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sábado, 10 de abril de 2021

Ataques 2020

Tiburón blanco (Carcharodon carcharias) en una extraordinaria foto de Christian Pulham.

Hace ya unas cuantas semanas, el Archivo Internacional de Ataques de Tiburón, más conocido como ISAF, en sus siglas en inglés, publicaba su informe anual sobre el 2020, y aquí os lo presentamos, este año con un poquito de retraso.

Los especialistas del ISAF investigaron 129 encuentros hombre-tiburón, de los cuales 57 fueron considerados como ataques no provocados, es decir, sucesos ocurridos en el medio natural en los que el comportamiento del tiburón no fue provocado, consciente o inconscientemente, por la víctima, por ejemplo al querer tocar al animal, acariciarlo, o darle de de comer. Cuando esto ocurre, se habla de ataques provocados, categoría en la que encajaron 39 incidentes. En seis casos no se encontraron datos suficientes para determinar la naturaleza del ataque, por lo que se dejaron sin asignar, con una especie de interrogante.
     De los 27 incidentes restantes, uno tuvo lugar en un acuario, otro fue un caso de mordeduras post mortem, y en tres se demostró que los responsables de los "ataques" habían sido especies distintas de los tiburones. Sin embargo, dieciséis quedaron como no confirmados, ante la imposibilidad de conocer si realmente había sido un tiburón la especie implicada.
     Sorprende por lo absurdo que un año más el ISAF haya tenido en consideración las interacciones de los tiburones con embarcaciones, llegando a la ridiculez de incluirlas en sus estadísticas bajo el epígrafe de boat attacks, 'ataques a embarcaciones', que es que manda carallo. Como si en el mundo real ocurriese como en las películas, donde estos bichos hacen con las lanchas lo que nosotros con las avellanas, destrozar la cáscara para comerse lo que hay dentro. Es bien sabido que los tiburones pueden mordisquear el casco y las hélices de las embarcaciones llevados por su curiosidad y atraídos por los potentes estímulos que desprenden, pero no por las ganas de trocear a sus tripulantes. En fin, que por lo visto se registraron seis "ataques" de estos.

Y ahora vamos a los datos importantes:

  • 57 ataques no provocados. Fueron siete menos que durante el 2019.
  • 10 personas fallecidas. Ocho más que en 2019. Una víctima en la isla de San Martín, tres en los EEUU (Hawái, California y Maine) y seis en Australia (dos en Nueva Gales del Sur, dos en Queensland y otros dos en Australia Occidental).
  • Distribución de los ataques. Nuevamente, como en sus películas, EEUU fue el país más "atacado" por los tiburones, con 33 casos. Florida sigue estando a la cabeza, con dieciséis incidentes (la mitad en el famoso condado de Volusia), seguida de Hawái (5), California (4) y Carolina del Norte (3). La lista la completan los estados de Alabama, Delaware, Maine, Oregon y Carolina del Sur, con uno cada uno.
         Australia presenta, de lejos, el peor registro en porcentaje de víctimas mortales: 18 incidentes, seis de ellos fatales. Aunque el Australian Shark Attack File sube a 22 el número de ataques no provocados y a siete el de fallecidos: ocho ataques en Nueva Gales del Sur, siete en Australia Occidental (donde informa de tres fallecidos, no de dos), cinco en Queensland y uno en Victoria y en Australia Meridional. Cuestión de criterios.
         Finalmente, se registraron incidentes aislados en Fiji, Nueva Caledonia, Nueva Zelanda, Polinesia Francesa, San Martín y Tailandia.
         Un dato curioso es que en Sudáfrica no se produjo ningún ataque en todo el 2020.
  • Tipología de las víctimas. Los surfistas y practicantes de otros deportes de tabla son el colectivo más expuesto a estos desafortunados encuentros; representan el 61% de todos los casos, lo cual es lógico habida cuenta del número de horas que pasan en el agua en zonas de rompientes frecuentadas por los tiburones. A gran distancia se sitúan los nadadores y bañistas (26% del total), body surfers (5%), los practicantes de snorkel y apnea (4%) y los submarinistas (4%).

Tiburón blanco. Foto: Fede Viana Shark Adventure.

CONCLUSIONES

Primera: No son asesinos. Los tiburones siguen siendo muchísimo menos fieros de como los pintan las películas, los medios de (des)información de masas y las propias masas debido a lo anterior. No son monstruos sanguinarios siempre ansiosos por triturar bañistas en remojo ni son unos asesinos despiadados, ni tampoco nos tienen manía, aunque razón no les falta (nosotros matamos cada año unos 100 millones de tiburones). Los datos son muy tercos y, un año más, evidencian justamente todo lo contrario.

El dato más evidente es el escaso número de ataques no provocados cuando lo analizamos en una escala global. Pensemos en los millones y millones de horas que millones de personas pasan metidas en el agua a lo largo de millones de kilómetros de costa en todo el mundo... ¿y un promedio anual que ronda solamente los ochenta incidentes? Cualquier presidente firmaría con una flamante sonrisa en la bocay generosas bandejas de canapés en la sala de prensauna cifra similar de accidentes de tráfico graves en su territorio*.

Ciertamente es llamativa (y por supuesto trágica) la fuerte subida del número de fallecidos con respecto al año anterior. Sin embargo, si ponemos esta cifra en una perspectiva temporal un poco más amplia, lo que observamos es que el promedio anual no ha variado. Sin ir más lejos, en el 2013 murieron también diez personas, tres más que en 2012; cifra que en el 2014 cayó hasta los tres, para volver a subir hasta seis en 2015, y de ahí, tras un descenso paulatino, hasta los dos del 2019.

Elaboración propia a partir de los datos publicados por el ISAF.

El gráfico nos muestra otro elemento que también debe hacernos reflexionar: el bajísimo número de ataques con resultado de muerte en relación con el total anual. Particularmente interesante es el dato del 2015, el año con el mayor número de ataques no provocados de la serie nada menos que 98 y solo seis personas fallecidas. Si de verdad los tiburones fuesen asesinos despiadados, no hace falta explicar que la línea roja estaría moviéndose en zonas bastante más próximas a la azul.

Segunda: Son solo peces. Los tiburones son, sencillamente, peces; animales salvajes dotados de dientes con los que de vez en cuando nos topamos cuando nos metemos en el mar.
     La inmensa mayoría de estos encuentros son tranquilos o pasan totalmente inadvertidos, pero de vez en cuando la cosa no termina del todo bien, y en alguna que otra ocasión lo hace de la peor manera posible. El mordisco de un animal de metro y medio suele terminar en un susto y posiblemente en algunos puntos de sutura; el de un animal de tres, cuatro o cinco metros puede suponer además la amputación de un miembro, la rotura de un vaso importante... y, sin una asistencia médica inmediata, el peor de los desenlaces.
     Según el ISAF, el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) ha sido la especie implicada en seis de los accidentes mortales (cuatro en Australia y dos en los EEUU, uno por cada costa); el otro grande, el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), está detrás de otras dos víctimas.    

Tercera: Fragilidad y misterio. El problema que tenemos con los tiburones deriva, no de los hechos, sino de la conciencia de nuestra propia fragilidad, física y emocional, y de nuestro anhelo de misterio.
     Un mundo sin monstruos a quien temer nos resultaría infinitamente más aburrido e insoportable. Pero de esto, como de tantas otras cosas, los tiburones no tienen culpa.

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Alrededor de 22 800 personas murieron en accidentes de tráfico en la UE solo durante el 2019. He aquí algunas cifras por países: 37 muertes en Alemania, 46 en Austria, 56 en Bélgica, 36 en España, 48 en Francia, 55 en Italia, 61 en Portugal... Fuente: UE, https://ec.europa.eu/transport/media/news/2020-06-11-road-safety-statistics-2019_es.
Y luego lo que nos da miedo son los tiburones.

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