Visera (Deania calcea) fotografiada a 1000 m en el Atlántico nororiental. (Foto: Nicola King, Universidad de Aberdeen). |
Hace unos cuantos millones de años que los tiburones lograron colonizar con éxito los más diversos rincones del océano, estableciéndose incluso de de forma permanente en algunos ríos, como las especies fluviales del género Glyphis (Carcharhiniformes: Carcharhinidae). Lo más notable es que esta impresionante capacidad de adaptación se ha conseguido tan solo mediante un puñado de modificaciones realizadas sobre un diseño básico pero extraordinariamente eficaz: esqueleto de cartílago, 5-7 pares de aberturas branquiales laterales no protegidas por opérculos, ausencia de vejiga natatoria, etc. Así, por ejemplo, cuando las condiciones ambientales aconsejaron la instalación de un mayor número de electrorreceptores, se optó por ampliar la superficie sensorial alargando el morro (en algunos casos también ancheándolo), pero siempre respetando el diseño hidrodinámico marca de la casa; si en aguas profundas, donde apenas llega la luz, la velocidad no resultaba imprescindible para la obtención de alimento, se invirtió menos energía en la construcción y diseño de las aletas (eliminando algunas en determinados casos), y más en la formación de un hígado más grande con el que alcanzar la flotabilidad neutra; por el contrario, cuando lo esencial era la estabilidad y la potencia para la caza en aguas superiores, el hígado se hizo más pequeño, se alargaron las aletas y se instalaron potentes quillas laterales en el pedúnculo caudal, autorizando, como es lógico, la calcificación parcial del endoesqueleto para reforzar aquellas áreas más expuestas a la presión y esfuerzo físico; hubo incluso una escudería que desarrolló un sistema de calefacción con el que logró mejorar el rendimiento muscular y aumentar la velocidad del módulo de procesamiento de información y toma de decisiones... y así un pequeño etcétera.
De modo que quitémonos de la cabeza la imagen popular de una criatura primitiva que sólo piensa en comer y aparearse (si de verdad queréis ver qué es una criatura primitiva guiada exclusivamente por sus instintos primarios, encended la televisión y poned, por ejemplo, Tele 5, o uno de estos programas de cotilleos, o mismamente un debate parlamentario). El tiburón es en realidad una especie tan sumamente moderna y avanzada que tardó relativamente poco en alcanzar un éxito evolutivo espectacular, de ahí que su diseño haya permanecido vigente, sin apenas modificación sustancial alguna, a lo largo de los últimos millones de años. ¿Qué necesidad hay de cambiar lo que está bien hecho? No en vano, el diseño corporal del tiburón continúa estudiándose y sirviendo como base para nuevos avances técnicos en campos tan diversos como el diseño naval, el aeronáutico, el diseño de prendas deportivas, etc.
El Tiburón anguila (Chlamydoselachus anguineus) es una especie marcadamente mesopelágica, pero dependiente de los fondos del talud. Este ejemplar fue fotografiado a 874 m por la NOAA. |
Cada especie ha elegido un rincón particular del océano donde establecerse, para lo cual, como hemos visto arriba, ha tenido que someterse a las modificaciones más adecuadas con las que soportar las condiciones impuestas por el ambiente. Podríamos decir que su estructura morfológica viene determinada por el medio.
Partimos de este excelente esquema realizado por Xvazquez para Wikipedia, bien claro:
1) En primer lugar, el océano puede dividirse en dos grandes regiones en función de su distancia de tierra: la nerítica (1) y la oceánica (2):
- Región nerítica: Corresponde a las aguas más próximas a la costa, sobre la plataforma continental.
- Región oceánica: El océano más allá de la plataforma, alta mar.
- Dominio pelágico: Constituido por la masa de agua comprendida entre la superficie y las proximidades del fondo, más todos sus habitantes. El nombre procede del término griego pélagos, 'mar abierto', 'piélago'.
Especie típicamente bentónica: Angelote (Squatina squatina), en una excelente fotografía de José Torre Busto. |
- Dominio bentónico: Del griego benthos, 'fondo del mar'. Constituido por el fondo marino y las plantas y animales que viven sobre él o dentro de él.
3) A su vez, el dominio pelágico, atendiendo a factores como la luz solar, la temperatura o la salinidad, puede dividirse en:
- Zona epipelágica: (3) Hasta los 200 m de profundidad aproximadamente. Es la zona que permanece iluminada por la luz del sol, lo cual permite la fotosíntesis y por tanto el desarrollo de la producción primaria (el prefijo epi-, de origen griego, significa 'superficie').
- Zona mesopelágica: (4a) 200-1000 m aprox. (del prefijo también griego meso-, 'medio'). Espacio de transición o zona crepuscular entre la luz y la oscuridad
Tintorera (Prionace glauca) fotografiada por Joe Romeiro.
Especie pelágica oceánica. - Zona batipelágica: (4b) 1000-4000 m aprox. (del grieto bathys, 'lo profundo'). Es el reino de la oscuridad absoluta punteada por los destellos de alguna criatura bioluminiscente. Aguas muy frías bajo una presión asfixiante. Cerca de la plataforma, es la capa de agua que baña el talud medio e inferior continental.
- Zona abisopelágica: (5) Desde los 4000 m hasta el suelo oceánico, en torno a los 6000 m. Su nombre procede del griego ábyssos, el abismo, lo insondable.
- Zona hadopelágica: (6) 6000-11000 m. Corresponde a la zona más profunda del mar: las fosas abisales. Su nombre deriva de Hades, nombre con que los griegos designaban el inframundo.
4) El dominio bentónico se divide, según la profundidad y la zona del margen continental, en:
- Zonas intermareal (zona expuesta al aire con marea baja y sumergida con marea alta) y submareal (zona permanentemente cubierta por el mar, o sea, la mayor parte de la plataforma); también se las conoce como litoral y sublitoral, respectivamente. (A)
- Zona batial: (B) Zona del talud continental entre los 200 y los 4000 m aproximadamente.
- Zona abisal: (C) Zona del suelo oceánico o llanuras abisales entre los 4000 y los 6000 m aprox.
- Zona hadal: (D) Comprende el suelo de las fosas oceánicas desde aproximadamente los 6000 m hasta los 11.022 m de la fosa de las Marianas.
(Fuente: NOAA) |
Los tiburones empiezan a escasear a medida que descendemos más allá de los 2000 m, hasta quedar práctica o totalmente ausentes del dominio abisal, a partir de los 4000 m. Su presencia en esta zona es muy rara, probablemente queda limitada a incursiones ocasionales. Una de las explicaciones más plausibles es que la elevada necesidad energética de estos animales (pensemos que se encuentran en los puestos más altos de la cadena trófica) no puede satisfacerse en un medio oligotrófico, es decir, de tan baja productividad, tan pobre en nutrientes¹. Por otro lado, en un lugar donde no solo escasea el alimento, sino que pueden transcurrir largas temporadas entre un festín y otro, la supervivencia depende de la capacidad de almacenamiento de energía. Y aquí los tiburones están en clara desventaja competitiva con los teleósteos: éstos, al disponer de vejiga natatoria para el control de flotación, pueden destinar el hígado al completo para el almacenamiento de lípidos; en cambio, el hígado de los tiburones debe compartir esta función con la del control de la flotabilidad, almacenando aceites más livianos que el agua, como el escualeno.²
El récord absoluto de profundidad de todos los tiburones lo ostentaba, hasta hace poco, una especie presente en nuestras aguas, la pailona (Centroscymnus coelolepis), justamente conocida en inglés como Portuguese dogfish, con nada menos que 3675 m. Pero recientemente se lo ha arrebatado otra especie que también tenemos por aquí, concretamente un tiburón linterna, el tollo raspa (Etmopterus princeps), con 3750-4500 m registrados en al Atlántico norte.
Pailona (Centroscymnus coelolepis) en Viana do Castelo (Foto: APECE) |
Etmopterus princeps capturado en las Azores, en las proximidades del campo hidrotermal Lucky Strike. Foto: Pedro Niny Duarte (c) ImagDOP. |
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¹Imants G. Priede, Rainer Froese, David M. Bailey et al. (2006). "The absence of sharks from abyssal regions of the world's oceans". Proceedings of the Royal Society, vol. 273, no. 1592, pp. 1435-1441.
²Véase J. A. Musick & C. F. Cotton (2014). "Bathymetric limits of chondrychthyans in the deep-sea: A re-evaluation". Deep-Sea Research II. http://dx.doi.org/10.1016/j.dsr2.2014.10.010i
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Buenísimo artículo Jumer!!!
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