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lunes, 28 de enero de 2013

El ataque del tiburón cigarro

El interés y curiosidad que ha despertado el pequeño tiburón cigarro (Isistius brasiliensis) entre muchos lectores al conocer por un post anterior que tiene los bemoles suficientes como para atreverse con el mismísimo rey, el tiburón blanco, me ha llevado a rescatar y actualizar este artículo que publiqué en el blog de AXENA hace unos meses dando cuenta del primer ataque registrado a un ser humano. 

Foto: Joshua Lambus
Marzo de 2009. El pez se movía silenciosamente a través de las aguas nocturnas, propulsado por los rítmicos movimientos de su cola. Apenas si se notaba algún otro movimiento: alguna que otra corrección en su trayectoria aparentemente sin rumbo… y... casi mejor dejamos a Peter Benchley y su ficción a un lado y nos atenemos a los hechos. En realidad, el pez sí tenía un rumbo: como todas las noches, se dirigía hacia la superficie procedente de la oscuridad perpetua de las aguas profundas, tal vez guiado por la apagada penumbra de la noche de Hawái punteada de estrellas, cuando percibió un extraño sonido de baja frecuencia y, a los pocos segundos, los sensores de su línea lateral empezaron a detectar bruscas alteraciones en las ondas de presión, leves al principio, pero cada vez más potentes. Probablemente correspondían a un animal grande. Una presa. Pero había algo más: todas las señales apuntaban a que iba acompañada de un buen número de pequeñas criaturas que, como mal menor, podían servir como pincho. No podía pedir más. Tenía hambre y hacia allá se fue, como un rayo, seguido de un buen grupo de congéneres.

Por su parte, la presa, que respondía al sugerente nombre de Mike Spalding, llevaba casi cuatro horas y media en el agua, en la apagada penumbra de la noche y bla, bla, bla. Ya llevaba recorridas 11 de las 30 millas del canal de Alenuihaha, que separa Hawái, la “Gran Isla”, de Maui, y que, nadie sabe por qué, se había propuesto cruzar a nado. Iba escoltado por una lancha y un vecino en kayak, ambos con los focos encendidos, circunstancia que había atraído a un sinfín de calamares, que atravesaban como dardos blancos el círculo de luz sobre el agua. Era divertido, si bien un punto inquietante… y peligroso. 
     Y entonces sintió un repentino y agudísimo dolor en la zona del esternón. Se llevó la mano al pecho y comprobó que algo le había causado una herida que no parecía muy profunda, pero que sangraba bastante. La decisión era evidente: había que abortar la operación y dirigirse hacia el kayak, que estaba a menos de dos metros. En ese momento se produjo un segundo y devastador ataque, esta vez sobre su pantorrilla izquierda. El agua comenzó a templarse con la sangre que manaba de la herida. Mike se asustó de verdad y empezó a gritar, también de dolor. El kayak se llenó de sangre a los pocos minutos de subirse a él. De ahí lo pasaron a la lancha, donde le pusieron antibiótico y con una toalla trataron de contener la hemorragia.

En el hospital comprobaron que presentaba una herida circular de unos 7,5 cm de diámetro y 2,5 cm de profundidad. El culpable se había puesto en evidencia. Sólo un animal es capaz de provocar heridas de esa naturaleza: el tiburón cigarro, conocido en inglés, precisamente, con el nombre de cookiecutter (‘corta galletas’), posiblemente un Isistius brasiliensis.

Los tiburones cigarro tienen una doble estrategia alimentaria: actúan como depredadores y también como ectoparásitos. Por un lado, son voraces consumidores de pequeños peces, crustáceos y cefalópodos; por otro, son capaces de fijarse a la piel de grandes vertebrados marinos (espadas, túnidos, cetáceos, etc.) para arrancar grandes trozos de su carne. Para ello cuentan con un impresionante instrumental: gruesos labios succionadores, una faringe modificada y una dentadura que quita el hipo: dientes superiores pequeños y puntiagudos, en forma de gancho, que sirven para anclarse a la víctima y para pinchar las “galletas” de carne una vez cortadas y arrancadas; dientes inferiores muy grandes y afilados como cuchillas, de cúspide triangular e imbricados en una única fila funcional, como la hoja de un serrucho: son los que se utilizan para cortar.

Herida en un delfín.
Y la técnica es asombrosa: primero seleccionan un objetivo, una presa idónea, a la que pueden atraer poniéndose ellos mismos como señuelos mediante sus potentes orgánulos bioluminiscentes (se dice que los Isistius son de los más bioluminiscentes de todos los tiburones; de ahí que su nombre genérico procede de Isis, la diosa egipcia de la luz). Cuando la tienen a la distancia adecuada, se lanzan como flechas y se fijan a ella con la boca: los labios se pegan firmemente a la piel con la ayuda de los dientes superiores y la acción conjunta de la lengua y la faringe, que producen un movimiento de succión mediante la creación de vacío. A continuación, el tiburón se retuerce y gira sobre si mismo; y, como un compás trazando un círculo, los dientes inferiores cortan y arrancan un buen trozo de carne dejando una característica herida, profunda y dolorosísima, en forma de cráter (1). La voracidad de estos animales les ha llevado a atacar cables submarinos y las cubiertas de goma de los sónares de submarinos nucleares.

Foto: Australian Museum
Hasta ahora se han descrito dos especies del género Isistius: el pitillo o tiburón cigarro (Isistius brasiliensis) y el tiburón cigarro dentudo (Isistius plutodus) (2). Pertenecen al orden de los Squaliformes (tiburones sin aleta anal, entre otras características), familia Dalatiidae. Afortunadamente son peces que no suelen llegar a los 50 cm de longitud total. Y digo afortunadamente porque a su enorme voracidad hay que unir el hecho de que son de los tiburones que poseen los dientes más grandes en relación con el cuerpo (de los dos, ya os imagináis que el campeón absoluto sería el Isistius plutodus). Sus cuerpos son cilíndricos y alargados como un gran puro habano, con aletas muy pequeñas. Tienen un morro corto y bulboso, con las narinas adelantadas, ojos grandes y labios también grandes y carnosos. Las aletas dorsales carecen de espinas y están muy retrasadas, y las pectorales son cuadrangulares. De color son también parecidos: color gris oscuro o terroso, con una banda gular más oscura en el I. brasiliensis.

Se sabe muy poco de los hábitos y biología de estos tiburones, excepto en el caso del I. brasiliensis. Una costumbre insólita de este tiburón es que se traga y digiere sus propios dientes inferiores de sustitución (que se caen y se reponen en bloque, no individualmente como en el resto de especies), se cree que con el objetivo de mantener los niveles de calcio de su cuerpo a un nivel óptimo. En general, habitan las aguas cálidas de todo el mundo y son de hábitos epipelágicos o batipelágicos, entre los 85 y los 3000 m (I. brasiliensis). Probablemente son vivíparos aplacentarios (ovovivíparos), con camadas de entre 6 y 8 crías (de nuevo, en el I. brasiliensis).

Isistius brasiliensis. Foto: J. E. Randall (tomada de FishBase)
Viven agrupados en bancos y realizan fuertes migraciones verticales: durante el día permanecen en el fondo y por la noche suben a la superficie siguiendo el movimiento de sus presas naturales, entre las que casi seguro no figuraba Mike Spalding, pero ya que estaba allí, pues fue etiquetado como comida. Y uno no puede dejar de sonreírse al leer lo que escribía Compagno allá en 1984, en el volumen 1 del catálogo de tiburones de la FAO, Sharks of the World: “the chances of it attacking a swimmer or diver are remote though possible” (‘las probabilidades de que ataque a un nadador o a un buceador son remotas aunque factibles’). 
    ¿Qué pudo haber ocurrido? La respuesta es elemental: básicamente, este señor, Mike Spalding, se metió en el lugar equivocado a la hora equivocada. Los tiburones son mucho más activos por la noche, es su momento de caza... Y llevar encendidos los focos de las embarcaciones no fue una idea brillante (y perdón por el chiste fácil): la luz atrajo a multitud de presas, como los calamares, las cuales a su vez atrajeron a sus depredadores, los Isistius.

¿Qué pintaba este señor nadando en solitario en plena noche en aguas de Hawái en vez de estar sentado en su saloncito viendo la tele en pijama y pantuflas, pongamos por caso? Da igual. Lo cierto es que tuvo mucha suerte, porque si en lugar de un cigarro llega a encontrarse con un tiburón tigre de 4 metros habría acabado convertido en una bandejita de carne picada. Qué poca cabeza. En cualquier caso, Mike Spalding tiene el honor de haberse convertido en la primera víctima conocida de ataque de tiburón cigarro (en realidad deberíamos decir “tiburones cigarro”, en plural, pues lo más probable es que los dos ataques fuesen realizados por individuos distintos). Existe otro caso anterior, de julio de 1992 sobre un pescador, pero la autopsia demostró que las mordeduras se habían producido post mortem; el pobre hombre había muerto ahogado.

Isistius plutodus (Foto: Carl Bento, Australian Museum)
Una pena que no tengamos de estos bichos por aquí, en Galicia, ¿verdad?

[ACTUALIZACIÓN A 25 DE ABRIL DE 2019] Acabamos de conocer tres casos más de mordeduras de tiburón cigarro en circunstancias similares: Hawái por la noche. El pasado 6 de abril un nadador de larga distancia, Isaiah Mojica, cuando intentaba cruzar a nado las 26 millas del canal de Kaiwi, entre las islas de Molokai y Oahu: cerca de la 1 de la madrugada sobre el punto de mayor profundidad, un pez grisáceo de unos 30 cm le causó una profunda mordedura en el hombro.. y eso que llevaba un escudo antitiburones (de estos que emiten una señal electromagnética que los aparta... parece que solo funcionan con bichos grandes). Unos días antes, otro nadador, Eric Schall, haciendo lo mismo en la misma zona, recibió una profunda mordedura por un pez que él mismo pudo arrancar de su vientre: herida de 10 cm de diámetro y 2,5 cm de profundidad. Ambos volverán a intentarlo.
     Posiblemente el caso más extraño de todos ocurrió a finales de octubre de 2017 en el norte de Queensland, Australia, cuando a un niño de 7 años sufrió una fuerte mordedura de Isistius mientras hacía snorkel con su familia. El "cráter" de su pierna tenía 73 mm de diámetro y casi dejaba expuesto el hueso. El que una especie de profundidad se adentre en aguas someras hace pensar que tenía algún tipo de problema. En cualquier caso, por fortuna, el chaval se recuperó bien.

Foto: abc.net.au
⏩ El pequeño Isistius se atreve también con el mismísimo rey del océano, el tiburón blanco. Podéis verlo aquí: Cuando el pez chico ataca al pez grande.

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(1) En el blog Ecología Azul podéis encontrar unas interesantes fotografías hechas por Gonzalo Mucientes de heridas causadas por el tiburón cigarro en espadas y marrajos del Pacífico sur.
(2) Hasta hace relativamente poco se había descrito otra especie, el Isistius labialis, pero actualmente se considera sinónimo de I. brasiliensis.

4 comentarios:

  1. Me encanta este tiburón, es un animal perfecto que ni siquiera necesita matar a su presa para alimentarse de ella, y deja alimento para los demás :-)

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    1. Jajaja.. Pues nunca se me había ocurrido verlo de esa manera. Tienes toda la razón.

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