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sábado, 31 de agosto de 2024

Conociendo a Carlotta

Foto: Toño Maño

Carlotta es una digna señora de casi cinco metros y medio de largo, puro pellejo y hermosos ojos de cristal, que lleva casi 120 años muerta. Tuve el privilegio de visitarla hace poco en un fugaz viaje a Trieste desde Venecia acompañado de mi hijo, y hacerle compañía en su solitaria y exigua celda del Museo Civico di Storia Naturale durante una hora que se me hizo muy corta.

Con sus 540 cm, Carlotta es uno de esos tiburones de museo que todos los frikis de este mundillo tenemos en la cabeza y no dejamos pasar la ocasión de visitar si el azar nos sitúa en un radio de un razonable número de kilómetros o de horas de viaje del lugar donde se exhiben (y si hay que darle un empujoncito al azar, pues se le da). Se trata del mayor ejemplar completo de tiburón blanco (Carcharodon carcharias) que se conserva en todo el mundo, como orgullosamente informa la página del museo, y con razón¹.

Foto: Mateo Maño Capurro.

Sin embargo —seguro que algunos os habréis dado cuenta—, todos los trabajos y catálogos científicos anteriores a su reconstrucción de 2013 (más abajo lo explicamos) le dan una longitud de 522 cm, lo que hasta ese año la convertía en el mayor ejemplar completo del hemisferio norte, dado que en el sur, en Brasil, hay uno de 530 cm, otra hembra². Estos 18 cm de más ilustran la diferencia que hay entre medir un ejemplar histórico severamente deteriorado mientras está suspendido del techo de un museo y hacer lo propio con el mismo bicho, pero recién restaurado, seguramemente con la aleta caudal en la posición correcta, natural, cuando está todavía en el suelo. Especialistas como Alessandro de Maddalena, que fue quien realizó la medición original de 522 cm, ya están incorporando esta nueva cifra a sus últimas publicaciones.

En cualquier caso, centímetro arriba, centímetro abajo, Carlotta es un animal impresionante, un ejemplar histórico en todos los sentidos, que además se encuentra en una ciudad igualmente fascinante y llena de historia. Ambos, el tiburón y la ciudad, tienen mucho en común.

Foto: Toño Maño.

A Trieste le pasa como a los tiburones, que seduce de un modo callado, discreto. No es hermosa a la manera exuberante, despampanante, de la vecina Venecia, con la que no puede competir, pero tiene algo especial que uno no sabe muy bien cómo definir, como una atmósfera imprecisa, silenciosamente cautivadora, que te atrapa desde el primer momento. De modo similar, los tiburones no tienen, por ejemplo, el aspecto achuchable, precioso y amoroso de los osos panda (no importa que estos bichos peludos en realidad no sean ni lo uno ni lo otro), o la majestuosa planta de un león africano con la dorada luz del atardecer de la sabana reflejándose en su pelaje y bla, bla, bla, pero qué queréis que os diga, a muchos nos resultan infinitamente más fascinantes, sin desmerecer a esos otros animales y siendo conscientes de nuestra más absoluta y gloriosa subjetividad.

De una manera que recuerda también a los tiburones, al recorrer las calles y plazas de su centro histórico uno tiene la impresión de que Trieste no es de ningún país, su fisonomía no posee una identidad nacional única, estricta, sino múltiple. Es obvio que desde el punto de vista político estamos en Italia, pero lo que te encuentras tan pronto sales de la estación de tren (siempre es mejor llegar en tren a los lugares) es la sorpresa de una capital centroeuropea que mira al mar y se deja bañar por su luz. Como si alguien la hubiese arrancado de la ribera del Danubio y trasplantado allí, y a continuación le hubiese dado una apresurada capa de barniz italiano y decorado con unos cuantos ornamentos y banderas dispuestos aquí y allá. En esta cautivadora ciudad convergen lo austriaco y lo italiano, pero también lo eslavo, lo húngaro y lo oriental, entre otras culturas. Trieste pertenece sólo a Trieste, y sobre todo al Adriático, que parece nacer allí mismo, en la desembocadura de su Canal Grande. 

Examinando la enorme boca de Carlotta. Foto: Mateo Maño Capurro.

En la sala del Museo Civico di Storia Naturale sentí que aquel magnífico tiburón de algún modo era parte de toda esa diversidad. No era posible estar con él sin sentir al mismo tiempo la presencia de la extraordinaria ciudad que lo albergaba y que de algún modo lo explicaba; como él explicaba también parte de su rica y sangrienta historia, no solo la de Trieste, sino la de toda esa parte del Adriático, repleta de sueños vanales, fronteras que van y vienen y de identidades nacionales que nacen en lugares oscuros y se arrancan y cocinan como si fuesen champiñones.


HISTORIA DE CARLOTTA

1. Captura. Carlotta fue capturada el 29 de mayo de 1906 en el golfo de Kvarner, en una zona comprendida entre la península de Istria y la isla de Cres —Cherso para los italianos—, por el capitán Antonio Morin, comisario de la Imperial-Regia Guarda di Finanza austrohúngara, que recorría esas aguas a bordo del vapor Quarnero. Nada sabemos de los detalles del suceso, excepto lo que se pueda inferir de los agujeros de disparo de fusil en la zona dorsal del tiburón. En el panel informativo de la sala aparece la fotografía de un ejemplar también de un buen tamaño con la leyenda «Buccarizza 1906 Squalo Bianco», sin más detalles. Dado que el pueblo de Buccarizza —Bakarac para los croatas— se encuentra en la pequeña bahía de Bakar, situada al fondo del golfo, debemos suponer que se trataría de Carlotta recién desembarcada. 

Izq. Mapa de la zona. A la derecha, Antonio Morin, apodado Capitan Barbarossa por el color de su estupenda barba: «Antonio Morin [Sansego 27.11.1852, Portorose 7.11.1934] commisario navigante, Imperial-Regia Guardia di Finanza», recoge el pie de foto (fuente: Museo Civico di Storia Naturale de Trieste). Por si alguien se lo está preguntando, ni Sansego ni Portorose son ciudades italianas, como tampoco lo es (lo fue) el bueno de don Antonio.³ 

2. Bautizo y traslado al museo. Ante una criatura tan impresionante y majestuosa, el señor Antonio tomó dos decisiones trascendentales: la primera, siendo también una chica, homenajearla poniéndole el nombre de su hija, Carlotta; la segunda, llevarla a Trieste, del otro lado de la península de Istria, y donarla para su estudio y exhibición al Civico Museo Ferdinando Massimiliano (entiéndase donar al tiburón, no a la niña), hoy Museo Civico di Storia Naturale, a secas. Solo se quedó con un diente, que llevó consigo toda su vida como un amuleto de la suerte engarzado en la cadena de su reloj de bolsillo. 

Por su parte, el personal del museo quiso homenajear también al grandioso pez, y, sin arredrarse ante su tamaño, decidieron que merecía la pena embalsamarlo en lugar de quedarse con algunos despojos. El proceso parece que duró demasiados días, con el resultado de que la piazza Hortis, sede del museo hasta el 2008, quedó bañada en un intenso hedor a podredumbre, que en un tiburón de ese tamaño puede resultar particularmente denso y pegajoso, que enfadó bastante al vecindario. El museo conserva una carta de protesta; tal vez hubo unas cuantas más.

Izq. El ejemplar de Buccarizza/Bakarac (¿Carlotta?). Dcha. Carlotta recién instalada en el museo. El pie de foto recoge el nombre científico, hoy no aceptado, del tiburón blanco: Carcharodon rondeletii. «MH» son las iniciales de las autoridades científicas que propusieron el binomio, Müller & Henle. Entre paréntesis se recoge el nombre común «Cagnizza vera», cagnizza verdadera (cagnizza, diminutivo de cane, se aplica también a otras especies de tiburón como el cailón Lamna nasus). Abajo se indica el lugar y la fecha, «Quarnero 29-5-1906». Fuente de ambas imágenes: Museo Civico di Storia Naturale di Trieste.

3. Una gran dama en la gran Historia (esto para que luego digan que los tiburones son peligrosos). El golfo de Kvarner —Quarnaro o Quarnero para los italianos—, que hoy pertenece a Croacia, era en aquel tiempo uno de los enclaves más importantes del Imperio austrohúngaro. Aquí convergían, como el vértice de un ángulo, las líneas divisorias de las dos unidades políticas que lo conformaban: el Imperio austriaco, Cisleitania, y el Reino de Hungría, Transleitania. Trieste, única salida al mar de Austria desde hacía siglos, era el principal puerto comercial del imperio y la capital de su Litoral Adriático. De manera que en cierto modo podría decirse que Carlotta fue durante muchos años súbdita involuntaria del emperador, el estirado Francisco José I, y de su mujer y prima hermana, la famosa emperatriz Sisi de las películas, que había sido asesinada apenas ocho años antes de su captura (naturalmente, es una forma de hablar, porque los tiburones no son ni quieren ser súbditos de nadie, a diferencia de los seres humanos). 

Pero podemos ir más allá. A juzgar por esos 540 cm de longitud, que indican una edad respetable, y teniendo en cuenta que los tiburones blancos pueden llegar a vivir hasta 70 años, más del doble de lo sospechado, según una reciente investigación, no es descabellado pensar que en su dulce juventud nuestra vecchia signora pudo incluso haber sido testigo de la disolución de la Confederación Germánica, la consiguiente guerra austro-prusiana y la constitución del propio Imperio austrohúngaro en 1867, casi 40 años antes de haberse dejado un diente en las manos del Capitan Barbarossa.

Detalle de la cabeza. Uno de los aciertos de la reconstrucción de Carlotta está en la boca, y, sobre todo, en los ojos. Así son los ojos del tiburón blanco, azules, no negros como los de una muñeca sin vida, que decía Quint en Tiburón. Fotos: Toño Maño.

A partir de 1906 el destino de Carlotta quedó inexorablemente ligado al de la ciudad, con todas sus sanguinarias idas y venidas políticas y militares. Tras la Gran Guerra, Trieste fue arrebatado a Austria después de casi seis siglos y, en virtud del oscuro cambalache del Tratado de Londres, entregado a Italia como premio por su participación en el conflicto. Como es natural, lo que hicieron los italianos fue someterlo a un profundo proceso de "italianización" y limpieza étnica, particularmente despiadado bajo el furioso fascismo de Mussolini. Por suerte para ella, Carlotta apenas se enteró. Lo único que cambió a su alrededor fue que Ferdinando Massimiliano desapareció para siempre del nombre de su museo.

Los avatares del final de la II Guerra Mundial se sucedieron como una mala película, tan estúpida como cruel, pasada al doble de velocidad. Los alemanes tomaron Trieste en 1943 y, con la eficacia que les caracteriza, tuvieron tiempo de construir el único campo de concentración dotado de crematorio de lo que hoy es Italia, antes de que, en 1945, la conquistaran los partisanos yugoslavos. Estos, pobrecillos, también pusieron su granito de arena en esto de aniquilar al contrario: emprendieron una importante labor de "limpieza" sobre la población "fascista" italiana y eslovena que duró cuarenta días, al cabo de los cuales quizá debieron de aburrirse y pasaron la ciudad a los aliados a cambio de territorio por otro lado. 

En 1947 Trieste y todo lo que contenía, incluida Carlotta, se convirtió en la capital de la zona A de lo que se llamó Territorio o Estado libre de Trieste. Esta zona A, que ocupaba una franja costera de unos 220 km² en el golfo de Trieste, estaba administrada por los norteamericanos y los ingleses. No fue cedida a Italia hasta 1954

Fotos: Toño Maño.

Todo un vertiginoso guirigay de sangre y vísceras que Carlotta atravesó en silencio, enmoheciendo en los altos salones del museo. Da vértigo pensar que aquel increíble tiburón que estábamos fotografiando mi hijo y yo probablemente había nacido durante el Imperio austríaco y que, en apenas 50 años, fue austrohúngaro, italiano, alemán, yugoslavo, aliado, triestino e italiano de nuevo en medio de dos devastadoras guerras mundiales y de varios conflictos menores, sin contar las guerras yugoslavas, que se desarrollaron a poquitos kilómetros del museo. Nadie merece una cosa así. 

La conclusión salta a la vista. Millones de seres humanos masacrados, mutilados, torturados y perseguidos de las formas más espantosas e indescriptibles, millones de metros cuadrados de territorio arrasados mediante las tecnologías más delirantes... y luego dicen que los tiburones blancos son peligrosos, que se comen personas. Si los extraterrestres existen harían bien en no acercarse por aquí.

4. Siglo XXI: Lavado de cara y reconstrucción. En 2013 Carlotta salió del museo hacia el taller del escultor Davide Di Donato para una limpieza y reconstrucción integral. La piel, maltratada por el paso de los años, fue saneada y colocada sobre un molde o escultura de espuma de poliuretano muy bien trabajada. El resultado es en general excelente. La nueva Carlotta regresó convertida en Carlotta la bella y al año siguiente quedó instalada en un cuartito para ella sola. 

Todo maravilloso si no fuera porque toda la instalación está diseñada exclusivamente para ser efectista, para llamar la atención del visitante potenciando el aspecto fiero y asesino del tiburón (una vez más). No invita al conocimiento ni al asombro a través de la contemplación de un animal tan imponente, que se supone que para eso sirven los museos. Dejadme que os lo explique.

Cuatro imágenes del proceso de renovación de Carlotta. 1. La piel, muy deteriorada. 2. Construcción de la escultura. 3. El escultor trabajando el interior de la cavidad bucal. 4. Casi listo para empezar a colocar la piel y encajar las mandíbulas. Esto es apenas una pequeña muestra del magnífico reportaje fotográfico de todo el proceso de reconstrucción y traslado publicadas en la página de Facebook de Davide Di Donato que os invito a visitar, porque os va a sorprender.

De entrada, el cuarto es bastante pequeño para el tamaño del tiburón. Tiene paredes oscuras y está iluminado por una luz tenue. El espacio es tan reducido que resulta complicado observar el tiburón con la perspectiva que sería deseable para disfrutar a gusto admirando su forma y enormidad, y mucho menos para hacerle unas fotos decentes de cuerpo entero. Aun así, su figura es impresionante, te deja sin palabras. 

Lo más grosero de todo es que Carlotta está colocada de tal forma que su rostro queda a unos pocos centímetros de un cristal ciego que da al otro lado, a la sala de los tiburones ―que, por cierto, no está nada mal―. Si, llevados de la emoción, entráis directamente a verla sin fijaros en ninguna otra cosa, como nos ocurrió a nosotros, no os dais cuenta del porqué. Hay que salir del cuarto y fijarse: a la derecha de la cortina de la entrada, una leyenda en italiano e inglés desafía al visitante: «Sei abbastanza "coraggioso"? Allora premi il pulsante blu e...» (¿Eres lo bastante "valiente"? Pues entonces aprieta el botón azul y...). Y entonces, cuando el "coraggioso" (no sé por qué lo ponen entre comillas) visitante le da al botón, unas luces se encienden dentro y el rostro desencajado del tiburón ―la boca abierta y la enorme mandíbula protráctil extendida mostrando su blanca dentadura― aparece de pronto durante unos segundos tras el cristal. Susto, para el que lo sienta, y ya-tá, como en el famoso chiste del japonés. Se acabó la función.

 A la izquierda, Carlotta en la soledad de su habitación mirándose en el cristal-escaparate. A la derecha, el coraggioso Mateo todavía con el pánico dibujado en su semblante tras pulsar el botón azul (su padre fue incapaz de reunir el coraggio suficiente, ni con comillas ni sin ellas). En el suelo, a su izquierda, una flecha que pone «Carlotta» indica la entrada de la sala, por si hubiera algún visitante lo suficientemente lerdo para no darse cuenta. Fotos: Toño Maño.

El resultado de esta tontería es que no hay manera de poder observar el tiburón de frente si no es a través de un cristal, y por encima teniendo que darle a un puñetero botoncito azul.

En definitiva, la pedagogía sometida al sensacionalismo más ramplón y pasado de moda, excepto para unos cuantos periodistas y, a lo que parece, algunos directores de museo. En cualquier caso, la visita vale mucho la pena. Espero volver, por Carlotta y por la ciudad, o viceversa.

TIBURONES BLANCOS EN EL ADRIÁTICO NORORIENTAL

El Adriático es el área con el mayor número de registros de tiburones blancos de todo el Mediterráneo, por delante del Tirreno, el canal de Sicilia y las islas Baleares. En su inmensa mayoría se concentran en sus costas nororientales, en lo que hoy se corresponde con una esquina de Italia, un trocito de Eslovenia y un generoso tramo de la costa de Croacia, que es el país con más registros. Estas aguas, salpicadas de numerosas islas, estrechos y pequeñas bahías, son altamente productivas y constituyen (¿constituían?) un hábitat muy atractivo para sus presas principales, los atunes —sobre todo el atún rojo (Thunnus thynnus), que se reunía en inmensas concentraciones— , los delfines y los tiburones de menor tamaño, y por tanto también para estos grandes depredadores. 

El análisis de los datos de capturas y avistamientos indica que los golfos de Trieste y Kvarner, la península de Istria y parte de la costa dálmata albergaron una importante población de tiburones blancos. Algunos de estos registros eran bichos inmensos. Se han recogido más de diez referencias históricas de ejemplares de entre seis y siete metros. Es evidente que estas mediciones no pueden ser fiables desde un punto de vista científico (al no conocer los detalles de cómo fueron realizadas ni por quién, no pueden ser verificadas); sin embargo, a juicio de especialistas como Alessandro De Maddalena, hay indicios suficientes para pensar que unos cuantos de aquellos ejemplares en efecto pudieron superar con creces los 6 m de longitud.

Foto: Toño Maño.

Igualmente, el número de capturas en primavera y verano de ejemplares muy jóvenes, desde neonatos de alrededor de un metro de longitud hasta juveniles, tanto en Kvarner como en parte de Dalmacia, fue lo suficientemente significativo como para hacer pensar que la zona pudo haber sido —ya no lo es— una importante área de cría similar a la que se sospecha existe en el canal de Sicilia. 

Problemas en el paraíso. Cuando no está bien gestionada, la presencia de tiburones blancos en zonas tan turísticas como esta, ya en aquel tiempo abarrotada de bañistas disfrutando de sus estupendas playas y resorts, puede terminar en serios conflictos en los que una de las dos partes termina mal. Normalmente suele ser el tiburón, porque los matamos a miles. Pero también, por supuesto, de vez en cuando, las personas. El 1 de septiembre de 1868, por poner un caso, se produjo un ataque mortal en Trieste. 

Y es que las primeras redes antitiburones del mundo no se instalaron en Sudáfrica o Australia, como podríamos imaginar, sino en las costas del Imperio austrohúngaro a lo largo de la década de 1880: el golfo de Trieste, Istria y el golfo de Kvarner. O sea, precisamente en la patria de Carlotta, podría decirse, si no fuera porque los tiburones no tienen patria, ni puñetera falta que les hace¹. A mayores, entre los años 1872 y 1905 el Gobierno Marítimo de Trieste y Fiume —Rijeka, en croata— ofreció una serie de recompensas por cualquier tiburón blanco capturado en aguas del imperio¹¹. Descontando identificaciones erróneas y dudosas, se calcula que entre 1872 y 1909 se cazaron más de 30 ejemplares. El número de personas fallecidas en la zona por ataques de tiburón en el mismo periodo asciende a dos, el caso ya referido de Trieste y uno ocurrido en Croacia en 1908. 

Cuánto mejor no estaría Carlotta así, y no en el estrecho cuarto oscuro en el que la han puesto. Cuestión de gustos, posiblemente. La foto pertenece al mencionado reportaje fotográfico de Davide di Donato en su página de Facebook.

Más problemas en el paraíso. Hasta la primera mitad del siglo XX el tiburón blanco era común en el Mediterráneo y muy habitual en el Adriático septentrional y oriental. Luego la situación dio un vuelco radical. No solo hubo una fuerte disminución en el número de capturas y avistamientos, sino en las tallas de los ejemplares, indicios de una severa caída en sus poblaciones. A partir del último tercio del XX las cosas empeoraron muchísimo más: se calcula que desde 1975 la población general ha caído alrededor del 60%. 

En el Adriático las cifras son absolutamente dramáticas, con un desplome estimado del 94% desde la década de 1880. El descenso ha sido más acusado en el Adriático nororiental, sobre todo en aguas de Croacia. A lo largo del siglo XX el número de registros en este país pasó de algo más de diez ejemplares por año a 2-3. El inicio de la pesca industrial intensiva del atún rojo en el Adriático oriental, en especial durante los años 70 del pasado siglo, tiene mucho que ver en ello. 

Actualmente el tiburón blanco es bastante raro en todo el Adriático, con avistamientos muy ocasionales, aunque sonados, como la imponente hembra de 570 cm capturada en la isla croata de Jabuka (Adriático central), en 2003.

Las causas de esta debacle, tanto en el Adriático como en el Mediterráneo en general, son múltiples. La más importante es sin duda la sobrepesca, que ha vaciado el mar de recursos y arrasado las poblaciones de sus presas potenciales, sobre todo los túnidos y los cetáceos; luego tenemos otros factores como la incidencia de las capturas accidentales en artes como el palangre; la degradación del medio natural, y la caza indiscriminada a la que fue sometido en determinados países, sin descartar la sorda acción de los furtivos. Pese a que su pesca y comercio están estrictamente prohibidos, en el mundo hay demasiada gente dispuesta a pagar un montón de pasta por un juego de mandíbulas del gran tiburón blanco. 

Foto: Mateo Maño Capurro.

EN FIN, para ir terminando. Los imperios humanos van y vienen con suma facilidad —tan solo hace falta mucho dinero, mucho tiempo libre y un abundante suministro de carne y vísceras para el sacrificio—; las fronteras, con los sentimientos y señas de identidad asociadas a ellas, se hinchan y se deshinchan, se hinchan otra vez y después revientan como globos, bajo la alegre cadencia de las bombas y el tonto sonsonete de las soflamas políticas. 

En cambio, los imperios de los grandes depredadores parece que siempre se van y pocas veces vuelven. Al igual que la riqueza natural que con tan ciega alegría llevamos casi tres siglos destruyendo. Los seres inteligentes es lo que tenemos.

Trieste, además de una ciudad magnífica, es uno de los principales enclaves de esta gran historia europea, de la que ni siquiera Carlotta ha podido permanecer al margen, como hemos visto. El Museo Civico di Storia Naturale ocupa en la actualidad una parte de las instalaciones de un viejo cuartel militar. Pero las entradas hay que comprarlas en el edificio de enfrente, el cual, como un guiño irónico de la Historia, alberga el Civico Museo della Guerra per la Pace —un nombre un tanto peculiar, por decirlo de alguna manera—. Para llegar a él simplemente hay que cruzar el patio del cuartel, que está presidido por un enorme cañón Krupp de la II Guerra Mundial, que parece que lo han arrimado a un lado para que no le dé mucho el sol.

Puesta de sol en el golfo de Trieste desde el Molo dei Bersaglieri. Si la luz sobre el Adriático es hermosa, no lo es menos reflejada en las fachadas de Trieste enfrentadas a él. Después nos tomamos unos spritz en una estupenda terraza para celebrar el encuentro con Carlotta y con la ciudad. Esta bebida, tan «típica italiana», según afirman muchos con cierto orgullo, en realidad es un invento austrohúngaro, pero no importa. Nosotros nos los bebimos igual, con una sonrisa, y los acompañamos de una selección de productos «típicos de la ciudad y de la zona», que, típicos de verdad o no, estaban la mar de ricos. Foto: Toño Maño.

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  🦈 Si os interesa viajar mucho más atrás en el tiempo y conocer cómo el tiburón blanco pudo haber llegado al Mediterráneo, podéis visitar este artículo (es también bastante largo, pero qué se le va a hacer):
        👉 El origen del tiburón blanco del Mediterráneo 

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BIBLIOGRAFÍA

—AMORIM, Alberto F., Carlos A. Arfelli, Hugo Bornatowsky & Nigel E. Hussey (2017). Rare giants? A large female great white shark caught in Brazilian waters. Marine Biodiversity. DOI:10.1007/s12526-017-0656-9
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—BOLDROCCHI, Ginebra, Jeremy Kiszka, Sam Purkis, T. Storai, L. Zincula & D. Burkholder (2017). Distribution, ecology, and estatus of the white shark, Carcharodon carcharias, in the Mediterranean Sea. Reviews in Fish Biology and Fisheries. DOI: 10.1007/s11160-017-9470-5.
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DE MADDALENA, Alessandro (2010). Lo squalo bianco nel Mediterraneo. Roma: Rivista Marittima, Supplemento junio 2010.
DE MADDALENA, Alessandro (2024). Squali del Mediterraneo. Magenes Editoriale, Milano.
—DE MADDALENA, Alessandro & Walter Heim (2012). Mediterranean Great White Sharks. A Comprehensive Study Including All Recorded Sightings. McFarland & Co, Jefferson.
—DE MADDALENA, Alessandro, Marco Zuffa, Lovrenc Lipej & Antonio Celona (2001). An analysis of the photographic evidences of the largest great white sharks, Carcharodon carcharias (Linnaeus, 1758), captured in the Mediterranean sea with considerations about the maximum size of the species. Annales, Series Historia Naturalis, 11, 2 (25): 193-206.
—HAMADY, Li Ling, Lisa J. Natanson, Gregory B. Skomal & Simon R. Thorrold (2014). Vertebral Bomb Radiocarbon Suggests Extreme Longevity in White Sharks. PLoS ONE 9(1): e84006. doi: 10.1371/journal.pone.0084006.
—MADIRACA, Frane, B. Davidov & D. Udovičić (2015). Analyses on the occurrence of pelagic sharks in the Eastern Adriatic sea. Pluralidae. Anno 1, Número 5: 1-27.

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NOTAS

¹Como seguro que alguien habrá levantado la ceja, recordemos que ese enorme bicho en el que estáis pensando, la hembra capturada en Maguelone en 1956 que se conserva en el Museo de Zoología de Lausana, es en realidad un molde que sólo conserva las aletas y la mandíbula del original, no la piel entera, como es nuestro caso. Si obviamos este punto, ese sería, en efecto, con sus impresionantes 589 cm, el mayor tiburón blanco expuesto en cualquier museo del mundo. A ver si el azar, con o sin empujoncito, nos lleva algún día hasta allí. 

    🦈Más información sobre el tamaño que puede llegar a alcanzar el tiburón blanco:

        👉Cuánto puede medir un tiburón blanco

²Concretamente 530 cm y 2500 kg de peso. Fue capturada en 1992 a unas 30 millas de la localidad de Cananéia (estado de São Paulo) y está expuesta en el pequeño Museo Municipal Victor Sadowski de dicha localidad. Es curioso como la información local exagera un poco las cifras de la literatura científica subiéndolas hasta los 550 cm y los 3500 kg, una toneladita más, que apenas se nota.

    🦈 Por si os apetece conocer ejemplares de tiburones blancos de gran tamaño, con un montón de fotos:

        👉52 grandes blancos.

³Sansego es una pequeña isla del golfo de Kvarner, por lo tanto croata; en este idioma se le conoce como Susak. Portorose es una ciudad balneario situada en el extremo sur del golfo de Trieste, muy cerca de esta ciudad. Sin embargo, pertenece a Eslovenia y su nombre oficial es Portorož. 

Hamady, Natanson, Skomal & Thorrold (2014). 

Para protegerse de la República de Venecia, con la que había tenido ya varios conflictos serios derivados de su rivalidad comercial, Trieste acabó solicitando formar parte de los dominios de la poderosa casa de los Habsburgo, y en 1382 se firmó el tratado de anexión voluntaria. Toda esa zona del Adriático se conocía como la Riviera austriaca.

Es muy triste pensar que fue precisamente una ciudad tan extraordinariamente cosmopolita como Trieste el lugar elegido por Benito Mussolini para promulgar las Leyes raciales fascistas. Ocurrió el 18 de septiembre de 1938 en un balcón del Palazzo del Municipio, en la rebautizada con el cursi nombre de Piazza Unità d'Italia (antes de 1919 era popularmente conocida como piazza Grande, y con toda justicia, pues presume de ser la mayor plaza abierta al mar de toda Europa).

El archiduque Ferdinando Massimiliano (o Ferdinand Maximilian Joseph Maria von Habsburg-Lothringen para sus colegas austriacos, suponemos que también difuntos) era el hermano pequeño del emperador Francisco José I. Su biografía es fascinante por lo grotesca. Por una serie de estrafalarias carambolas políticas tramadas por Napoleón III, él mismo se convirtió también en emperador, pero ¡en emperador de México! Ejerció su cargo con el nombre de Maximiliano I entre 1864 y 1867, y tras una serie de extrañas vicisitudes y traiciones acabó derrotado, detenido, fusilado, embalsamado y encerrado en un cajón por el gobierno de Juárez (en la red encontraréis alguna fotografía). Le faltaba mes y poco para cumplir los 35 años.
     Aunque, a diferencia de su hermano, fue un tipo de ideas más bien liberales que apoyó el desarrollo de las ciencias y las artes, los italianos, una vez que se hicieron con la ciudad y comenzaron a italianizarla, no quisieron saber nada más de él ni, comprensiblemente, de su imperial familia.
     Como curiosidad, puede que sea una coincidencia (o no) la esposa de Ferdinando Massimiliano se llamaba también Carlota, pero con una sola t; exactamente María Carlota Amelia Augusta Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo-Gotha (Carlota de México, para la gente de confianza). El nombre si que parece un pelín largo, pero no tanto como, según se cuenta, la lista de amantes de su imperial marido, al parecer perdidamente deslumbrado por la cálida sensualidad de las bellas mujeres mexicanas (desde el principio el suyo fue un matrimonio de conveniencia sin muchos disimulos). Debido a estas y otras vicisitudes de la vida, la pobre señora terminó loca de atar hasta su fallecimiento en 1927 (hay quien sostiene que su locura se debió sobre todo a la ingesta de una seta alucinógena que le había vendido a traición una herbolaria mexicana partidaria de Juárez). Su cetro, fabricado en oro de 22 kilates y ricamente adornado, regresó hace poco a Trieste tras ser comprado en una subata por 120 mil euros. Sic transit gloria mundi.

El Territorio libre de Trieste, que llegó a tener incluso moneda propia, se había creado con dos objetivos: por un lado dar una salida temporal a las disputas entre Italia y Yugoslavia por una región tan estratégica; por el otro, asentar en una especie de región autónoma neutral a una población particularmente diversa en lo étnico y en lo cultural. Los aliados, que ya habían dejado de serlo, lo dividieron inmediatamente en dos zonas: la zona A, bajo control occidental, y la zona B, bajo control de Yugoslavia. La II Guerra Mundial había terminado, pero había comenzado la Guerra Fría. 

Parece que todavía quedan personas a las que les gustaría que su ciudad volviese a ser la capital del Territorio Libre de Trieste (de la zona A, obviamente), cuya bandera es la que luce entre la británica y la norteamericana. Esto, que no precisa traducción, se encuentra en la céntrica Piazza della Borsa, casi delante del edificio neoclásico de la antigua bolsa, la Borsa Vecchia, que ahora es la sede de la cámara de comercio local. Foto: Toño Maño.

Se han podido reunir 81 registros de tiburón blanco en el Adriático oriental entre 1868 y 2011: 52 en su zona norte, 17 en la central y 12 en la más meridional. La costa occidental, enteramente italiana, es mucho menos accidentada y más uniforme, lo cual, entre otros factores, explica su menor productividad y, por tanto, el menor número de capturas y avistamientos.

¹El tiburón blanco es una especie nómada que puede desarrollar filopatría, es decir, la tendencia a regresar a un lugar o lugares específicos, bien para alimentarse, bien para reproducirse, bien para ambas cosas. Fuera de esto, nada de patrias, a ellos estas milongas no les van. Son bichos inteligentes.

¹¹La cantidad variaba en función del tamaño de los tiburones: 20 florines por los que tenían menos de un metro (hoy sabemos que el tiburón blanco nace más o menos con esa longitud); 30 si medían entre uno y cuatro metros y 100 si superaban esta talla. En caso de avistamiento de algún bicho de más de 4 metros, se organizaba un torneo con un sustancioso premio de 500 florines (unos 900€ actuales) para quien acabase con él. Ignoro si en 1906 estas recompensas seguían en vigor; es probable que si, y tal vez Antonio Morin, que residía en Trieste, lo celebrase en alguno de sus magníficos cafés, a lo mejor, quién sabe, observando como James Joyce e Italo Svevo departían amigablemente tomándose un algo en una mesa vecina.