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Colón en la isla de las perlas. Grabado coloreado de Theodor de Bry (1554). |
La parte que nos ocupa de su extensa obra tiene que ver, como es obvio, con los tiburones. Se trata de un pasaje de su magna y desgraciadamente inconclusa Historia de las Indias donde se describe lo que podemos considerar como el primer ataque de tiburón registrado en el continente americano (no hace falta precisar que esto no significa que antes de los españoles no hubiese ataques de tiburón, solo que, por el momento, no conocemos registros históricos anteriores). Los hechos sucedieron en la isla de Cubagua, situada en la costa nororiental de la actual Venezuela, en algún momento de comienzos de la década de 1520. La víctima fue un indígena lucayo y la especie implicada, muy probablemente un tiburón blanco (Carcharodon carcharias).
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Izq. Bartolomé de las Casas. Dcha. Pesca de perlas en la vecina isla de Margarita en los años 1560-1570. Histoire naturelle des Indes, manuscrito Drake. |
1. Una breve nota histórica. En 1498, durante su tercer viaje, Colón había advertido que las aguas de Cubagua eran extraordinariamente ricas en ostras perlíferas (Pinctada imbricata). Aquello despertó de tal modo la desmedida codicia de los españoles que en un par de años ya se había formado un asentamiento ―el primero de todo el continente americano― de alrededor de medio centenar de personas dedicadas en cuerpo y alma a la extracción de estas «ostias», una Ranchería de Perlas. Este es el origen de Nueva Cádiz¹, la primera ciudad de Venezuela, fundada en 1528 mediante real cédula del emperador Carlos V.
Pero los españoles, incapaces de meterse bajo el agua, no tenían forma de acceder a los lechos perlíferos por sus propios medios, tal como habían visto hacer a los indígenas, excelentes buceadores. De modo que la solución que se les ocurrió no fue otra que la acostumbrada: servirse vilmente de ellos. Ingentes cantidades de lucayos y taínos fueron arrancados de sus hogares en las Bahamas y otras islas del Caribe y llevados a la fuerza a Cubagua para convertirse en esclavos, lo cual contribuyó a aumentar todavía más la indignación de Las Casas:
Y porque se vea si sacar las perlas es menos pernicioso para los indios que sacar el oro, y, por consiguiente los bienes que de las Indias vienen a España vienen por todas partes justificados, y si es posible que con tales bienes se puede esperar que Dios haga merced a España, es, pues, la vida de los indios que se traen para pescar perlas, no vida, sino muerte infernal [...], y es esta. Llévanlos en las canoas, que son sus barquillos, y va con ellos un verdugo español que los manda. Llegados en la mar alta, tres y cuatro estados² de hondo, manda que se echen al agua; zambúllense y van hasta el suelo, y allí cogen las ostias que tienen las perlas y hinchan dellas unas redecillas que llevan al pescuezo o asidas a un cordel que llevan ceñido; y con ellas o sin ellas suben arriba a resollar, porque no siempre donde se zambullen las hallan. Y si se tardan en mucho resollar, dales priesa el verdugo que se tornen a zambullir, e a las veces les dan de varazos para que se zambullan. [...] Están en esto todo el día, desde que sale hasta que se pone el sol, y así todo el año, si llegan allá [...]. Algunas veces se zambullen y no tornan a salir jamás, o porque se ahogan de cansados y sin fuerzas y por no poder resollar, o porque algunas bestias marinas los matan o tragan.³
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Marrajo (Isurus oxyrinchus). Ilustración procedente de Müller & Henle, 1839. Fuente: shark-references.com |
2. ¿Qué «Bestias marinas» eran aquellas? Pues ya os imagináis.
Hay dos especies de bestias comúnmente, y aun tres, crudelísimas, que comen los hombres y aun caballos hacen pedazos. La una es tiburones, la segunda marrajos, la tercera cocodrilos, que llaman los que no saben lagartos. Los tiburones y lagartos, que tienen los dientes admirables, asen del hombre o del caballo por la pierna o por el brazo o por otra cualquiera parte y llévanlo al hondo, y allí lo matan y después de su espacio lo comen. Los marrajos son muy más grandes y tienen grandes bocas, y del primer bocado lo tragan.
Es razonable pensar que por «tiburones» Las Casas se refiere al tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), abundante en aquellas aguas repletas de tortugas, una de sus presas favoritas, o quizá a algún otro carcharhínido de gran tamaño. Mientras los «marrajos» son, muy posiblemente, los tiburones blancos. Tal es la opinión de José I. Castro⁴, uno de los más grandes especialistas de tiburones del continente americano. Castro se basa en la comparación de otros escritos de Las Casas con las descripciones de la fauna americana de otro de los grandes autores contemporáneos, el naturalista e historiador Gonzalo Fernández de Oviedo, quien también diferencia entre «tiburón» y «marrajo». Así, en el capítulo titulado, precisamente, «De los animales llamados marraxos», de su monumental Historia natural y general de las Indias (1535), escribe lo siguiente:
Marraxo es un animal mayor que el tiburon e mas fiero, pero no tan suelto ni tan presto. Quieren en algo paresçer á los tiburones, por que son assi mesmo animales de cuero, pero como digo son mayores; é mátanlos assi mesmo algunas veçes con ançuelos de cadena [...]. Destos he visto yo con nueve órdenes de dientes, unos en torno de los otros la boca çircuyda, é disminuyéndose los unos de los otros, é á diferençia mayores unos que otros; y es cosa mucho de ver esta nueva forma de dentadura. [...] En España los hay en las mares della de la mesma manera, segund hombres de la mar lo diçen.⁵
Oviedo parece familiarizado con los tiburones de aguas españolas, por lo que su testimonio es especialmente valioso («Puesto que en las mares é costas de España hay tiburones, é no sea hablar en animal no conosçido, diré lo que he visto en este gran golpho del mar Oçéano y en estas costas de las islas...»). El marrajo (Isurus oxyrinchus) era, en efecto, una especie bien conocida de los pescadores españoles, pero puede confundirse con relativa facilidad con el tiburón blanco, sobre todo cuando se trata de ejemplares grandes observados desde embarcaciones, no en vano pertenecen a la misma familia (Lamnidae). Ambos tienen cuerpo fusiforme, morro cónico y apuntado (no romo o redondeado como los «tiburones») y su pedúnculo caudal presenta fuertes quillas laterales y sostiene una caudal homocerca.
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Canis carcharias. Posiblemente la primera ilustración conocida del tiburón blanco. Perteneciente a uno de los primeros tratados ictiológicos de la modernidad, De aquatilibus, que el naturalista francés Pierre Belon publicó en 1553. Procede de la maravillosa colección de la Biodiversity Heritage Library. |
Sin embargo, el marrajo es de hábitos más bien oceánicos, no suele frecuentar las aguas someras, y está especializado en la caza de especies veloces como los atunes y los peces vela. En cambio, el tiburón blanco ciertamente se encuentra con frecuencia cerca de la costas rondando las colonias de pinnípedos, una de sus presas favoritas, como es bien conocido. Y se da la circunstancia de que en el siglo XVI las costas caribeñas contaban con grandes poblaciones de la única foca de aguas tropicales, la foca monje del Caribe (Neomonachus tropicalis). Dice Oviedo:
«Muchos lobos marinos é muy grandes hay en estas mares destas Indias [...]. Estos son de los mas ligeros é prestos animales que hay en la mar, é son enemiçíssimos é perseguidos de los tiburones.»
¿Existe mejor reclamo para los tiburones blancos?
3. El ataque. Y esto fue lo que ocurrió, tal como lo cuenta Las Casas:
Una vez acaesció que un indio, zambulléndose, vido cerca de si un marrajo. Subiose luego, huyendo a lo alto; el español verdugo riñe con él porque se subió tan presto sin sacar algo; dijo que estaba por allí un gran pescado y que tuvo temor dél no le matase; fuérzalo a que tornase a se zambullir e, por ventura, le dio de varazos. Zambullose el triste, y el marrajo, que lo estaba aguardando, arremete con él y trágalo. Parece que al principio peleó el indio con el pescado y hobo cierto remolino en el agua por un rato. Entendió el español que el pescado había acometido al indio y, como vido el indio que se tardaba, mató un perrillo que allí tenía y púsolo en un anzuelo de cadena grande, que para estos pescados comúnmente traen, y echolo al agua. Y luego lo asió el marrajo, que aún no estaba contento, y el anzuelo prendió dél de manera que no pudo escaparse. Sentido por el español que estaba preso, lárgale soga y poco a poco vase hacia la playa en su canoa o barco. Salta en tierra, llama gente que le ayuden, sacan la bestia, danle con hachas y piedras o con lo que pudieron y mátanla; ábrenle el vientre y hallan al desdichado indio y sácanlo; y da dos o tres resuellos, y allí acabó de espirar.
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Ilustración de fuente no localizada. |
Escenas como esta debieron de repetirse con relativa frecuencia a lo largo de los pocos años que duró aquella abominable locura. El mar estaba entonces repleto de vida. Los tiburones recorrían las aguas en grandes números siguiendo los rastros de sus presas naturales. Pero también de las no naturales. Existía la costumbre de echar directamente al mar a los esclavos indígenas que morían durante sus interminables jornadas de tormento, lo que contribuía a atraer a estos depredadores. Parece ser que por tal motivo esta práctica inhumana fue prohibida en 1537. Y concluye nuestro autor retomando la idea inicial:
De aquí se puede cognoscer si con esta granjería de pescar o sacar perlas nuestra gente guarda los mandamientos divinos del amor de Dios y del prójimo, poniendo en peligro de muerte corporal y también del ánima, por morir sin fe y sin sacramentos, a sus prójimos, por anteponer su propia cudicia y interese temporal. Y esto allende la tiranía con que los oprimen trayéndolos allí por fuerza y contra su voluntad; item, allende la infernal vida que les dan hasta que los acaban y consumen por la mayor parte en breves días [...]. Y allende la frialdad del agua que los corrompe, mueren comúnmente de echar sangre por la boca y de cámaras de sangre por el apretamiento del pecho, por causa de estar cuasi la mitad de la vida sin resuello. Conviértensele los cabellos, siendo ellos de su naturaleza negros, quemados como pelos de lobos marinos, y sáleles por las espaldas salitre, que parecen otra especie de hombres o de monstruos.4. Un par de notas para finalizar. La conquista y colonización de América siguió su avance inexorable y terminó como todos sabemos. Continuaron las atrocidades, pero también las denuncias y los intentos de ponerles freno, con mayor o menor éxito. Gracias a la labor tenaz e infatigable de Bartolomé de Las Casas a través de innumerables informes, memorandos e incluso entrevistas con los reyes, se promulgaron leyes de protección de los indígenas, lo que no impidió que pueblos como los lucayos desaparecieran para siempre⁶.
Por supuesto, como ocurre en las sociedades humanas, los ricos y poderosos siempre encuentran fórmulas para evitar que las leyes de protección de los derechos y la dignidad de las personas mermen sus beneficios económicos. Y así fue como la mano de obra indígena fue sustituida por la de esclavos africanos. Los españoles fuimos los pioneros en el Nuevo Mundo de este lucrativo comercio (luego vendrían los portugueses, los franceses, los holandeses, los ingleses y los norteamericanos, quienes llevaron este «negocio» casi a categoría de arte).
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Dibujo de foca monje del Caribe realizado por Henry Wood Elliott en 1884. Fuente: Freshwater and Marine Image Bank, University of Washington. |
Por lo que respecta a la naturaleza, ocurrió también lo de siempre, esa demencial constante de la historia de la humanidad que es la desaparición de especies y la devastación del entorno por la explotación ciega y descontrolada de sus recursos. La producción perlífera de Cubagua se desplomó y en pocos años la isla quedó deshabitada, aquejada por los graves problemas estructurales que ya venían desde sus primeros años y azotada por huracanes, destruida por un terremoto, según se cuenta, y posteriormente atacada por piratas franceses, etc.: «... pero acabadas las perlas, después algunos y no muchos años, se quedó la población o pueblo todo despoblado [...] y con las perlas está desierta o quasi desierta de sus habitantes toda aquella tierra». Las ruinas de Nueva Cádiz son hoy un monumento nacional.
Debido a la caza masiva, las inmensas poblaciones de focas monje del Caribe se vinieron abajo de forma inmisericorde. Según parece, era un animal sumamente dócil y curioso que no mostraba temor alguno a las personas. Grave error. Fue cazado a lo largo de los siglos de manera despiadada por su carne, su piel, su grasa... La última vez que se observó un ejemplar vivo fue en 1952. En 2014 la IUCN declaró la especie formalmente extinta⁷.
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Isla de Cubagua (fuente: igovenezuela.com). Abajo a la izq., fotografía aérea de Jorge Barrios-Montilla publicada en Google maps. |
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¹Para una breve historia de las Rancherías de Perlas en esta zona y noticias arqueológicas sobre Nueva Cádiz, véase el interesantísimo trabajo de Ligia Paulina Maya Puerta (2019). La configuración arqueológica de las Rancherías de Perlas en la Guajira colombiana (s. XVI): Estado de la cuestión y perspectivas arqueológicas. Revista atlántica-mediterránea, 21. https://doi.org/10.25267//rev_atl-mediterr_prehist_arqueol_soc.2019.v21.07
²Tal vez se refiere a brazas. La braza española equivale aproximadamente a 167 cm, de modo que estaríamos hablando de entre 6,5 y 8,3 m de profundidad.
³Cito por la primera edición de la obra a cargo del marqués de la Fuensanta del Valle y José Sancho Rayón publicada en Madrid en 1876 por la imprenta de Miguel Ginesta. La referencia completa es Fray Bartolomé de las Casas (1876). Historia de las Indias. Imprenta Miguel Ginesta, Madrid. Tomo V, libro III, capítulo CLXV, págs. 221-224. Puede consultarse en la excelente página de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Para facilitar la lectura de pasajes tan extensos, he modernizado el uso de las tildes y el de algunos signos de puntuación.
⁴José I. Castro (2013). Historical Knowledge of Sharks: Ancient Science, Earliest American Encounters, and American Science, Fisheries, and Utilization. Marine Fisheries Review, 75(4), 1-26. doi: dx.doi.org/10.7755/MFR.75.4.1
⁵Cito por la edición a cargo de José Amador de los Ríos publicada por la Real Academia de la Historia en 1851: Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1851). Historia general y natural de las Indias, islas y tierra-firme del mar océano. Imprenta de la Real Academia de la Historia, Madrid. Tomo I, libro XIII, capítulo VII, p. 431. Puede consultarse en el inmenso Internet Archive. En este caso, por tratarse textos tan breves, sigo la costumbre de transcribir el texto fielmente respetando las grafías y ortografía del original.
⁶En su obra más conocida, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, La Casas escribe: «En este incomportable trabajo, o por mejor decir ejercicio del infierno, acabaron de consumir a todos los indios lucayos que había en la isla cuando cayeron los españoles en esta granjería. Y valía cada uno cincuenta o cient castellanos, y los vendían públicamente, aun habiendo sido prohibido por las justicias mesmas, aunque injustas por otra parte, porque los lucayos eran grandes nadadores. Han muerto también allí otros muchos si número de otras provincias y partes.» Cito por la edición cargo de André Saint-Lu publicada por la editorial Cátedra en 1992 (pág. 145).
⁷Lloyd F. Lowry (2015). Neomonachus tropicalis. The IUCN Red List of Threatened Species 2015: e.T13655A45228171. https://dx.doi.org/10.2305/IUCN.UK.2015-2.RLTS.T13655A45228171.en.
⁸José I. Castro (2011). The Sharks of North America. Oxford University Press, Oxford. Véase también, por ejemplo, T. L. Guttridge, P. Matich, A. E. Guttridge, M. Winton, S. Dedman & G. Skomal (2024). First evidence of white sharks, Carcharodon carcharias, in the tongue of the ocean, central Bahamas. Frontiers in Marine Science, 11. https://doi.org/10.3389/fmars.2024.1451808