Foto: Ahmed Ramzan, Gulf News. |
Con tantos intereses y presiones por parte de la industria pesquera de todos los países para seguir pescando tiburones, cueste lo que cueste y a costa de quien sea, tal como vimos en la primera y en la segunda parte de este largo artículo, tenemos, finalmente, el tema de la evaluación de las diversas poblaciones con el objetivo de calcular su "sostenibilidad", es decir, de valorar cuántos tiburones se pueden pescar sin que estas colapsen.
El impresionante trabajo que hoy terminamos de resumir (la France Porcher & Brian W. Darvell (2022). Shark Fishing vs. Conservation: Analysis and Synthesis. Sustainability 14, 9548 https://doi.org/10.3390/su14159548) concluye, basándose en la extensa revisión de los informes y estudios más importantes publicados a lo largo de estas últimas décadas, que todas las medidas tomadas para proteger a los tiburones y hacer que su pesca sea "sostenible" no han sido efectivas. Cada vez hay más especies de elasmobranquios (tiburones y rayas) amenazados a nivel global y las perspectivas no son nada esperanzadoras.La explicación de todo este desastre no es nada sencilla. Sin embargo, Porcher y Darwell abordan la cuestión en toda su complejidad, desde todas las perspectivas posibles y manejando un enorme caudal de datos procedentes de diversas fuentes, para, con admirable claridad y rigor, delimitar el fondo del problema, que no es otro que un modelo de explotación basado en una concepción ciegamente utilitaria del océano (los autores emplean el término "antropocéntrica", con el que personalmente no sé si estoy del todo de acuerdo), como un mero recurso económico a disposición en exclusiva de quien quiera o pueda explotarlo. Los políticos, los gestores, la ciudadanía en general, compartimos de algún modo esta visión, por eso dejamos que en el mar ocurran cosas que en tierra serían, quizá, impensables.
Para ilustrar esto que quiero decir, se me ha ocurrido la pequeña distopía que os propongo a continuación. Está ambientada no en el océano, sino en un ecosistema terrestre igualmente rico y complejo con el que estamos más o menos familiarizados y cuya importancia para el futuro del planeta consideramos fuera de toda duda gracias a multitud de documentales, campañas de divulgación y concienciación, etc.: la selva amazónica.
UN CUENTO DE LA AMAZONIA
Imaginemos que son las grandes empresas madereras, ganaderas, agrícolas y por supuesto pesqueras (podemos incluir también la minería) quienes ostentan en exclusiva el patrimonio de la gestión y explotación de la Amazonia; se consideran a si mismas legítimos usuarios de un gigantesco ecosistema al que han convertido en una mera fuente inagotable de recursos económicos, idea que han asumido los gobiernos y la ciudadanía.
Millones de sus poderosas naves recorren esta vasta geografía para talar árboles, cazar todo tipo de animales, recoger todo tipo de frutos y plantas, peinar ríos y afluentes en busca de grandes peces, con el objetivo de abastecer de alimento y materias primas a los mercados nacionales e internacionales. Lo pueden hacer además mediante técnicas no particularmente selectivas a las que nadie concede demasiada importancia. Si el jaguar (porque su piel y otras partes de su cuerpo se pagan muy bien en ciertos mercados) se esconde en la espesura, tanto peor para la espesura: un truco muy empleado consiste en introducir en medio de la floresta una fuerte red de acero y arrastrarla mediante dos grandes máquinas separadas por varios cientos de metros a lo largo de varios kilómetros, y así ya caerá, el jaguar y la espesura con todo lo que se esconde en ella (esto es el equivalente en tierra del arrastre de fondo en el mar); el jaguar a las bodegas, el resto ahí se queda.
Las naciones protegen y defienden ferozmente los intereses de sus grandes empresas, a las que subvencionan, además, con ingentes cantidades de dinero público para que sigan e incluso incrementen la intensidad de su actividad extractiva, tanto en las áreas de explotación exclusiva que les correponde a cada una, delimitadas mediante una convención internacional, como todo a lo largo y ancho de una gigantesca área común, que pertenece a todas y a ninguna.
Imaginemos ahora que en esta zona común, que pongamos representa más del 75% de la superficie de la Amazonia, no existen apenas leyes que controlen o modulen estas actividades económicas y las pocas que hay no se aplican porque ningún país muestra el más mínimo interés en ello. Es cierto que se han formado varias asociaciones de naciones usuarias, pero, más allá de gestos para apaciguar a ciertos sectores de las opiniones públicas de algunas de ellas, los hechos no demuestran voluntad alguna para introducir reformas y leyes más severas y, sobre todo, para establecer controles estrictos que garanticen su cumplimiento (el territorio común queda lejos de casa y de sus votantes, que no se enteran demasiado, y por encima estas cosas cuestan esfuerzo y dinero).
Podemos añadir que las leyes nacionales e internacionales les permiten a los dueños de estas empresas que operan en el amplio espacio de la selva, tanto en este territorio común como en muchas de las áreas económicas exclusivas, adoptar innumerables estratagemas para que puedan eludir el pago de impuestos así como su responsabilidad sobre los posibles delitos que puedan producirse (obviamente sin querer) durante el ejercicio de su legítima actividad económica (delitos ambientales, laborales, etc.). Por ejemplo se les brinda la posibilidad de poner sus camiones, excavadoras, barcos, fábricas, etc. a nombre de sociedades extranjeras opacas, difíciles de rastrear. Pueden también matricularlos en países donde las normativas de explotación, de recursos y de personas, son laxas o inexistentes; de esta manera pueden llevar a cabo su actividad "económica" de acuerdo con las leyes de este país de matriculación, no con las de su nación de origen.
Naturalmente, en algunos países surgen de pronto voces de alarma por parte de diversas sociedades y de organismos científicos. Pero resulta imposible llegar a un acuerdo internacional común, valiente y vinculante. Los países, mimetizados con sus respectivas empresas, no se sienten demasiado concernidos por esas advertencias y no les hacen mucho caso. Cuando lo hacen, alegan dificultades insalvables para llegar a un acuerdo (no suelen especificar cuáles), señalan la extraordinaria complejidad de las leyes que rigen el Amazonas y, finalmente, se echan la culpa los unos a los otros mientras defienden, con orgullo, a sus propias industrias. Curiosamente, solo adoptan acciones perfectamente conjuntadas cuando alguien sugiere que hay que parar o, cuando menos, limitar drásticamente la tala de árboles, las matanzas de animales, la pesca en ríos y afluentes, etc.; ahí si que van todos a una; no hay complejidades ni dificultadas insalvables, y los dirigentes no se señalan unos a otros con el dedo índice haciendo pucheros.
Algunas naciones, ante el sordo runrún de sus respectivas opiniones públicas, han acordado, al cabo de muchos años de explotación sin medida ni control, adoptar políticas extractivas basadas en criterios científicos más o menos favorables a sus industrias (o hacerlo una vez han sido convenientemente rebajados). Y para ello han ideado un concepto lo suficientemente extraño como para que nadie entienda exactamente su significado ni su alcance: la "sostenibilidad"; es decir, ¿cuál es la cantidad o tonelaje máximo de producto que es posible extraer sin que ese árbol, pez o planta desaparezca del todo?
Pero ello no es ninguna sorpresa. A lo largo de los años, estos gobiernos se han encargado de que la mayor parte de la producción científica sobre las plantas y demás criaturas que pueblan el Amazonas se realice desde la perpectiva exclusiva de la explotación económica: ¿cuántos organismos hay y cuántos quedan para seguir explotándolos? Y una vez agotados unos, ¿qué otros pueden ocupar su lugar? Es decir, ¿qué alternativas se les puede ofrecer a las industrias maderera, piscícola, cinegética, agrícola y minera para seguir operando una vez que han agotado las poblaciones de tal árbol, tal pez, tal planta o tal mineral?
Las voces que más se escuchan sostienen que los planes de gestión están funcionando bien donde se aplican. Los propietarios de las industrias madereras, cinegéticas, piscícolas, etc., afirman que son ellos quienes mejor conocen la Amazonia, mejor que nadie, y afirman taxativamente que las cosas están mucho mejor de lo que sostienen aquellos a quienes despectivamente califican como "ecologistas", que lo único que buscan es la ruina.
En los márgenes de la Amazonia existen también empresas familiares que explotan pequeñas parcelas de territorio a las que se sienten vinculadas. De algún modo se saben perjudicadas por la actividad a gran escala, altamente destructiva, de las grandes empresas industriales, pero les han conseguido convencer de que ambos modelos comparten el mismo objetivo, el mismo interés, y se unen a ellas para luchar contra el que erroneamente consideran su "enemigo común".
Deforestación en la Amazonia. |
Pues bien. Esto es lo que lleva muchos años ocurriendo en el océano, pero a una escala inimaginable, y por eso hemos llegado hasta donde hemos llegado. El mar y los organismos que lo habitan no son más que un recurso económico a disposición de unos pocos, y no un ecosistema sumamente complejo del que depende la vida en la Tierra tal como la conocemos. El océano es el que regula nuestro clima, fija el mayor porcentaje de CO2 (él es el verdadero pulmón del planeta, no el Amazonas), y además nos proporciona belleza, disfrute y por supuesto también alimento.
Los tiburones no son considerados como entidades biológicas fundamentales para el mantenimiento de la biodiversidad y de la salud del océano, sino como un mero recurso pesquero, económico, y así se tratan en los trabajos científicos que hablan de su "sostenibilidad". Importa cuántos tiburones se pueden pescar, no en qué medida ello afecta a su función en el ecosistema, el impacto que su eliminación o la reducción drástica de sus números pueden tener sobre él.
Foto: Ricardo Martínez García, Oceana. |
CÁLCULOS, CÁLCULOS, CÁLCULOS. Evaluar el estatus actual de las poblaciones de tiburones es ya de por si una tarea muy difícil y compleja debido a la propia naturaleza inaccesible e inabarcable del medio en que viven. Algunos trabajos advierten de datos contradictorios, de informaciones incompletas, etc. Luego está el tema de establecer la base a partir de la cual determinar dicho estatus para elaborar planes de gestión; es decir, ¿partimos de una población sana o, por el contrario, de una población seriamente diezmada tras décadas de explotación industrial? El peso medio de las tintoreras que se capturaban en los años 50 era de 52 kg; en los años 90, eran 22 kg. Su abundancia se estima que es ahora solo el 13% de entonces. Y se sigue defendiendo que su pesca es "sostenible" al menos en ciertas partes del mundo.
Los cálculos de "sostenibilidad" no se puede decir que hasta ahora hayan tenido mucho éxito. No pueden tenerlo. ¿Qué tipo de datos se manejan a la hora de calcular y/o decidir cuántos tiburones se pueden extraer sin que sus poblaciones desaparezcan? ¿Las descargas reportadas? Sabemos que muchos países no informan adecuadamente, o no informan en absoluto, de las capturas de sus respectivas flotas; tampoco somos capaces de adivinar el brutal impacto de la pesca ilegal, no reportada y no regulada (IUU en sus siglas en inglés), el cual se estima que puede suponer el 20% de las capturas mundiales, llegando hasta el 50% en algunas pesquerías; no se tiene en cuenta el tema de la mortalidad real a la que se enfrentan los tiburones, la no relacionada con la extracción de aleta (mortalidad post captura y después de la liberación, la causada por depredación en los palangres, capturas accidentales y deportivas, descartes...). Un estudio llevado a cabo en Hong Kong entre 1999 y 2001 concluyó que la mortalidad necesaria para sostener el mercado de aleta era al menos cuatro veces superior a lo reportado a la FAO. Igualmente, se ha visto que la cantidad de aletas presentes en los mercados asiáticos procedentes del Atlántico Norte excedían enormemente las de las capturas reportadas desde el ICCAT.
¿Se pueden hacer cálculos realistas de "sostenibilidad" en estas condiciones? Los datos nos están demostrando que no.
En conclusión, o los países adoptan fórmulas más contundentes o la cosa seguirá yendo a peor. Los autores del trabajo abogan por incluir todos los tiburones y rayas en el Apéndice I del CITES para frenar su comercio; que los gobiernos inviertan los miles de millones de subvenciones públicas a la pesca industrial en crear puestos de trabajo en tierra y en recuperar stocks agotados, y que apuesten decididamente por la pesca artesanal, la única que puede llegar a ser sostenible de verdad, sin comillas.
Mientras tanto... ¿Pesca sostenible de tiburones? ¡Un cuento chino!
Multa de 18500 dólares para una bloguera china que compró un tiburón blanco y difundió en abril 2022 un vídeo comiéndose su carne https://es.gizmodo.com/la-explicacion-mas-simple-del-bigfoot-segun-la-ciencia-1850052206. El escualo debió ser capturado en la zona costera de Nanchong, luego fue transportado ilegalmente 1,100 millas hacia el interior del país.
ResponderEliminarMenuda imbécil. Le está bien empleado. Gracias por el enlace!
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