Diversidad, biología, evolución, ecología, pesca, conservación, evolución, con especial atención a las especies presentes en Galicia.

sábado, 7 de julio de 2012

La pesquería del peregrino en Galicia

Playa de Porto de Bares, en la bocana de la ría de O Barqueiro. Foto: Munimara.

Porto de Bares, la playa más septentrional de la Península. Recortada como un limpio mordisco de tiburón en el borde oriental del cabo de Estaca de Bares, que marca el límite entre el océano Atlántico y el mar Cantábrico. Es un perfecto arco de arena trazado a los pies del pueblo, entre el Coído, el puerto de origen romano construido sobre una escollera de bolos graníticos
, y punta Almeiro. Una bellísima trampa mortal para los centenares de peregrinos (Cetorhinus maximus) que fueron cazados por las gentes del lugar a lo largo de los más de veinte años que duró la única pesquería que ha existido en Galicia dedicada exclusivamente a este tiburón.

Al inicio de la II Guerra Mundial los tiburones peregrino empezaron a acudir en grandes números al pequeño arenal de Porto de Bares. Llegaban de forma discontinua durante los meses de invierno hasta el comienzo de la primavera, desde noviembre hasta mediados-finales de marzo. Al parecer, ni los más viejos del lugar recordaban una cosa así. 
Estaca de Bares
     Nadaban con sus enormes bocas abiertas, lo cual quería decir que venían a alimentarse, como «siguiendo a esos pequeños camarones», en palabras de Plácido Méndez, tal vez refiriéndose a alguna especie de copépodo del zooplancton. Algunos vecinos, sin embargo, opinaban que en realidad lo que buscaban era deshacerse de las lampreas que llevaban pegadas a su cuerpo frotándose contra la arena. Los testigos no recuerdan haber visto nubes de arena o fango levantándose al paso de estos gigantes, por lo que esta hipótesis no parece muy sólida.

Aunque en esta parte del país existía una tradición ballenera de siglos —en el pueblo todavía pueden verse varias vértebras de ballena, nadie se había propuesto cazar estos tiburones de manera sistemática, tal como ya se venía haciendo en países del norte de Europa como Irlanda, Gran Bretaña o Noruega. Sabemos que en algunas localidades gallegas se complementaba la caza de la ballena con la captura de peregrinos, como lo atestigua un ejemplar documentado en la factoría ballenera de Ponteceso en 1945, pero se trata de casos aislados que no permiten hablar de una pesquería propiamente dicha¹.
     Hasta que llegamos al año 1943, cuando un joven de apenas 18 años, Plácido Méndez Fernández, tuvo la ocurrencia de subirse a una chalana² con un arpón que había conseguido en una fábrica de salazón y con él dar muerte a uno de aquellos enormes peixorros que entraban hasta la playa. Lo utilizaría para abonar su leira de patatas. Y ahí empezó todo.

Izq. Plácido Méndez sosteniendo uno de sus arpones (fuente: E. Alfaya, 2000). Dcha., su hermano, Manuel Méndez (Foto: I. Fernández, La Voz de Galicia, 6/10/2015).
0. Las fuentes. Sabemos muy poco de la pesquería del peregrino en Porto de Bares. Las únicas fuentes de que disponemos en la actualidad son un trabajo fundamental del biólogo Evaristo Alfaya publicado en el año 2000, basado en entrevistas a algunos de los protagonistas, y una entrevista a Manuel Méndez, el hermano pequeño de Plácido, publicada en el diario La Voz de Galicia en octubre de 2015³.
     En 2018, seis años después de la publicación original de este artículo —que como es natural solo podía estar basado en exclusiva en el trabajo de Alfaya fui amablemente invitado por la gente de la Asociación Nordés a visitar Porto de Bares y dar una charla sobre el tema. Naturalmente, acceder a hablarles a las gentes de un pueblo en el que jamás había estado sobre hechos de su propio pasado era, como mínimo, un atrevimiento (¿qué les vas a contar que ellos no sepan?). Pero mi idea era escuchar y aprender más que hablar. Como así fue. El acto se celebró el sábado 27 de enero en un restaurante casi a pie de playa con uno de los nombres más hermosos que uno puede concebir: A muller mariña. Entre los asistentes estaba nada más y nada menos que Plácido Méndez, el hijo de Plácido. No hay que decir que fue él junto con algunos de los presentes los protagonistas de la charla, compartiendo vivencias, recuerdos y, no menos importante, comprensión y amabilidad hacia un forastero que venía de las Rías Bajas para hablarles de no sé qué, y, disimuladamente, beberse su cerveza.
    Todo lo que sigue es una combinación de la primera versión de este artículo con la información extraída de la entrevista a Manuel Méndez y los testimonios recogidos durante la charla, fundamentalmente el de Plácido Méndez, en aquella tarde para nosotros tan especial e inolvidable.
Plácido Méndez en el centro sosteniendo uno de los arpones fabricados por su padre. A su derecha, el autor de este blog; a su izquierda, Daniel Beaz.

1. Los comienzos. La pregunta de por qué un paisano tuvo la ocurrencia de arponear uno de aquellos enormes peixes raros y llevarlo a tierra solo tiene una respuesta: por necesidad. Estamos en los años más duros de la posguerra, y en una zona, además, deprimida y olvidada. Había que comer y la tierra necesitaba producir. La gente no estaba dispuesta a perder una oportunidad como aquella. El peixorro daba para abonar huertas y leiras de trigo, maíz y patata. La carne también se podía vender a algunos vecinos que no pescaban y el aceite de su hígado se empleaba para las lámparas. En aquellos tiempos, en muchas casas no había gas ni dinero para comprar carburo. Manuel Méndez cuenta como en la suya utilizaban unos candiles de lata fabricados por su hermano Plácido.
     Además, técnicamente la cosa resultó más sencilla de lo esperable. Cuando se le clavaba el arpón, el animal instintivamente se precipitaba hacia delante y buscaba sumergirse. Lo que en las profundas costas del norte daba lugar a una larga y esforzada caza, en las aguas someras de la pequeña ensenada de Porto de Bares suponía una ventaja, ya que el animal quedaba inexorablemente atrapado en el banco de arena. La playa era una especie de ratonera gigante.

«Collíanse cando había pouca auga, unha braza ou braza e media [aproximadamente 1,8 o 2,75 m], con dúas xa era moi difícil», explica Manuel Méndez. Esto es algo que a veces uno iba aprendiendo sobre la base del ensayo y el error. Manuel cuenta como en una ocasión su hermano «aferrou un grande na punta do Coído e levouno ata o medio da ría, tirando para fóra, ata descubrir polo cabo o faro, e alí botou abaixo a chalana e desapareceu con todo». Plácido no había conseguido picar el cabo a tiempo.

Quizá todo habría quedado en una anécdota de unos cuantos tiburones muertos para consumo doméstico o para el comercio local si no fuera porque una conservera de la zona comenzó a comprar el aceite de sus hígados, que se utilizaba como combustible de lámparas y candiles, y además pagándolo muy bien, a 15 pesetas el litro, mucho dinero para la época. Comprensiblemente, muy pronto hubo más compradores... y más vendedores: «Un ejemplar adulto daba unos 3 bidones y medio de aceite. Esto es: unos 700 litros de óleo. Cada bidón se pagaba entre 3.000 y 4.000 pesetas del año 1943». Y cada vez más camiones partían cargados de bidones de aceite hacia Celeiro o Cariño. El pueblo entero se había lanzado a la caza del peixorro.

Dos peixorros bordeando la costa de Lands End, el Finisterre inglés. Foto de Lauree Kalinowski.
2. La caza. Llegada la temporada, la gente se mantenía todo el día alerta, bien en la huerta, bien en el monte, de guardia con el arpón listo, porque aquellos grandes peces podían aparecer en cualquier momento. «Levantábamos xa co arpón ás costas e a gamela abaixo», explica Manuel.
     Quienes desde las zonas altas primero advertían sus siluetas daban aviso a todo el pueblo. Los hombres dejaban todo aquello que tenían entre manos y se apresuraban hacia las chalanas, que ya tenían preparadas con los arpones. Normalmente contaban con dos: uno a proa y otro a popa, o ambos en la proa, unidos a la barca con un cabo.
     En su gran mayoría, los peixorros entraban por la punta del muelle hasta aproximadamente la mitad de la playa. Algunos giraban y regresaban a mar abierto; raramente se les observaba continuar hacia el interior de la ría. Sus grandes dorsales eran claramente visibles cortando la superficie y a veces también se distinguía el ápice de la caudal y el extremo del morro. Solían venir en grupos de dos a cinco individuos.
Fuente: Scottish Natural Heritage.
Podía haber siete u ocho chalanas esperando en el muelle listas para salir. La técnica era ir rápidamente a por los peixorros cerrándolos contra la playa. Era una carrera contrarreloj de todos contra todos que de vez en cuando podía dar lugar a ciertas situaciones de tensión: 
...en plena carrera entre chalanas para cazar a un ejemplar, mientras un marinero remaba, su hermano situado en la proa gritaba «meu» mientras acertaba presurosamente con el arpón en las maderas de la propia chalana.
El arpón debía clavarse con fuerza en el lomo a la altura de la primera dorsal. Era lo más efectivo, aunque en medio de toda aquella vorágine uno tiraba donde podía. Relata Manuel:
Unha vez aferrei eu un, varei a gamela, a praia estaba algo acantilada (con pendente), viñéronme axudar miña nai, unha curmá, e levou a rastro a gamela e o risón. Non era porque fora moi grande, pero eses peixes, cando os aferrabas da aleta dorsal para atrás, tiñas que ter moito coidado, tiraban ao demo.
El tiburón recibía el impacto del arpón, el agua se teñía con nubes de sangre, y el animal se precipitaba hacia su final; a veces se retorcía de dolor y girando sobre si mismo tal vez para librarse del hierro. 
     La chalana se varaba, y cuando el pez embarrancaba, lo inmovilizaban con cabos y risones y le cortaban la cola. Luego, aprovechando el movimiento de las mareas, se le subía a tierra con ayuda de unos garfios. Al final de la jornada podía llegar a haber hasta diez ejemplares sobre la playa.

Captura de un vídeo de Kevin Christensen. Arriba a la izq., chalanas en la ría de O Barqueiro.
La regla era que quien primero acertase con su arpón en un peixorro —lo aferraseal grito de «meu!» automáticamente se convertía en su propietario: «—Aferrado! —Quén o aferrou?! —Aferrouno fulano!». Cuando una chalana era incapaz de dominar al tiburón, bien porque era demasiado grande, o bien porque el arpón se había clavado en un lugar equivocado, se pedía ayuda y entonces se dividían los beneficios. Obviamente, a mayor tamaño, mayor el esfuerzo. Así, por ejemplo, fueron necesarios hasta siete arpones para terminar con un ejemplar de casi 8 m, uno de los más grandes de cuantos se recuerdan. Según Manuel, «O mais grande que se colleu aquí tiña 7,20 metros de longo e 2,02 de cola, en vertical; calculábanlle por riba das dúas toneladas». Su sobrino Plácido comenta que el tiburón más grande que él recuerda «debía de medir cerca de once metros».

Izq: Porto de Bares con o Coído y, al fondo, el islote de Coelleira. Dcha: Fotograma de Man of Aran, la docuficción dirigid por Robert J. Flaherty en 1934.
En ocasiones la caza derivaba casi en un combate cuerpo a cuerpo. Hubo quien, como el propio Manuel, se subió a horcajadas sobre el lomo de un animal sujetándolo con los brazos para tratar de inmovilizarlo mientras venían a rematarlo a cuchillo —a decir de su sobrino, todavía de mayor conservaba en sus brazos las marcas del roce con la abrasiva piel del tiburón; locuras de juventud. Anécdotas aparte, no consta que se hubiera producido algún accidente fatal, aunque sí momentos de peligro, como este similar al protagonizado por Plácido:
Uno de los momentos más peligrosos [...] le sucedió a una chalana tras clavarle el arpón a un gran tiburón. El escualo, contra todo pronóstico, giró hacia mar adentro arrastrando a la chalana y a sus ocupantes cada vez más lejos, tal que pasando la isla "Coelleira" dieron todo por perdido y se lanzaron al agua con la esperanza de alcanzar tierra nadando. La chalana aparecería meses después. Se encontró en aguas del Golfo de Vizcaya.
Hembra de peixorro capturada en Corme hacia 1965. Foto: J. M. Ferreiro Chans.
Durante los dos primeros años de esta pesquería, entre 1943 y 1945, cada chalana llevaba dos tripulantes, uno a los remos y el otro empuñando el arpón. Después, hasta principios de los 60, pasó a ser uno solo, lo cual tenía la ventaja de la rapidez a la hora de ponerse en marcha para llegar hasta los tiburones antes que el vecino.
     En los últimos tiempos, a principios de los años 60, cuando ya eran pocos los peregrinos que llegaban hasta aquí, en lugar de arpones empezaron a utilizarse redes fijas de alrededor de 15 m instaladas por cada familia a lo largo de la playa. Aunque muchas veces los tiburones tenían que ser rematados igualmente con el arpón.

3. El arpón. En un primer momento los arpones utilizados eran de una sola aleta y mango de madera de 22 mm de diámetro. Los había encontrado Plácido en una vieja fábrica de salazón. Pronto fueron sustituidos por un prototipo de dos aletas. Plácido, que era herrero, lo modificó adelantando hasta la punta la posición de las aletas para mejorar su capacidad de anclaje, y, para que no flotasen, le añadió un mango de hierro con un aro en un extremo, como un arganeo.

Arpón de hierro dulce, que perteneció a Pepe de Jesús, de Xilloi (según parece, en esa playa pescaron también algún peregrino), quien posteriormente se lo regaló a Antonio Linares. Fotografías amablemente cedidas por Antonio Linares.
A partir de este prototipo, se utilizaron básicamente dos modelos de arpón: el primero fabricado con hierro dulce y mango circular de unos 28 cm y el segundo de acero, con mango de sección hexagonal de 22 mm de diámetro: Plácido había conseguido de un herrero de Viveiro la varilla de acero de un martillo percutor que él mismo convirtió en un arpón mucho más resistente y eficaz.El de hierro dulce era un poco más largo, pero se doblaba fácilmente.

Detalle del arpón de mango hexagonal que Plácido Méndez, hijo, tuvo la amabilidad de mostrarnos en A muller mariña
4. El procesado. Cuando terminaba la lucha, subían el tiburón a tierra y, tras rematarlo si era necesario, empezaba el imprescindible trabajo de las mujeres: despiezarlo y, fundamentalmente, extraer el valioso aceite de su enorme hígado, muy rico en hidrocarburos principalmente escualeno de muy variada aplicación: carburante para lámparas, lubricante para maquinaria y también materia prima para la fabricación de cosméticos y diversos fármacos.
En un principio las industrias lo compraban para alimentación humana, aunque en los periodos finales de esta pesquería eran industrias químicas los demandantes.
El despiece se hacía con cuchillos, que podían afilarse sobre la misma piel del tiburón, extraordinariamente abrasiva debido a sus fuertes dentículos dérmicos. El hígado se troceaba y se llevaba a casa, donde se cocía a fuego lento en toneles metálicos durante horas y horas. Al ser menos denso que el agua, el aceite subía a la superficie y entonces se iba recogiendo con un cazo para introducirlo en un bidón a través de un embudo en el que se colocaba un paño para colarlo. Los restos que quedaban en él y los que se recogían del fondo del tonel todavía contenían aceite y se utilizaban para impermeabilizar las juntas de madera de las casas.
     La carne del tiburón se vendía a particulares y a algunas industrias para consumo humano, sobre todo al principio, pero fundamentalmente se usaba como abono, como señalamos. Y como esto último no se podía hacer con frecuencia Manuel Méndez explica que «ao pouco tempo criaba herba da fame», sucedía que «... a veces, los restos de los escualos se descomponían en la playa sin que, dato curioso, las moscas se acercaran a ellos».

La estampa típica del peregrino en la superficie: la mancha blanca de la boca con los arcos branquiales claramente distinguibles y la punta del morro y la aleta dorsal asomando por encima de la superficie.
5. Fin de la pesquería. La pesquería del peregrino en Porto de Bares fue efímera, como todas. De pronto empezaron a ser muy pocos los tiburones que llegaban hasta la playa, luego ninguno. La bajísima tasa reproductiva de esta especie la hace extremadamente vulnerable a la pesca, tanto a la intensiva como a la no intensiva.
     ¿Cuándo terminó exactamente esta pesquería? Algunos de los protagonistas hablan de mediados de los 50, como por ejemplo Manuel Méndez, o bien  principios de los 60, como señala Alfaya. Sin embargo, Plácido Méndez, hijo, comentaba que durante los años 70 todavía se capturaban peixorros, y una de las asistentes al encuentro en Porto de Bares añadió que, habiendo nacido en 1975, recordaba haber visto tiburones capturados en la playa. Durante estos últimos años, el peixorro se empleaba exclusivamente para abonar los campos; desde principios de los 60 ya no había compradores para el aceite.

No existen cifras ni estadísticas sobre el número total de capturas realizadas a lo largo de las más de dos décadas de caza regular y será más que complicado conseguirlas en el futuro, «bien porque los propios pescadores no llevaron cuentas o porque las empresas (que si anotaban las cantidades de aceite) hace años que cerraron». Lo único que parece claro es que fueron centenares los animales sacrificados llegaron a cazarse hasta 14 en un solo día truncando de este modo quién sabe cuántas generaciones.
Porto de Bares. Tarde del sábado 27 de enero de 2018.

Parece difícil que aquellos años vuelvan a repetirse, que los peixorros retornen masivamente a este hermosísimo lugar. Por un lado, hemos dejado muy pocos. Por otro, muchas cosas han cambiado desde entonces, algunas para mejor, como el propio pueblo, pero otras a mucho peor. El mar ya no es el mismo y con toda probabilidad no volverá a serlo: lo hemos empujado a un camino tal vez sin retorno seguimos haciéndolo y, lo más terrible, sin pararnos a pensar que su destino es también el nuestro. Extraño comportamiento para un ser que se autoproclama racional. 


AGRADECIMIENTOS: El primero, a Rafael Bañón, quien en 2012 tuvo la amabilidad de enviarme el valiosísimo artículo de Evaristo Alfaya que dio comienzo a todo esto. 
     El segundo, a la gente de la Asociación Nordés (Toñito, Ricardo y cia), que tuvieron la insensatez de invitarme a Bares para dar una charla; y, muy en particular, a Plácido Méndez y la gente de Porto de Bares, por su generosidad a la hora de compartir con un forastero una parte tan esencial de su memoria.

________________________
¹Evaristo Alfaya (2000). La pesquería de tiburones peregrinos en Galicia. Industrias pesqueras, nº 1747, pp. 14-17. Salvo cuando se indica lo contrario, todas las citas y entrecomillados proceden de este trabajo.
²La chalana es una pequeña barca de fondo plano, proa en ángulo y popa cuadrada, de 3 a 4 metros de longitud.
³Entrevista firmada por Ana F. Cuba publicada en la edición de Ferrol de La Voz de Galicia el 6 de octubre de 2015. "O tiburón peregrino veu a Bares entre o ano 43 e o 55". <https://www.lavozdegalicia.es/noticia/ferrol/naron/2015/09/24/tiburon-peregrino-veu-bares-ano-43-55/0003_201509SL24F32991.htm>
Manuel Méndez es un poco más comedido en sus cifras: "Algo de aceite vendíase, a seis pesetas o litro, a un comerciante de Celeiro e unha fábrica de Cariño".
Manuel Méndez. La Voz de Galicia, ídem.
Según refiere E. Alfaya, "No hay hoy en día casa en "Porto de Bares" que no se precie en conservar al menos un par de estos arpones de dos aletas." De los primeros, los de una sola aleta, sigue diciendo el artículo, se conserva uno en el Museo do Mar de San Cibrao.


6 comentarios:

  1. Hola soy la nieta de Plácido Méndez y me gustaría conseguir el artículo completo. Muchas gracias y un saludo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola! Con mucho gusto te envío el artículo.
      Solo tienes que mandarme un correo a la dirección que aparece arriba, apristurus69@gmail.com, y te lo incluyo en mi respuesta.
      Un saludo.

      Eliminar
  2. Buen artículo!!
    Saludos,
    Vicente.

    ResponderEliminar
  3. Qué maravilla de artículo!!
    Ojalá un día volvamos a ver a esos gigantes merodeando plácidamente como lo hacían antaño... Por soñar...

    Felicidades por el artículo

    Juan Carlos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Juan Carlos! Ojalá volvamos a verlos a estos extraordinarios bichos. Un saludo!

      Eliminar