Pintarrojas (Scyliorhinus canicula). Foto: Alan Hill. |
1. Machos y hembras se reúnen. Muchos tiburones adultos viven en solitario o agrupados en cardúmenes con segregación sexual, es decir, los machos van por un lado y las hembras por otro. Por eso la época de reproducción suele iniciarse con un viaje, una migración hacia los lugares más adecuados para el ansiado encuentro: las zonas de apareamiento o mating grounds. La frecuencia de estos viajes parece depender del sexo y del ciclo reproductivo de cada especie, si es anual, bianual.
Los diversos estudios de marcado emprendidos durante los últimos años están sacando a la luz datos verdaderamente interesantes, como por ejemplo la regularidad de estas migraciones y la fidelidad hacia un mismo lugar. Un trabajo de Pratt y Carrier (2) llevado a cabo en las Dry Tortugas (Florida) comprobó que las hembras de gata nodriza (Ginglymostoma cirratum), de ciclo bianual, acudían cada dos años a la zona, mientras que los machos lo hacían todos los años. También descubrieron que la poliandria (una hembra puede aparearse con varios machos) y la poliginia (viceversa, un macho con varias hembras) son prácticas habituales —los análisis genéticos han corroborado que una madre puede dar a luz crías de distintos padres—.
Una vez llegados al lugar de encuentro, parece que los machos de al menos algunas especies se dedican a comer hasta hartarse. Todo el ceremonial del cortejo y, muy particularmente, del apareamiento, son extraordinariamente exigentes a nivel físico y requieren un enorme gasto de energía. Los protagonistas quedan exhaustos, sin apenas reservas energéticas en su hígado, y tardan varios días en recuperarse. Además, el instinto depredador queda anulado por motivos obvios: entre tanto juego de persecuciones y mordiscos es importante evitar caer en la tentación de confundir a tu pareja como una bandeja de sushi.
Un estudio reciente (3) acaba de descubrir que las ampollas de Lorenzini de los machos de pintarroja (Scyliorhinus canicula) son más largas y cuentan con un mayor número de células sensoriales dispuestas sobre una superficie también mayor. Esto podría servir para aumentar su capacidad para detectar a las hembras. Quién sabe si este dimorfismo sexual no está también presente en otras especies de tiburones.
2. El cortejo. Para el macho, el objetivo del cortejo es ganarse el favor de una
Peregrinos en Cape Cod. Foto: Wayne Davis |
Sea como fuere, la ley de la segregación sexual ha quedado en suspenso, así como el instinto depredador. Llegado el momento, las hembras receptivas liberan a través de su cloaca una suerte de mensajes químicos —las feromonas— para hacer saber a los machos que están sexualmente dispuestas para cuando gusten. Seguramente esto explica por qué vemos en determinadas zonas a grupos de peregrinos (Cetorhinus maximus) nadando en formación detrás de una hembra, morro con cola, describiendo un círculo (4). Algo parecido ocurre con otras especies.
Ni que decir tiene que los machos captan enseguida el mensaje. Y lo que se desencadena a continuación es, en muchos de los casos conocidos, una auténtica locura que puede durar horas o incluso días. Se ha observado como decenas de machos de tiburón coralino (Carcharhinus perezi) o de tiburón coralino de puntas blancas (Triaenodon obesus) perseguían frenéticamente a una hembra, acosándola, acorralándola, mordisqueándola en las aletas, en la cabeza... empujándose unos a otros para ganar una posición ventajosa, hasta quedar un único candidato.
Un par de machos de Triaenodon obesus disputándose a una hembra. Los demás buscan también su hueco para hincar el diente y lo que puedan. |
Se cree que estos "mordiscos amorosos" —así se llaman, aunque a algunos les parezca una ironía— aumentan la excitación de la hembra y terminan de convencerla sobre los méritos de sus pretendientes.
Mordiscos amorosos en el cuerpo de una tintorera (Prionace glauca). Foto: Gonzalo Mucientes. |
3. El apareamiento. Sin duda la parte más difícil y complicada de todo el proceso. Recordemos que en los tiburones la fecundación es interna, lo que implica que el macho tiene que introducir uno de sus pterigópodos o penes a través de la cloaca de la hembra, previamente inmovilizada, para inyectar su esperma y fertilizar los óvulos almacenados en su oviducto. El problema es que todo ello ha de hacerse sin contar con un mínimo punto de apoyo, como un colchón o un prado de mullida hierba, y sobre todo ¡sin manos!
¿Cómo se consigue eso? Pues mordiendo. Así:
Jaquetones de puntas negras (Carcharhinus melanopterus). |
En los tiburones pequeños como la pintarroja (Scyliorhinus canicula), de cuerpos más flexibles, el macho rodea con el suyo el cuerpo de la hembra hasta acertar con la conexión, como se muestra en la foto que encabeza este artículo.
En las especies más grandes y rígidas el macho hace girar a la hembra hasta que sus superficies ventrales quedan pegadas. Es entonces cuando se inicia la cópula. Normalmente sólo se utiliza un pterigópodo, si bien se conocen casos de una cópula con los dos a la vez, como el de una pareja de cazones (Galeorhinus galeus) capturada en aguas británicas en plena faena.
Para evitar una separación no deseada, una vez dentro, el extremo del pterigópodo se abre como un paraguas y con una especie de varillas de cartílago se ancla en las paredes de la cavidad de la hembra.
La cópula puede durar hasta 30 minutos. Durante este tiempo algunas especies continúan nadando lentamente, como los tiburones limón (Negaprion brevirostris); otras se van hundiendo cabeza abajo hasta chocar contra el fondo, a veces causándose heridas al rozar con las rocas o con el coral del fondo.
Tiburones coralinos de puntas blancas (Triaenodon obesus). Foto de Javier Garay realizada en Cocos. |
Cuando todo ha terminado, cada tiburón se va por su lado sin mayores problemas, y desde luego sin cariñitos, actitud que para muchos demuestra la inteligencia superior de estos animales. Ambos están exhaustos y se ve que han adelgazado. Ella se lleva un montón de heridas y arañazos, él lleva los pterigópodos hinchados y ensangrentados.
Así puede terminar una hembra tras el apareamiento. |
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(1) A. Peter Klimley. The Secret Life of Sharks. New York: Simon & Schuster, 2003, pp. 197-198.
(2) Pratt, Harold L. Jr & Jeffrey C. Carrier. "A Review of Elasmobranch Reproductive Behavior with a Case Study on the Nurse Shark, Ginglymotoma cirratum". Environmental Biology of Fishes, February 2001, Vol. 60, Issue 1-3, pp. 157-188.
(3) Crooks, Neil & Colin P. Waring. "A study into the sexual dimorphisms of the Ampullae of Lorenzini in the lesser-spotted catshark, Scyliorhinus canicula (Linnaeus, 1758)". Environmental Biology of Fishes, May 2013, Vol 96, Issue 5, pp. 585-590.
(4) Véase Peregrino (Cetorhinus maximus) - Segunda parte.
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