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martes, 16 de agosto de 2022

Tintoreras en la mejor compañía

Tintoreras en el Cantábrico. Foto: Isaías Cruz, MAKO PAKO.

Hace unos días pude cumplir uno de mis sueños más queridos y largamente deseados en esto de los tiburones: nadar con tintoreras en mar abierto. Fue una jornada inolvidable vivida en la mejor compañía. Esta es una pequeña crónica.

1. Personajes. Hay experiencias que resultan particularmente gratificantes y divertidas cuando las vives con amigos que comparten tu misma pasión y que además son expertos en el tema. Esta es una de ellas y Claudio Barría, del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, es uno de esos amigos: biólogo especializado en condrictios (tiburones, rayas y quimeras), pertenece al grupo de expertos de la IUCN, es cofundador de la asociación Catsharks y por encima de todo es un gran tipo. Ambos llevábamos desde antes de la pandemia queriendo coincidir en una expedición como esta, que naturalmente solo podíamos realizar con MAKO PAKO, un turoperador de referencia en España en el buceo con tiburones. Claudio ya había hecho varias salidas con ellos y, con su fundador, Isaías Cruz, realizado algún proyecto. Y además se da la casualidad de que Isaías y un servidor nos conocemos desde hace casi quince años (¡cómo pasa el tiempo!), cuando coincidimos en el memorable Foro Tiburones, una especie de charca digital infestada de individuos tan raritos o más que nosotros, pero nunca nos habíamos visto en persona. Era pues una oportunidad única que le daba al viaje un punto más de emoción. Y la verdad es que fue un encuentro entrañable que naturalmente bendecimos con unas cuantas cañas en una de las terrazas del hermoso puerto de Bermeo. Debo añadir que Claudio tenía razón: Isa (todavía me cuesta muchísimo no llamarle por su nick) resultó ser un chaval estupendo. El lunes regresé a Galicia con la sensación de que habíamos hablado poco; queda para la siguiente ocasión.

Izq. Vamos a nadar con tiburones, con Mako Pako, desde Bermeo. Dcha. El encuentro entre dos moderadores. No hubo besos porque ambos somos gente seria y decorosa y además Isa venía sin afeitar.
En lo profesional, Isaías es instructor de buceo y conoce bien a los tiburones, ha pasado muchísimas horas buceando con ellos tanto en España como en otras partes del mundo, y además con tiburones de los que imponen. Sabe lo que se trae entre manos. Es también fotógrafo y cámara submarino profesional con varios premios en la mochila y, no menos importante, un conservacionista comprometido. Con él estaba Xabier Mina, otro navarro muy majo, licenciado en Ciencias del Mar, también fotógrafo y cámara submarino y además colega de profesión. Xabi colabora con Mako Pako como guía y asesor científico documentando y recopilando los datos de cada salida.

2. La salida. Salimos el domingo 31 de julio pasadas las cinco de la tarde. Era un día de sol y pocas nubes, bonito, con una buena temperatura y algo de viento. En el mar había una suave marejadilla que hizo que, tan pronto abandonamos el puerto y la protección de su largo rompeolas, la lancha pegase de vez en cuando unos buenos panzazos contra las olas, levantando chorros de espuma que era gustoso sentir en la cara y los brazos. Íbamos hacia el cantil, el borde de la plataforma, que en esa parte del Cantábrico se encuentra a pocas millas de la costa. 

Mientras esta gente parloteba como cacatúas, yo observaba el mar a un lado y otro. Siempre he sentido una profunda fascinación por el mar abierto, por las criaturas y artilugios que recorren su inmensidad, así que cuando tengo la ocasión siquiera de asomarme a él en cualquier salida pelágica, suelo quedarme embobado escudriñando su superficie y recorriendo su horizonte como si algo extraordinario pudiese aparecer de un momento a otro. Esto también es bueno para combatir el mareo (aunque la biodramina no te la quita nadie). Sin embargo, en aquellos momentos lo único que de verdad deseaba era sosegar la agitación que me iba creciendo en el pecho a medida que se acercaba el momento de cumplir un sueño tan largamente deseado, agudizada por la desagradabilísima sensación, que venía acompañándome desde el almuerzo en alegre pandilla, de que la ley de Murphy rondaba la expedición como un cura rijoso un vestuario de chicos. El viernes habían visto unas siete tintoreras, ayer ¡unas catorce! ¿Hoy se mantendría la racha? ¿Seguirían estando ahí? ¿O más bien ocurriría como cuando veo un partido, que los equipos aprovechan para meter gol justo cuando me levanto a por una cerveza o para ir al baño? Cuanto más intentaba no darle vueltas, más vueltas le daba. Mi cabeza iba por libre.

Izq. Xabi admirando con deseo una apetitosísima cabeza de atún. Dcha. Isaías preparando el cebo.

Dejamos atrás la plataforma gasística de Enagas, una especie de araña gorda de metal clavada en el agua con las patas juntas (curiosamente, el nombre con que la han bautizado es Gaviota) a unos ocho kilómetros de la costa, y una pardela cruzó desde la banda de estribor; parecía una balear. Tiburones aparte, de todos los bichos de mar abierto, si hay un grupo que me atrae de un modo que no sé explicar es el de las aves oceánicas, aunque mi conocimiento sobre ellas es bastante justito, siendo muy generoso. Voceé entusiasmado por encima del ruido del motor: "¡Una pardela!". Algunos me miraron sorprendidos, luego se miraron entre si, me pareció detectar que con un cierto gesto divertido, y siguieron a lo suyo. Nos cruzamos con un pequeño grupo de delfines comunes con unas cuantas crías y hacia las seis o seis y pico llegamos a la zona prevista. Asier, el patrón, apagó el motor y Xabi e Isaías se pusieron manos a la obra. 

Desde la popa largaron una par de líneas con una cabeza de atún que venía en un exquisito coctail de sangre y ricos bocaditos de bicho marino con el que empezaron a rociar el agua. Durante la espera, un grupo de seis o siete paíños comunes vino a establecerse temporalmente a unos quince o veinte metros de la popa; iban y venían con su característico revoloteo inquieto picando en los restos de pescado que se alejaban con la corriente. Era fascinante seguir sus movimientos. Quise llamar la atención de la tropa, pero en vez de extasiarse ante la contemplación de las diminutas aves marinas, esas cacatúas sin sensibilidad optaron por convertirlas en el leitmotiv con el que me tomaron el pelo durante el resto de la jornada y las siguientes. En fin, sentado en la borda con el neopreno por la cintura, seguía también el paso silencioso y elegante de las medusas por la aleta de estribor. Iban rápido, lo que quería decir que había corriente, aunque el mar parecía haberse calmado un poco. La lancha se mecía dulcemente en el aire salado de la tarde. Se estaba muy bien allí. 

Isaías Cruz.

3. Al agua. No había pasado ni media hora cuando Isaías gritó no sé si "¡Tiburón!", "¡Tintorera!" o "¡Ahí hay uno!". No consigo recordarlo. Saltamos como resortes, pero al principio no lográbamos ver nada. Luego si: una fugaz mancha alargada azul claro que cruzaba por el fondo entre los cabos a pocos metros de nosotros. Unos minutos más y escuchamos: "¡Otro!". Murphy el rijoso y su ley se volatilizaron y el día se hizo más luminoso. Observé una pequeña conmoción junto a la boya del extremo de la línea que tenía justo delante: una aleta dorsal que cortaba la superficie y, detrás, el chapoteo de su caudal mientras su dueña mordisqueaba con ímpetu la cabeza de atún. Isaías y Xabi tiraban suavemente de los cabos para evitar que las tintoreras se zampasen la carnada y, al tiempo, estimular su curiosidad (y su hambre) para mantenerlas cerca. Luego apareció otra tintorera más. Y entonces, como si se hubiesen puesto de acuerdo, empezaron: "¡Toño, qué tal los paíños!", "¡Bonitos los paíños, eh!", "¡Mira, otro paíño por allí!". Intentaba no hacerles puñetero caso a esa panda de capullos, aunque por dentro no podía dejar de sonreír. Entre amigos, estas bromas son siempre una muestra de afecto. 

Isaías se metió el primero para ver cómo estaba la situación. Al poco rato Xabi nos dijo que ya podíamos ir bajando y que nadásemos hasta el cabo de seguridad bordeando la lancha por el costado de babor. Yo fui el último. Sentado en la escalerilla, me calcé las aletas y me aseguré la máscara tratando de respirar lentamente para dominar el entusiasmo y la agitación que me reconcomían por dentro. Pero, sobre todo, para centrarme en lo que estaba y no irme por el lado equivocado y acabar enredándome en alguno de los cabos, porque ya me conozco. 

Lo primero que me encontré al entrar en el agua fueron dos jóvenes tintoreras que cruzaban en silencio un inmenso espacio azul atravesado por chorros de sol que se hundían en la profundidad. Muchas emociones y deseos largamente contenidos se concentraron en aquel instante. Soy incapaz de expresar todo lo que sentí. Solo puedo decir que fue una de las escenas más hermosas que he visto en mi vida. Pero tuve que espabilar para llegar hasta el cabo. No estoy seguro, pero creo que alguien me pegó un toque para que despertase y agilizase.

Desde la lancha lo que se veía era esta especie de sopa de tropezones:

Y bajo el agua, esto:

Tienen razón quienes afirman que estar en el océano es estar en el azul: aunque pueda sonar cursi, es la verdad. Sin ninguno de los puntos de referencia a los que estamos acostumbrados, tales como rocas, paredes, bosques de algas o cualquier elemento del relieve del fondo, uno se siente como suspendido en la densa atmósfera de un planeta extraño donde la tierra, invisible, se encontrase muchos metros por debajo. Con sus finas alas extendidas, las tintoreras planeaban en este cielo invertido como el albatros sobre las olas, ambos separados por apenas una fina lámina de agua. Era tal la fascinación ante aquel espectáculo, que todavía tardé un rato en darme cuenta de dónde estaba; en ser consciente de mi mismo, de mi situación, del cabo que no podía perder de vista, de mi respiración y del agua que entraba por el tubo en según qué posiciones. Cuando ambos extremos, mi imaginación y la realidad, quedaron al fin en equilibrio, la experiencia fue extraordinaria. Empecé a disfrutarla de verdad. Y por encima el agua estaba bien calentita en la superficie, nada menos que a 23ºC.

Creo que no había transcurrido ni un cuarto de hora cuando apareció un grupo de delfines comunes, probablemente el que habíamos dejado atrás. Venían con sus crías y ni se acercaron. Varios metros por debajo de nosotros observamos como un par de jóvenes intentaron interactuar sin éxito con algunas tintoreras. Desparecieron enseguida y ya no volvimos a verlos más. 

4. Las tintoreras. Al principio había unas cinco o seis tintoreras dando vueltas a nuestro alrededor. Iban y venían curioseando entre las líneas, mordisqueaban las cabezas de atún, a veces en sus sacudidas el morro salía fuera del agua (disfruté muchísimo observándolas sumergido a medias, como en estas imágenes half-half, que capturan dos ambientes en una misma exposición: sobre el agua veía la aleta y el morro, bajo la línea de la superficie, el cuerpo en tensión entre nubes de burbujas); husmeaban y mordisqueaban la caja de cebo, de cuyos agujeros manaba un rico efluvio de pescado, o bien pasaban restregándose contra ella.
     En la segunda parte de la salida aparecieron más ejemplares. En total, al final del día habremos visto alrededor de doce tiburones, seguramente algunos más.

La gran mayoría andaban por los 100-175 cm de longitud y eran casi todos hembras. Solo vimos un macho de buen tamaño que apareció con un anzuelo de palangre clavado en la comisura derecha en la boca. Isaías hizo varios intentos por quitárselo con la ayuda de unas tenazas, pero resultó imposible.

Aquí con una enana que había venido a observarme y saludar... antes de volverse con el Isaías. Detrás Xabi con su cámara.
Los tiburones desaparecían y aparecían desde cualquier dirección. Parecían disolverse y materializarse como si en un punto del océano el azul se espesase y cristalizase en aquellas gráciles y estilizadas formas que contenían todos sus matices y escalas prodigiosamente combinados: azul claro, zarco, índigo, celeste, cian, azur, imperial, cobalto... Cuando pasaban cerca de ti era fácil apreciar como el brillo del sol arrancaba reflejos metalizados y tornasolados de una extraordinaria riqueza. El sustantivo tintorera está íntimamente ligado al color. En tierra firme, la tintorera es una mujer cuyo oficio es teñir, dar tinte o color a las cosas. La palabra lleva el color inscrito en el alma.

Las tintoreras pasaban entre nosotros deslizándose con su estilo elegante y bello. De pronto venían directas hacia ti para esquivarte en el último momento; luego aparecían desde atrás, por un costado o debajo de tus aletas. Enseguida se hizo evidente que la persona por quien se sentían particular, poderosa e insistentemente atraídas era por Isaías: se le acercaban constantemente, le daban golpecitos en su cámara con el morro y la boca y él las apartaba con una tranquilidad y una delicadeza propias de quien ya lleva muchas horas de buceo encima. Imagino que Isa les resultaba más guapo e irresistible que los demás, y puede que tal vez también quisieran salir hermosas en las fotos. Sin descartar la circunstancia de que el pamplonica permanecía todo el rato al lado de la caja del cebo.

Era evidente que las tintoreras andaban locas por Isaías y su cámara.

Xabi andaba a su bola sin dejar de cubrirnos la retaguardia. De vez en cuando lo veía subiendo y bajando en la columna de agua apuntando con su cámara a alguna tintorera. Apenas tuve tiempo de sentir mucha envidia porque estaba hipnotizado por las evoluciones de las que tenía nadando a mi alrededor. Solo eché de menos un poco de plomo en la cintura para bajar un poquito. Lo intenté un par de veces pese ser consciente de que era inútil: como es lógico, el agua me escupía para arriba como si fuese un balón de Nivea.

Entre los tiburones y las medusas, que seguían desfilando sin cesar, pude ver fugazmente, varios metros más abajo, la inconfundible silueta de una raya pelágica. Seguramente era una raya látigo violeta (Pteroplatytrygon violacea). Una feliz casualidad.

Al cabo de más de dos horas y cuarto sin salir del agua, tenía las yemas de los dedos que parecían pasas descoloridas. Debí de ser uno de los últimos en salir. No fue hasta que subí a la lancha cuando, de pie sobre la bañera, chorreando agua y felicidad, noté que el cuerpo se me había quedado frío. La parte superior del traje no se me ajustaba del todo bien y de vez en cuando, al realizar ciertos movimientos, me entraba agua. Estaba aterido. Con la ayuda de Claudio pude bajármelo hasta la cintura para secarme con una toalla y ponerme ropa seca.


"¡Qué, qué tal los paíños!", me soltaban estos entre enormes sonrisas de complicidad. Pero la verdad es que en aquellos primeros momentos no tenía mucha energía para seguirles demasiado las bromas. Solo podía concentrarme en devorar el pan con lomo que nos había ofrecido el bueno de Asier y que me estaba sabiendo a gloria bendita, mientras intentaba procesar todo lo que acababa de vivir.

Y todavía nos quedaba el postre.

5. La gran hembra. La tarde se iba y el cielo se había cubierto de retazos de nubes. Bien pasadas las nueve y media ya nos habíamos acomodado en nuestro rincón de la bañera listos para volver a puerto. Isaías estaba vaciando en el agua los restos de pescado cuando pegó un grito: "¡Ahí hay una grande! ¡¡Y lleva un pez piloto!!". En cuestión de minutos Xabi y él estaban de nuevo en el agua con sus cámaras, y obviamente Claudio fue detrás. A mi se me fue el frío de golpe y también me lancé al agua sin pensarlo, aunque me costó muchísimo subirme el traje y ponerme las aletas.

Habían llegado más tiburones, y ahora, con la noche practicamente encima, se les notaba más activos, como ocurre con todas las especies. Nadaban con más decisión cruzando veloces los haces de luz de las cámaras. Era una visión hipnótica. No podía creer lo que estaba ocurriendo: ¡una salida nocturna con tiburones! ¡Era un sueño! Y entonces divisé la gran hembra, casi bajo mis pies, avanzando lentamente desde la oscuridad con las larguísimas pectorales rectas como alas de avión. Era imponente, majestuosa. Se deslizaba sobre la lámina de agua sin esfuerzo, sin ningún movimiento o gesto perceptible de su cuerpo. Planeaba. Portaba dos pequeñas rémoras y un pez piloto (Naucrates ductor) con su característico uniforme a rayas. 

El tiburón era más largo que Xabi, que mide 1,88, calzado con sus aletas de pala larga. Asier, que estuvo observando todo desde la popa, nos comentó que sobrepasaba claramente los dos metros y medio de manga que tenía la lancha. Calculamos que debía de medir alrededor de 260 cm. El récord Mako Pako. No puedo ni imaginar lo que debe de sentirse buceando con ejemplares más grandes, porque la tintorera puede llegar a superar ampliamente los 350 cm. 

El enorme pez permaneció muchísimos minutos alrededor de la lancha, entrando y saliendo de la luz. Presentaba grandes cicatrices posiblemente de apareamiento que se concentraban sobre todo en su costado izquierdo; algunas contaban con incisiones profundas no cerradas del todo. El pez piloto que la acompañaba unas veces aparecía al lado de la dorsal, otras medio escondido bajo las pectorales... Cambiaba constantemente de posición. 

Aguanté una media hora más en el agua y ya me subí. Isaías y Xabi todavía se quedaron allí un buen rato, disfrutaban como locos. Volví a ponerme la ropa seca y abrí una bolsa de frutos secos que recordé llevaba en la mochila para ver el espectáculo. Estaba totalmente oscuro. De pie en la popa observábamos el agua negra atravesada por fugaces destellos del azul metálico de los tiburones bajo la luz de las lámparas. Una imagen onírica imposible de olvidar. Fue fantástico, la mejor culminación posible para un día inolvidable.

6. De vuelta a Bermeo bajo la luz del Matxitxako. Agotados, satisfechos más allá de lo imaginable, felices, eufóricos bajo la imponente luz del faro de cabo Matxitxako, que nos arropó durante la travesía de vuelta a Bermeo. Así estábamos. Dejamos atrás las luces de la plataforma Gaviota, que se perdieron en la lejanía. Bien pasadas las once de la noche llegamos a puerto.

Muy grandes Claudio e Isaías, Isaías y Claudio.

Nos quedaba la cena. Pero esa es otra aventura.

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PS 1: Todas las fotos de las tintoreras, con o sin marca de agua, son de Isaías. Muchas gracias, monstruo.

PS 2: Desde las asociaciones de armadores del país se quiere fomentar el consumo de carne de tintorera. Algo hay que hacer con el cuerpo de estos bichos tras arrancarles las aletas para enviarlas al mercado asiático, que eso es lo que da pasta de verdad y lo que está detrás del incremento de la presión pesquera a la que están sometidos estos bellísimos tiburones. Se puede exprimir la vaca todavía más.
     Por otro lado, la carne de los grandes depredadores del océano es un bioacumulador natural de metales pesados, plásticos y sustancias altamente peligrosas que no querríamos ver en el plato de nuestros seres queridos.
     Que cada cual tome la decisión que crea conveniente para si y los suyos.

     Por nuestra parte, los tiburones siempre vivos y en el mar. 

     Belleza y salud.

En la mejor compañía.


4 comentarios:

  1. Muy buena crónica, algún día habrá que echarle valor y apuntarse :-)

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    1. Pues anímate. Estas cosas hay que hacerlas sin pensarlo; ya verás como te sorprende lo tranquilos que son estos bichos. Y como lo vas a disfrutar.

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  2. Me alegro muchísimo de que hayas vivido esta maravillosa experiencia, gracias por tu artículo, qué bien has transmitido todo. Isa es un crack, la labor que hace, las fotos, sus dibujos... y tú también con tu fantástico blog. No tardaré mucho en apuntarme, porque es algo que hay que hacer. Abrazos para todos.

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    1. Gracias, Jose! Pues si, un crack. Gracias por tu comentario, y animaros, que vale la pena!

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