miedo puede definirse como la angustia o el recelo de que algo malo nos suceda, a nosotros o a los nuestros. Tenemos miedo al fracaso, al ridículo, a la muerte, al dolor, a una mutilación, a una pérdida. Como todo sentimiento, el miedo no siempre (o casi nunca) obedece a una causa totalmente objetiva y racional, es decir, ponderada ecuánimemente en todas sus dimensiones. Así, un náufrago en mitad del océano, rodeado de tiburones hambrientos y sin la más mínima perspectiva razonable de ser avistado por un buque o un avión de rescate, tiene razones más que suficientes para sentir algo más que miedo; en cambio, un señor de barba que se va a poner a remojo en la playa de la Lanzada, pues no.
     Casos extremos y absurdos aparte, un mismo elemento o circunstancia puede paralizar de terror a algunas personas o suscitar un moderado sentimiento de alerta o de preocupación en otras. Todos manejamos nuestros miedos como podemos, y no todos nos enfrentamos a la realidad de igual manera. De hecho, podemos establecer una escala de todos nuestros miedos según su grado de racionalidad o de irracionalidad y según nuestra forma de gestionarlos. Los que tienen hijos lo entenderán perfectamente si piensan, por ejemplo, en la primera vez que dejamos que crucen solos la calle. Sabemos que hay un hermoso paso de cebra que los conductores suelen respetar (a veces hay también un semáforo), sabemos que los críos han aprendido las normas más elementales y las ponen en práctica con la más ejemplar corrección, y en unos pocos casos, la verdad es que el niño ya tiene 15 años y no es daltónico ni tarado... pero el miedo a que ocurra algo siempre está ahí: a veces se manifiesta como una imagen fugaz que manejamos sin problema y dejamos pasar sin que apenas nos roce, pero para algunas personas es como una aguja que se les clavara en la piel. En la carretera, donde hay muchos coches y muchos conductores, siempre hay un riesgo, por mínimo que sea, y basta que conozcamos un solo caso desgraciado para que en determinados momentos se nos encoja el corazón.
     Pero hay un elemento racional, objetivable, en todo esto. Por eso, cuando desaparece la causa o cambian las circunstancias, el miedo se evapora. Nadie tiene miedo de los coches y del tráfico cuando está en su salón viendo la tele, con los críos durmiendo plácidamente en su habitación. Las palabras 'tráfico' y 'automóvil' han perdido el poder de generar angustia o aprensión. En cambio, mucha gente lee u oye la palabra 'tiburón' y solo piensan en que la semana que viene se van a la playa, que a lo mejor no está precisamente en Australia, sino en la provincia de Lugo. Y sin embargo, los coches matan y mutilan horriblemente a más personas que los tiburones, objetivamente hablando. ¿Por qué empeñarse en sentir miedo?

Foto: Félix Lugo.
2. ¿Miedo o fobia? En realidad, salvo en determinados lugares y circunstancias, el miedo a los tiburones está más cerca de la fobia, definida por la RAE como un terror irracional y compulsivo, que del miedo propiamente dicho, tal como lo hemos analizado arriba. ¿No entraría en esta categoría el miedo que mucha gente de aquí, de Galicia y de España en general, tiene a los tiburones, que asocian casi instintivamente con el prototipo, totalmente injusto e inmerecido, del tiburón asesino, el gran tiburón blanco? No pocos bañistas de por aquí oyen la palabra tiburón, ven una aleta de peregrino cerca de la costa (en fotografía), y se le disparan todas las alarmas.
     Más o menos entienden que una cosa es bañarse en ciertos lugares de Australia, Suráfrica, o los EEUU, y otra muy distinta hacerlo en Ribadeo o en la bocana de la ría de Muros, donde ningún paisano se ha visto jamás triturado entre las magníficas fauces del Carcharodon carcharias (y en algún caso no habrá sido por falta de velas al Apóstol). Y sin embargo...

3. Aguas un 91% más seguras en 2013 que en 1950. Pese a las apariencias, pese a todos nuestros miedos y fobias (los nuestros y los de las gentes de allí), un grupo de científicos norteamericanos ha demostrado con datos estadísticos que el riesgo de ser atacado por un gran blanco es muy inferior hoy en día de lo que lo era hace 60 años. Inferior en más de un 91%. Y estamos hablando de California, donde sí hay una importante población de tiburones blancos y donde sí ha habido ataques a personas.
     Los autores tomaron las cifras de los ataques producidos a lo largo de estos años (86 ataques, 13 con resultado de muerte) y las pusieron en relación con las estadísticas de crecimiento de la población costera, fija y de temporada, y del número de practicantes de diversos deportes y actividades acuáticas. Los datos son demoledores: en 2013 la población costera se ha multiplicado por tres con respecto a 1950; de 7000 surfistas se ha pasado a 872 000; de alrededor de 2000 buceadores titulados a principios de los 60, hemos llegado a 408 000.
     Hoy hay muchos más miles de personas que permanecen el el agua durante periodos de tiempo más prolongados que hace 60 años, la población de tiburones blancos parece que se mantiene estable o incluso, para algunas fuentes, que ha aumentado gracias a unas extremas medidas de protección, y sin embargo el riesgo es muy inferior. ¿Cómo es eso posible?

Foto: j-m ghislain.
4. Causas del descenso. La causa principal que señalan los autores del estudio es (¿lo adivináis?) el conocimiento. Conocer a los tiburones nos permite saber cuándo y cómo evitarlos, conocer sus movimientos y sus preferencias, identificar puntos calientes y puntos fríos, y por tanto anticiparnos.
"Por ejemplo, hay una mayor probabilidad de encontrarse con grandes tiburones blancos en la costa de California en otoño que en primavera, cuando emigran hacia Hawai. El riesgo de toparse con un tiburón es más alto al atardecer. (...) En el condado de Mendocino, resulta 24 veces más seguro surfear en marzo que en octubre y noviembre; y si los surfistas eligen el tramo de costa entre Los Angeles y San Diego en marzo, pueden estar 1566 veces más seguros que durante los meses de otoño en Mendocino."
Hay que recordar siempre que en este asunto la parte supuestamente racional somos nosotros. Somos nosotros quienes debemos anticiparnos, ser precavidos. Con la misma normalidad con que consultamos el parte meteorológico cuando nos preparamos para ir a la playa o a practicar algún tipo de deporte acuático, en ciertas zonas la gente puede y debe consultar cuándo y dónde hay más riesgo de tener un encuentro no deseado con un tiburón blanco, y cuándo y dónde es posible echarse al agua con tranquilidad.
     Los autores creen también que la recuperación de las poblaciones de elefantes marinos en California (de menos de 100 ejemplares a finales del XIX se ha pasado a más de 100 000 actualmente) es otro factor importante: ha contribuido a la estabilidad y ligero aumento de la población de tiburones pero también a atraerlos hacia las zonas donde se congregan y donde crían, alejándolos de este modo de los lugares ocupados por las personas. En suma, un océano un poco más sano también ayuda.
     Lo que no ayuda, lo que no sirve para nada, son las batidas, la caza indiscriminada de tiburones. Además de romper el equilibrio del mar, lo que consigue es acabar con especies "inocentes" y consumir un montón de dinero público que podría invertirse en algo más fructífero y de eficacia demostrada: conseguir más información y datos más exactos, y transmitírselos a los usuarios de las playas. El año pasado, tras unos ataques fatales ocurridos en aquellas aguas, el gobierno de Australia Occidental se gastó 22 millones de dólares australianos en batidas y no logró capturar ni un solo tiburón blanco [véase también Matar tiburones para protegernos es absurdo].

El bellísimo Carcharodon carcharias en una imagen extraordinaria de Daniel Botelho.

5. Dos datos contra miedos y fobias. En California, donde (insistimos) hay tiburones blancos y donde se han producido ataques, algunos fatales, un bañista tiene 1817 veces más probabilidades de morir ahogado que de ser atacado por uno de estos tiburones. En cuanto a los buzos, están 6897 veces más expuestos a terminar en el hospital por culpa de un accidente bárico que de un mal encuentro con el grandioso Carcharodon carcharias.

Podemos ir a la playa tranquilos.

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*Ecological Society of America. "To avoid dangerous shark encounters, information trumps culling: Risk of great white shark attack in California waters down 91 percent since 1950, researchers report." ScienceDaily. <www.sciencedaily.com/releases/2015/07/150710110418.htm>, consultado el 12 de julio de 2015.
Podéis acceder al informe desde aquí.

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