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martes, 28 de septiembre de 2021

Los ataques más antiguos de la historia

Elaboración propia. Mapa: Pter Dlouhý (Wikimedia Commons). Foto 1: Jeffrey Quilter; foto 2: Universidad de Kyoto; foto 3: Peter Siegel.

El hombre lleva miles de años conviviendo con el tiburón. Desde el instante en que por primera vez contempló el mar como una fuente de alimento y se decidió a meter los pies en el agua para investigar sus rincones, aprendió que los tiburones eran parte inevitable de una naturaleza que te daba la vida, pero también, en ocasiones, la muerte, una muerte que podía llegar a ser tan espantosa como alguna de las que siguen.

1. HACE 6000 AÑOS había pequeños asentamientos humanos en la zona de la actual Paloma, en la costa del Perú. Sus habitantes vivían en cabañas circulares hechas de caña y se dedicaban a la pesca y al marisqueo, en la orilla o buceando.
     En 1976, en un yacimiento situado en una colina a 3,5 km de la costa, el bioarqueólogo Robert Benfer, de la Universidad de Missouri en Columbia, y el arqueólogo y antropólogo Jeffrey Quilter, de la Universidad de Harvard, se toparon con una tumba singular. A diferencia de la mayoría de las otras 201, que habían sido abiertas debajo o justo en el exterior de las cabañas, esta consistía en una fosa alargada cavada en campo abierto y dejada sin cubrir. Contenía los restos de un chico de unos 17 años mutilado de un modo atroz. Le faltaba la pierna izquierda y presentaba marcas y profundos cortes en los huesos de la cadera y el antebrazo derecho que no dejaban lugar a dudas.
     El cuerpo del joven había sido depositado en una tumba ovalada y cubierto con cañizo y unas esterillas. Junto a él depositaron una concha marina, una gran piedra plana y varias cuerdas, una de ellas presentaba nudos muy elaborados y una borla en un extremo.
     Es el ataque de tiburón más antiguo jamás registrado.¹

2. HACE 3000 AÑOS ocurrió el ataque posiblemente mejor documentado de la antigüedad. Lo conocimos en todos sus detalles hace apenas unas semanas gracias a un trabajo publicado en el Journal of Archeological Science: Reports.² La víctima es un hombre de mediana edad —probablemente un pescadorque vivió en algún asentamiento costero del mar interior de Seto, en el sur del archipiélago de Japón, y murió entre las fauces de un tiburón blanco (Carcharodon carcharias) o tal vez de un tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). Todo lo que queda de él es un esqueleto casi completo horriblemente marcado con varios centenares de heridas; le faltan la mano izquierda y la pierna derecha, y la izquierda parece como si hubiese sido previamente arrancada, pues estaba enterrada en posición antinatural, sobre el cuerpo pero en sentido contrario a este. Se estima que su propietario, cuando estaba vivo, medía cerca de 158 cm. El análisis mediante carbono-14 situó el momento de su muerte entre los años 1370-1010 a. e. c., hacia finales del periodo pescador-cazador-recolector de Jōmon.

El esqueleto no tiene nombre, sino solo una etiqueta: "Tsukumo nº 24". Es uno de los más de 170 hallados en el yacimiento prehistórico de Tsukumo durante su primera excavación de 1915 y depositados en la Universidad de Kyoto. Allí fue examinado por J. Alyssa White y Rick Schulting, de la Universidad de Oxford, cuyo propósito inicial era reconstruir las circunstancias de su muerte en el marco de un proyecto de investigación sobre la violencia en los pueblos del Japón prehistórico. Pero lo que se encontraron fue algo muy diferente.

Tsukumo nº 24 presentaba al menos 790 heridas perimortem de diverso tamaño, forma y consideración muescas, cortes, estrías, incisiones profundas, así como una cantidad importante de fracturas. En su mayoría se concentraban en la región pélvica, la pierna izquierda, los brazos y los hombros, aunque también había unas cuantas en las costillas. Los investigadores estaban atónitos. Por un lado, les resultaba imposible entender el porqué y el cómo otro u otros seres humanos pudieron haber causado todo aquel daño a un semejante. Y por el otro, la forma, profundidad y distribución de las tremendas heridas resultaban incompatibles con cualquier tipo de arma o de materiales de los que se usaban en la época. En otras palabras, no podían ser producto de ninguna clase de violencia humana.
    Tras consultar diversa bibliografía, los autores advirtieron que las heridas eran muy parecidas a las causadas por ataques de tiburón, de modo que resolvieron recurrir a una de las mayores autoridades mundiales en este campo, George Burgess, viejo conocido de todos los tiburoneros por haber sido durante muchos años director del ISAF (siglas de Archivo Internacional de Ataques de Tiburón). Y las sospechas se confirmaron. Se formó un equipo de especialistas que logró elaborar un relato de cómo debió de haber sido el ataque utilizando una combinación de técnicas arqueológicas y forenses, incluido un novedoso modelo tridimensional por ordenador desarrollado por tres de sus miembros. 

Fuente: J. Alyssa White, G. H. Burgess et al. (2021). Journal of Archaeological Sciencies: Reports.

¿Qué ocurrió aquel día de hace algo más de 3000 años? Elementos como el patrón, amplia tipología y distribución de las heridas y traumatismos parecen indicar que la víctima estaba viva durante el ataque, si bien no permiten extraer conclusión alguna sobre la identidad y talla de la especie implicada. No obstante, los únicos tiburones registrados en la zona capaces de causar tales destrozos son el tiburón blanco, responsable de varios ataques registrados en épocas recientes, y el tiburón tigre. Tampoco hay datos que descarten con toda seguridad la participación de más de un ejemplar, aunque de tratarse de un C. carcharias, este escenario es más improbable, dado que se trata de un depredador solitario.
     En el tramo final del periodo Jōmon se constata un incremento en la explotación de los recursos marinos. Existen evidencias de que en aquel tiempo ya se capturaban peces de aguas profundas e incluso se buceaba en busca de especies como los abulones u orejas de mar.³ Parece lógico pensar que Tsukumo nº 24 se encontraba en el agua pescando cuando se desencadenó la tragedia.

El primer ataque debió de ser devastador; posiblemente iba dirigido hacia las extremidades inferiores. Las dos piernas fueron arrancadas; la derecha nunca pudo recuperarse. Y en un vano intento por defenderse, la víctima perdió también la mano izquierda. La arteria femoral y otros vasos principales resultaron seccionados produciendo una masiva pérdida de sangre; lo más probable es que el pescador perdiera el conocimiento, y enseguida le llegó la muerte por shock hipovolémico. La superposición de marcas de diversa orientación sugiere que el tiburón continuó alimentándose del pobre Tsukumo nº 24, ya cadáver, durante unos minutos antes de que otros pescadores o testigos lograsen recuperar su cuerpo espantosamente mutilado.
     Sus restos fueron enterrados tres km tierra adentro en un conchero, gracias a lo cual su esqueleto logró preservarse en las excelentes condiciones que han permitido elaborar este relato.

Tiburón blanco (Carcharodon carcharias). Foto: Chris Fallows.

3. HACE 1000 AÑOS. La historia del redescubrimiento de Tsukumo nº 24 es similar a la de este otro pescador, muerto posiblemente en un lance de pesca cuando tan solo contaba unos 28 años. Sus restos fueron hallados a finales de los años ochenta del pasado siglo en el yacimiento precolombino de Maisabel, situado en la costa septentrional de Puerto Rico cerca de la moderna ciudad de Vega Baja, en una excavación dirigida por el Dr. Peter Siegel. A diferencia del japonés, no es su cuerpo a quien pusieron número, sino a su sepultura: el 17. El carbono-14 sitúa el momento de la muerte entre los años 789 y 1033 e. c.

La tumba 17 contenía un esqueleto casi completo enterrado en posición fetal; le faltaba el antebrazo derecho, arrancado a la altura del codo, y el húmero correspondiente presenta múltiples cortes e incisiones profundas. En un principio todo esto se calificó como heridas de guerra; sin embargo, ante la evidencia de que no coincidían con ningún tipo de herramientas o armas de la época, revisiones posteriores concluyeron que debían de haber sido causadas por un depredador. Tras diversas consultas, las fotografías de los huesos llegaron a George H. Burgess, quien no tuvo ninguna duda: un tiburón, y además con nombres y apellidos: Galeocerdo cuvier, el tiburón tigre. Las pequeñas marcas estriadas de muchos cortes no dejaban lugar a dudas.

Un dato curioso es que en el mismo lugar otro esqueleto llevaba el aguijón de una pastinaca clavado entre las costillas y también se consideró una herida de guerra.

Tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). Foto: Gerald Nowak, Westend 61

EN CONCLUSIÓN: Los ataques de tiburón son una rareza hoy en día, una excepción, como lo fueron en el pasado. Sin embargo, en nuestra sociedad, tan moderna y sofisticada, y teóricamente más avanzada e informada, los tiburones siguen despertando un miedo atroz —que en no pocos casos roza lo cursi— incluso en aquellas zonas del planeta donde jamás ha habido un ataque. Lejos de esta especie de histeria, los pueblos antiguos convirtieron a estos fascinantes peces en divinidades o espíritus, en una suerte de símbolos que los ligaban a un entorno natural con el que había que aprender a vivir. Hombre y tiburón formaban parte de una unidad. Una lección de humildad y sabiduría.

El yacimiento de Tsukumo está en Kasaoka, ciudad de la prefectura de Okayama situada en la zona oriental del mar interior de Seto. Del otro extremo del mar, hacia poniente y más al sur, se encuentra Hiroshima.
     En 1945, con la guerra casi terminada, los EEUU decidieron ver qué tal funcionaba su lustroso armamento atómico y, ya de paso, darse también un poco de lustre a si mismos de cara al nuevo escenario internacional. Habían desarrollado dos modelos de bomba: una utilizaba un isótopo del uranio y la otra del plutonio. Tan ilusionados estaban que hasta les pusieron nombres de lo más "cuqui": Little Boy a la primera y Fat Man a la segunda. Y no se les ocurrió mejor idea que probarlas sobre la población civil del enemigo en su propio territorio (aunque esto no era ninguna novedad: meses antes, por ejemplo, los aliados es decir, los buenos ya habían estado emulando las proezas de los malos probando el poder destructivo de su armamento sobre la población civil enemiga en aquella espantosa "tormenta de fuego" que lanzaron sobre Dresde. Pero claro, eran los buenos). Y así fue como el 6 de agosto Little Boy, "el niñito", aniquiló de forma instantánea a alrededor de 80 000 personas, el 30% de la población de Hiroshima, más otros miles más que irían cayendo víctimas de las terribles heridas y de las espantosas secuelas de la radiación. "My God, what have we done?", fueron las palabras del capitan Robert Lewis, copiloto del Enola Gay. Días después su país fue a por Nagasaki.

Y luego dicen que los tiburones dan miedo. Los seres humanos deberíamos hacérnoslo mirar.

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¹Tal vez este suceso habría permanecido oculto durante mucho tiempo si no fuese por el revuelo causado por la publicación de J. Alyss White y George H. Burgess citada abajo. Véase Bruce Bower. "A skeleton from Peru vies for the title of oldest known shark attack victim". Science News, publicado en internet el 30 de julio de 2021.

²J. Alyssa White, George H. Burgess, Masato Nakatsukasa, Mark J. Hudson, John Pouncett, Soichiro Kusaka, Minoru Yoneda, Yasuhiro Yamada & Rick J. Schulting (2021). 300-year-old shark attack victim from Tsukumo shell-mound, Okayama, Japan. Journal of Archaeological Science: Reports. Vol 18, August 2021, 103065. https://doi.org/10.1016/j.jasrep.2021.103065.

³Como curiosidad, se han encontrado también restos de tiburones en varios yacimientos de esta cultura, lo cual parece indicar que formaban parte de la dieta de las personas o eran objeto de algún tipo de explotación o comercio. De hecho, la representación de un tiburón tal vez más antigua que se conoce data precisamente de este periodo. Es la imagen de abajo, un tiburón martillo tallado en una cerámica de alrededor del año 700 a. e. c. 

Foto: Iiyama Board of Educators a través de J. Alyssa White, G. H. Burgess et al. (2021). Journal of Archaeological Sciencies: Reports.

Encontraréis una reconstrucción de este suceso en un artículo del Dr. William F. Keegan publicado en la sección Caribbean Archaeology Program de la página del Florida Museum de la Universidad de Florida: The First Documented Shark Attack in the Americas.

Véase Hiroshima & Nagasaki Remembered.


4 comentarios:

  1. Un artículo muy interesante como siempre. Había oído hablar de Tsukumo 24 pero nunca había investigado sobre ese ataque, la verdad es que tenía pinta de un ataque múltiple.

    Me ha encantado la frase final :) Abrazo!

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  2. Interesantísima información. Gran blog el tuyo, muchas gracias por enseñarnos tanto de estas maravillosas criaturas

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